Nueva economía, nuevo mundo

Hace tiempo que la economía mundial no marcha bien; pasado mañana, después de la pandemia, nuestras formas de trabajar, de desplazarnos, nuestras elecciones de vida y de consumo no reproducirán nuestros comportamientos anteriores. La interrupción de la producción debido a la pandemia de coronavirus habrá hecho que desaparezcan determinadas actividades y generará otras nuevas que presentimos o que aún no conocemos. Cuidado, esta «revolución» -término del que se abusa- no será solo consecuencia de la pandemia. Desde luego, esta última, que es global en una economía ya de por sí globalizada, ha congelado todo por razones mecánicas -la suspensión del trabajo y los desplazamientos- pero también psicológicas: ¿es realmente útil que todos cojan el transporte público a la misma hora para acudir, en oficinas distantes, a alguna reunión de dudosa utilidad o para pasar las vacaciones en Tailandia?

Como esta pandemia aún está en su fase inicial y ningún epidemiólogo racional espera el principio del fin antes del verano de 2021, los efectos mecánicos y psicológicos mencionados se reforzarán mutuamente hasta 2022. Las grandes empresas globalizadas vislumbran solo a partir de 2022 la vuelta a una actividad sostenida, no normal como antes, pero innovadora. Porque al mismo tiempo que el Covid-19, se están perfeccionando y generalizando dos grandes cambios técnicos fundamentales que lo cambiarán todo. La 5G, en primer lugar, una expansión considerable de los medios de comunicación a través de Internet. Y después la producción industrial en 3D, que comienza a transformar determinadas producciones, como la de piezas de construcción de automóviles. La conjunción de Covid, 5G y 3D será la que engendre la nueva economía.

Por ejemplo, gracias a la 5G, el teletrabajo se convertirá en un estándar tan productivo como la presencia en las empresas. Se podrán realizar reuniones «reales» donde todos estarán presentes a través de su holograma, una ilusión de la realidad, sin sufrir los costes físicos del transporte, que también cambiará: menos transporte público, menos horas punta, más viajes individuales con vehículos de hidrógeno o eléctricos. Cambiará el aspecto de las ciudades, con menos contaminación, menos congestión, menos oficinas; la elección de los lugares para vivir y el mercado inmobiliario se adaptarán con una resurrección de los pueblos alejados de las metrópolis. La 5G modificará muchas actividades de servicios. Así, los empresarios de la India están diseñando por adelantado servicios por holograma e Internet para gestionar, por ejemplo, los servicios de recepción en estaciones, hospitales y hoteles. El conserje que le abra la puerta en Madrid podrá estar en Bangalore. La telemedicina, acelerada por el Covid, se convertirá en una norma, si no en la norma.

La producción en 3D conducirá a metamorfosis igualmente espectaculares. Hoy en día ya sabemos cómo construir edificios en 3D: una máquina comparable en su principio a una impresora de ordenador, una vez programada, construye una casa capa por capa. La industria del automóvil, como he señalado, ya explota este método para fabricar piezas de motor relativamente simples. La tecnología 3D se convertirá de este modo en la competencia directa del obrero chino: ¿será menos caro invertir en una «impresora» 3D en los lugares de consumo que adquirir objetos industriales en China? En el mapa mundial, con todos los cambios económicos y geopolíticos que se deriven, la revolución técnica redistribuirá los papeles: un país de servicios como India podría volverse más competitivo que un productor industrial como China, mientras que la deslocalización de la producción de Occidente hacia países de bajos salarios podría ralentizarse considerablemente o incluso suspenderse. Recordemos que las innovaciones técnicas cambian el mundo tanto o más que los debates intelectuales: la imprenta de Gutenberg generó la Reforma y la Contrarreforma; la máquina de vapor convirtió a Gran Bretaña en la principal potencia mundial. Esta vez, con ayuda del Covid-19, por así decirlo, muchos debates ideológicos y no solo económicos quedarán obsoletos. La oposición estatismo/liberalismo dejará de tener mucho sentido en cuanto los cambios de comportamiento sean cada vez más elecciones individuales y los nuevos circuitos de innovación y producción sean responsabilidad sobre todo de las empresas y no de los gobiernos.

Al mismo tiempo, la pésima gestión de la pandemia por parte de los estados, en particular en los países donde se suponía que el estado era «fuerte» (Estados Unidos, Francia, España, Gran Bretaña), obligará a redefinir su verdadera función: garantizar la seguridad física, sanitaria, militar y judicial de los ciudadanos, sabiendo que la economía será fundamentalmente privada y globalizada. Estas evoluciones, o revoluciones si se prefiere el énfasis, no son profecías, sino movimientos ya emprendidos; por tanto, su certeza es elevada, al igual que la certeza, lamentablemente, de tener que vivir con la pandemia un año más. Al menos sabemos o deberíamos prepararnos para lo que nos espera.

Guy Sorman

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