Nuestra Italia

Una corriente de compasión recorre el planeta. El mundo llora por Italia, llora con Italia. Las dramáticas imágenes de la devastación sobrecogen y conmueven. La tragedia del terremoto provoca una movilización mundial para ayudar, de forma material y simbólica, a esa nación tan amada y a las víctimas de la catástrofe. Centenares de lugares simbólicos en todo el mundo se visten con la tricolor. Todos somos Italia, nos sentimos italianos. Los creyentes, además, rezamos.

Este afecto se siente, de modo particular, en nuestro país. Es proverbial la recíproca simpatía entre España e Italia. Un sentirse a gusto, con mutua cordialidad. Gozosa sensación de encontrarse cada uno, en la tierra del otro, como en casa. En cuanto hijos de Roma ambos somos romanos, nosotros por adopción, ellos por nacimiento. Cuando nos hicimos herederos de Dante y Cervantes, si bien nos diferenciamos, nunca nos separamos. Existen más coincidencias que divergencias en el ser y el concebir la vida. Similares en hospitalidad, optimismo, creatividad, vitalismo y cierto espíritu goliardo, dado a la vida desordenada, si bien fecunda. Semejantes son nuestros problemas socio-políticos y nuestra relación con la Unión Europea. Incluso, siendo manifiesta la rivalidad en el fútbol, un alto porcentaje de hinchas, tifosi, de un equipo, squadra, o de la selección nacional, suele convertirse en seguidor del otro cuando el suyo no se clasifica.

Nuestra ItaliaEstos momentos de dolor inconsolable, quizás sean oportunos para manifestar la deuda que Europa tiene con Italia. Ella ha sido capaz de dar a luz a muchas de las experiencias artísticas y culturales más brillantes de la historia de la humanidad. Su espíritu aletea y cimienta, en gran medida, esta realidad multisecular que llamamos Occidente. Es un lugar común afirmar que sus tres pilares son la religión judeocristiana, la filosofía griega y el Derecho romano. Atenas, Jerusalén y Roma –la Acrópolis, el Gólgota, el Capitolio– conforman nuestro ser. Me propongo razonar que ha sido la realidad heterogénea italiana el lugar en el que se perfeccionan los tres.

Primero, Roma capital de la cristiandad. Desde la caput mundi, el Evangelio es católico es decir, universal. La actividad apostólica y el martirio de Pedro en Roma es una piadosa tradición con visos de verosimilitud histórica. Es el fundamento de la consagración del Obispo de Roma como heredero del Primado. En los dos primeros siglos, la comunidad cristiana tiene una humilde presencia y es objeto de cruentas persecuciones. Varios Papas sufren martirio, a pesar de lo cual nunca abandonan la Ciudad Eterna. La persecución termina con el Edicto de Milán en el año 313. Se restablece la libertad de culto, típica de la Roma republicana. Constantino entrega al Papa un palacio en Letrán, dentro de las murallas, primera residencia del Papado y origen de la Basílica de San Juan. Así hasta hoy, con el irrelevante periodo histórico en Aviñón. Por ello la bendición papal es urbi et orbi, como Obispo de Roma y como Sumo Pontífice. Roma es madre de todas las Iglesias del mundo. Segundo, la filosofía griega. «Al principio era Grecia». Muchas de nuestras categorías intelectuales y modelos argumentativos proceden del pensamiento ateniense. Sócrates, Platón y Aristóteles. Pronunciar sus nombres produce un sentimiento reverencial. No obstante, su legado se hubiera perdido sin la labor realizada en la última etapa romana y el Medievo italiano. En él viven y se forman Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, que reformulan, respectivamente, a Platón y Aristóteles. Agustín, nacido en Tagaste, en el siglo IV, es ciudadano romano. En su juventud se traslada a Italia y es discípulo de San Ambrosio, Obispo de Milán. Por su parte, Tomás de Aquino nace en Roccasecca y estudia en Nápoles, París y Colonia, siendo discípulo de Alberto Magno. Vuelto a Italia desarrolla su prodigiosa actividad intelectual. El pensamiento de uno y otro es punto de partida para la reflexión filosófica y teológica. Además es preciso referirse a Benito de Norcia, Nursia –uno de los pueblos destruidos por el terremoto–, que funda la orden Benedictina. Son los únicos centros de estudio durante centurias. Sin sus manuscritos, traducciones y tratados, el mundo hubiera perdido gran parte del legado greco-romano. Sobre la puerta del monasterio de Subiaco, ligado al santo, se lee: «Las estrellas brillan más cuando más profunda es la noche». En un tiempo convulso, aterrado por toda clase de amenazas y miedos, el pensamiento de estos tres astros, romano-italianos, resplandece sin sombra. A su luz, ha subrayado Juan Pablo II, «puede leerse e interpretarse el mundo contemporáneo».

Tercero, el Derecho Romano. Creado por los jurisconsultos de los siglos I a III d. C. y cultivado sin interrupción desde el siglo XI. Para estudiarlo surge la Universidad. La primera del mundo, en Bolonia, alma mater studiorum de todas las demás. Ese Derecho clásico, por imperecedero, ha sido Derecho vigente en toda Europa hasta la promulgación de los códigos civiles, que son su cristalización. Otra vez Italia, custodiando y transmitiendo nuestro patrimonio intelectual y cultural.

Además, todo movimiento y manifestación artística, desde hace más de veinticinco siglos, ha dejado huella en Italia, y hoy disfrutamos su incontable patrimonio, en toda ciudad o en cualquier pequeña población, como Amatrici o Nursia.

Por toda esta labor inconmensurable y creación ininterrumpida, Roma representa como ninguna otra capital la europeidad. En los Muesos Capitolinos se había firmado en 1957 el Tratado de Roma. Bajo la estatua del Papa Inocencio X, en una sala entre la estatua de Marco Aurelio –emperador exponente del pensamiento filosófico griego– y la Loba etrusca, representación de la fundación de la civitas, se celebraron los fastos del cincuenta aniversario. Así, el simbolismo griego, romano y cristiano se hace presente. Desde un profundo europeísmo deseo que prospere un nuevo intento de lograr una Europa más justa y unida, y que esos Museos vuelvan a ser el escenario natural de su acuerdo.

Italia, maestra, es siempre nuestra, y hoy más nuestra si cabe, en la compasión, que significa cum patire, sufrir con, estar a su lado en el dolor, compadeciéndola por su tragedia.

Federico Fernández de Buján, catedrático de Derecho Romano de la UNED.

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