Nuestros vecinos sí aprovecharán el dinero europeo

Hace exactamente un año publiqué en este periódico un artículo titulado Europa no es un cajero, es una oportunidad. Hoy escribo con enorme tristeza que vamos a perder esa enorme oportunidad. El Gobierno de Pedro Sánchez ha decidido coger el dinero y correr.

España ha presentado en Bruselas un plan con poca ambición en las áreas clave que –como el propio plan del horizonte 2050 reconoce– asfixian a nuestros conciudadanos y nuestra economía: el abandono escolar, la precariedad, el desempleo juvenil, la lentitud e ineficacia de la Administración.

Con el plan, tal como está, compraremos muchos coches eléctricos, aislaremos muchas casas, pero no transformaremos la economía. Eso sí, prevemos que, dadas las enormes presiones políticas y económicas, la Comisión Europea juzgue, alrededor del próximo 16 de junio, que el plan satisface las condiciones mínimas para recibir su visto bueno. Bruselas centrará sus esfuerzos, en estos últimos días, en concretar los hitos y objetivos de obligado cumplimiento para que el dinero fluya. No recibiremos los 70.000 millones de euros de golpe: cada seis meses habrá una transferencia en función de las metas alcanzadas. Es eso consisten los últimos tira y afloja entre el Gobierno y la Comisión Europea.

En definitiva, el plan de Sánchez cumplirá el objetivo clave para La Moncloa: valdrá para lograr el aprobado y organizar otra de sus grandilocuentes puestas en escena para celebrarlo.

¿Se podía haber hecho de otra manera? Sí, se podía, como muestran los planes de Italia y Grecia, dos países que hacen inversiones y reformas para eliminar los cuellos de botella que impiden el crecimiento de las economías del sur de Europa.

Italia estaba hasta hace unos meses en una situación peor que la de España. No importaba cómo de mal lo hiciese nuestro Gobierno, porque Europa siempre tendría un problema mayor con el inestable Ejecutivo italiano de turno. Pero la situación cambió en el mes de febrero de 2021 cuando el Parlamento del país transalpino eligió como primer ministro, por una amplísima mayoría, a Mario Draghi. De repente, el país con los peores gobernantes europeos pasó a estar dirigido por el hombre que salvó a Europa en la última crisis. Y los cambios no han tardado en hacerse notar.

El plan de Italia mejora al de España en la forma y en el fondo. Para empezar, ha sido aprobado con 422 votos a favor –el 85% de los sufragios emitidos– en la Cámara de Diputados, mientras que el español ni siquiera ha pasado por el Congreso. Los italianos tienen un plan de país: los españoles, un manifiesto de partido.

El Gobierno de Italia busca grandes consensos; el Gobierno de España sigue trabajando solo, sin hablar con nadie, proponiendo nuevas leyes y reformas de las que no puede garantizar su aprobación y aplicación porque no han sido valoradas por los demás partidos, y planteando inversiones que no han sido trabajadas con las autonomías, que serán responsables en gran medida de su implementación. Esta falta de acuerdos introduce serias dudas a la hora de cumplir con los hitos propuestos y, en consecuencia, serias dudas de poder recibir el dinero correspondiente.

En los capítulos de formación profesional, clave para dar respuesta al alto desempleo juvenil, y de inversión para hacer frente al alto abandono escolar, Italia dedica más del doble de recursos que España, aunque el tamaño total de los planes es idéntico (5.000 millones frente a los 2.100 millones del plan español en formación profesional y casi 3.000 millones frente a los 1.600 para abandono escolar). La lucha contra el desempleo juvenil es otro punto negro del plan español, que gastará solo 120 millones de euros para que ¡3.000! jóvenes alternen su formación con el empleo.

