Nuestros corazones exigen un cambio

El domingo 9 de agosto, el pueblo bielorruso fue a votar. Desde mi casa en Buenos Aires seguí con ansiedad las noticias sobre las elecciones presidenciales. No imaginaba lo que ocurriría esa misma noche y días después en el país donde pasé mi infancia.

Después de 26 años de presidencia, Aleksandr Lukashenko se enfrentó en las elecciones a Svetlana Tijanovskaya, de 36 años, quien en pocos meses consiguió unir las fuerzas de la oposición y ganó una popularidad inusitada. En una entrevista se definió como “tímida” y dijo que para ella la política era “un terreno nuevo”. Como muchos bielorrusos, estaba cansada de la censura y del maltrato de un Gobierno que ya no representa la voluntad de su pueblo.

El 9 de agosto escuché los resultados de la Comisión Electoral: Lukashenko ganaba con el 80% de los votos. Esa noche pensé en mis abuelos, veteranos de guerra, en mis amigos de la escuela, en mis tíos, y en mi madre, que, en 1996, año en el que Lukashenko cambió la Constitución para otorgarse todo el poder, dijo: “Nos tenemos que ir del país, aquí no habrá futuro”.

El resultado de estas elecciones suscitó una tormenta de indignación, la gente no quería regresar a sus casas con la cabeza gacha como otras veces. Decenas de miles de personas marcharon por las calles de Minsk y otras ciudades, gritando: “¡Vete!”, “Creemos, podemos, venceremos” y “Viva Bielorrusia”. En respuesta, las fuerzas parapoliciales de la OMON reprimieron no solo a los manifestantes, sino también a la gente que salió a pasear con sus perros, a los adolescentes y a las personas mayores. Comenzó a circular un vídeo donde se veía a un grupo de la OMON agrediendo a un hombre que sacaba la basura. En otro vídeo golpeaban brutalmente a dos periodistas rusos, arrastraban a un adolescente y a una mujer joven.

Según las autoridades, durante los primeros días de protestas murieron dos hombres y cerca de 6.700 personas fueron detenidas. El 13 de agosto, algunos de ellos fueron liberados, los familiares los esperaban a la salida de las comisarías, nadie debía gritar o aplaudir, se había corrido la voz de que, si lo hacían, OMON, en respuesta, golpearía a los que seguían detenidos.

El artista Aleksei Kuzmich, quien votó semidesnudo y con la boleta en el pecho, caracterizado como Jesús, mostró los moratones y contó las torturas que padeció durante su detención: “Los agentes de la OMON se pusieron en fila y nos dijeron que corriéramos por el pasillo. Al que caía, lo golpeaban. A los que corrían lento o rápido, los golpeaban. A los que se quejaban de dolor o se descomponían, los golpeaban, y disfrutaban de hacerlo”.

Días después, la represión cesó y la gente salió a las calles con claveles blancos y rojos, con carteles y globos. En los parques y frente a los edificios gubernamentales sonaba la canción Quiero un cambio de Víktor Tsoi (célebre estrella de rock soviético que falleció en 1990): “¡Nuestros corazones exigen un cambio! ¡Nuestros ojos exigen un cambio!”. El periodista Maxim Zhbankov dijo que la canción se convirtió en un clásico porque carece de lemas políticos, no cura ni enseña, Tsoi suena en Minsk porque queremos un cambio. La canción compuesta hace 35 años sigue vigente.

Desde el 9 de agosto me cuesta dormir. Mi gente, que durante décadas vivió resignada, despertó, y quiero presenciar este acontecimiento. Mi pueblo ya no tiene miedo. En Gómel, la ciudad donde viví hasta los 10 años, las mujeres, de diferentes edades y vestidas de blanco, hicieron una cadena por la paz. Cantaron, intercambiaron vivencias y regalaron flores. Uno de los carteles decía: Lukashenko, lo único que has logrado fue unir a los bielorrusos.

Nadie sabe qué puede ocurrir, si OMON volverá a reprimir. Estos días, decenas de conductores de televisión decidieron renunciar, comenzaron las huelgas en las fábricas y los artistas nacionales se pronunciaron en contra de la violencia. La premio Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich le pidió a Lukashenko que renunciara: “Quiero repetir lo que dijo la periodista Svetlana Kalinkina, vete de una manera digna. Pero no es posible, porque ya se derramó sangre. Entonces vete antes de llevar a la gente hacia el abismo de la guerra civil”.

Alexiévich contó que volvió a enamorarse de los bielorrusos al verlos en la calle y propuso que se revisaran las urnas para que la gente viera con sus propios ojos cuántos y por quién han sido los votos. Escribo esto mientras suenan las canciones de Víktor Tsoi que mi padre me hizo conocer cuando era chica. En otra habitación, mi madre sigue los testimonios de la gente, algunos dolorosos y otros llenos de esperanza. Como si luego del exilio y la muerte de papá nos volviéramos a reunir para celebrar este acontecimiento histórico.

Natalia Litvinova es poeta y editora.

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