Aung San Suu Kyi es la activista más famosa del mundo en defensa de la democracia y ahora, gracias a usted querido lector, está en libertad. Su prolongado arresto domiciliario ha llegado a su fin debido a la incansable presión ejercida de un extremo al otro del planeta por millones de personas que creen que ninguna injusticia dura para siempre. Sin embargo, el levantamiento de su arresto domiciliario, bajo el que ha pasado 15 de los últimos 21 años, representa tan solo una victoria parcial porque su liberación y la del pueblo birmano no serán completas mientras Suu Kyi no recupere su condición de legítima dirigente de su país.
Las recientes elecciones birmanas constituyeron un ejercicio de relaciones públicas, no de participación pública. La Constitución traída por los generales consagra el principio de que el presidente, que no es responsable ante el Parlamento, debe ser un militar, ya sea retirado o en servicio activo, y encabezar un Gobierno que no es necesario que incluya a un solo miembro electo del Parlamento. La decisión de poner en libertad a Suu Kyi demuestra que la Junta es consciente de que tener una única referencia simbólica de la resistencia le resulta contraproducente, pero no nos consta ninguna prueba de que tengan la más mínima intención de ceder un ápice y permitir una genuina reforma democrática.
A lo largo de dos décadas he ofrecido a Suu Kyi y a su familia todo el apoyo que he podido prestarles y le he escrito en numerosas ocasiones para decirle que hasta en el último rincón de Gran Bretaña hay personas que la tienen en su pensamiento y en sus oraciones. Mantuve una reunión con su marido, Michael Aris, que posteriormente murió de cáncer sin que le permitieran volverla a ver, y le prometí que haría todo lo que estuviera en mi mano.
Durante más de 20 años, la familia de Suu Kyi ha soportado el dolor de la separación y su fuerza nos ha servido de inspiración a todos. Su sostén ha sido no sólo la valentía de los monjes y de otros contestatarios birmanos que han desafiado la represión para proclamar públicamente su lealtad a la causa democrática sino también la solidaridad mundial promovida por organizaciones como Birmania Campaign UK, avaaz.org y otras.
El pasado fin de semana, cuando a invitación de mi mujer hice de editor de sus mensajes de Twitter para promover que se conociera más la grave situación de Suu Kyi, me sentí abrumado por cómo muchísimas personas de todos los rincones del mundo consideran ésta una de las causas definitorias de nuestra época. Por supuesto, hay injusticias graves en otros lugares, como la continua pérdida silenciosa de vidas que la pobreza extrema causa a diario a miles y miles de personas. Sin embargo, eso no debería servir jamás de excusa para que volvamos la espalda a infracciones tan grotescas de los derechos humanos como las que se han infligido a la dirigente democrática de Birmania. Un tweet enviado desde Amnesty fue especialmente aleccionador: «Nadie por debajo de 38 años (la mitad de la población de Birmania) ha votado hasta ahora». Que una población en su conjunto pueda llegar a la edad adulta sin haber ejercido jamás el voto y que luego se le ofrezca exclusivamente una sola papeleta en la que no aparece el principal partido de oposición del país representa todo un testimonio del enquistamiento de la Junta en el poder y de su brutalidad.
La democratización de Birmania no va a ser nada fácil, pero no es imposible. La Red es nuestra arma. A través de ella, las personas de buena voluntad pueden organizarse y aplicar esa forma de presión que dio lugar a la liberación del sábado. Sin embargo, y exactamente igual de importante, gracias a las nuevas tecnologías los activistas de Birmania pueden contar al mundo lo que está ocurriendo. En ningún otro medio queda este hecho más patente que en la película Birmania VJ, realizada por periodistas que han conseguido sacar de contrabando todas las imágenes fuera del país. En el avance de la película, hay una secuencia escalofriante en la que alguien que se encuentra al teléfono está contemplando desde una ventana la agresión a unos manifestantes y explicándosela a un amigo.
«¿A quién han disparado?», pregunta el amigo. La respuesta es la siguiente: «A un chico con una cámara».
Los generales tienen miedo de que se les observe, miedo de las pruebas, miedo de la solidaridad. En pocas palabras, tienen miedo de usted. La liberación de Suu Kyi es una de las grandes victorias del poder de la gente en nuestra época. Ojalá consigamos que la siguiente liberación sea la de su país.
Gordon Brown, ex primer ministro de Reino Unido.