Otro ámbito en el que se nota la diferencia entre Pedro Sánchez y Mario Draghi es en la política con respecto a la dirección de las empresas públicas. Mientras que Sánchez ve en cada nombramiento disponible la oportunidad de premiar a un amigo o afín –Correos, Paradores, Red Eléctrica, Hispasat, Renfe, Navantia, Enresa, Enusa, Aena e Indra, último caso, por nombrar algunos–, Draghi ha emprendido el camino contrario, profesionalizando los gestores públicos, empezando por la CDP, Cassa Depositi e Prestiti, el equivalente al ICO y la SEPI.

Además, el Gobierno de Draghi ha decidido hacer una reforma ambiciosa de la Administración de justicia y eliminar burocracia en la Administración, dos de los mayores problemas tanto de Italia como de España, según las instituciones europeas.

En Grecia, el panorama también ha cambiado con respecto a la última crisis. El primer ministro Kyriakos Mitsotakis dirige un Gobierno que sí quiere aprovechar a fondo la oportunidad que le brinda el plan europeo de recuperación. El Ejecutivo ha organizado su plan tras un diagnóstico en profundidad y una estrategia de crecimiento diseñada por el Premio Nobel Christopher Pissarides.

Grecia hará reformas en su Administración y aplicará un nuevo sistema de contratación pública con el objetivo de aumentar la transparencia y acelerar la implementación de los contratos. Se invertirán 444 millones, un 2,4% de los recursos de su plan, en mejorar las universidades, poniendo el acento en atraer investigadores y reforzar los vínculos entre las empresas y los centros universitarios.

Podríamos dar muchos más ejemplos, pero el punto principal no cambiaría: el plan español pretende reformar la economía invirtiendo en cosas, en vez de en personas, a pesar de que el capital humano es el gran activo transformador de la economía. Tanto Grecia como Italia apuestan por las personas, por la inversión en capital humano y por las reformas que la propician.

El plan de recuperación era una oportunidad para transformar España. Una oportunidad que no podíamos perder. Pero el Gobierno ha demostrado no estar a la altura. Cuando diseñamos el fondo de recuperación europeo pensamos en algo más que en una inyección de dinero en unas economías que lo necesitan para reactivarse después de la pandemia; pretendíamos que su efecto fuese transformador. Para ello se necesita voluntad política. Desgraciadamente, no hemos descubierto nada que no supiésemos: el Gobierno de Sánchez no es reformista y carece de una auténtica visión de futuro.

España ha sido el país de la Unión Europea que mayor impacto económico ha sufrido a causa de la pandemia. Eso significa que, en la recuperación que viene, vamos a partir de una situación peor que la de nuestros vecinos. En el horizonte tenemos una población cada vez más envejecida y un gasto en pensiones que amenaza con dinamitar el pacto intergeneracional. Si a esto le sumamos un gobierno desnortado para transformar la economía, es fácil presagiar nuestro destino probable: quedarnos descolgados del resto de la UE, deslizarnos hacia la mediocridad, convertirnos en los parias europeos que perdieron la gran oportunidad. Convertirnos en un país inhóspito para nuestros jóvenes, que lo abandonarán y renunciarán a pagar por un Estado del bienestar del que temen no disfrutar.

El hecho de que vayamos a perder la oportunidad para transformar España es grave en sí mismo; lo sería menos si no fuésemos los únicos. Pero Italia y Grecia tienen Gobiernos serios, con ganas de hacer reformas y aprovechar la oportunidad de los fondos europeos. Si nuestros vecinos del sur garantizan su crecimiento a largo plazo mientras nosotros seguimos obviando los grandes males de la economía –abandono escolar, temporalidad, desempleo juvenil, sostenibilidad fiscal– corremos el riesgo de abandonar definitivamente la senda de convergencia con Europa en la que España estuvo hasta la crisis financiera global.

Luis Garicano, jefe de la delegación de Ciudadanos en el Parlamento europeo, es vicepresidente y portavoz económico de Renew Europe y pertenece al grupo de trabajo de Escrutinio de los Planes de Recuperación en la Eurocámara.

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