Nueva socialdemocracia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, participan en la sesión de control al Gobierno.Emilio Naranjo (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, participan en la sesión de control al Gobierno.Emilio Naranjo (EFE)

Existe una razón de fondo para votar a la izquierda en las próximas elecciones parlamentarias: una vez emitido por Pablo Casado —no hablemos de su colega “Santi” Abascal— su plan de restauración general del Antiguo Régimen, desde la prohibición de la eutanasia a la persecución del independentismo catalán, no cabe otra solución que evitar que semejante alianza llegue a gobernar. Como tantas veces le ha ocurrido al pensamiento conservador en la oposición, en vez de presentar un conjunto de soluciones viables a los problemas del país, exhibe un museo de horrores, que de momento le otorgan ventaja en las encuestas para a medio plazo condenarle a la derrota. No explican, asustan.

La puerta queda entreabierta para que Pedro Sánchez se mantenga tras unas nuevas elecciones al frente del Gobierno, con la recuperación a su izquierda, impulsada por Yolanda Díaz, siempre que no rompa la baraja. A ella en esta circunstancia corresponden las dos caras de Jano: amenaza y clavo ardiendo. Si nos atenemos a los documentos escritos del 40 Congreso, contaría algo más importante: bajo el liderazgo de Sánchez, el PSOE estaría sentando las bases de una renovación sustancial de la socialdemocracia. A las reformas favorables a la “gente”, por hablar como Podemos, marca antes de la casa, se sumaría la modernización sustancial que aportan la ecología y el feminismo. Así resulta posible evocar los orígenes con Pablo Iglesias, el abuelo, si bien no tanto recuperar a un personaje ejemplar como Indalecio Prieto en tiempos de memoria histórica. Y abrirse al mismo tiempo a los verdes y a Me-Too. Están lejos los tiempos en que un miembro de la ejecutiva se preguntaba, ante los derechos de la mujer, quien iba entonces a coserle los calcetines.

El problema no reside en las ideas, bien halladas, sino en el instrumento encargado de implementarlas, porque a diferencia de la socialdemocracia alemana y del Partido Democrático italiano, en nuestro caso estamos ante lo que un comentarista llama un partido-persona, donde el líder absorbe a la organización. Allí los protagonistas no son Olaf Scholz ni Enrico Letta, sino SPD y PD, mientras aquí el PSOE es hoy Pedro Sánchez. La personalización cobró forma con Felipe González, siendo una exigencia de la debilidad inicial del partido. Ahora Sánchez la ha impuesto como eje de su particular diseño político. Sus fieles hablan de que en Valencia se han superado las divisiones, cuando sería mejor decir que las mismas pasaron ya a segundo plano con la formación del gobierno que Rubalcaba etiquetó de forma inequívoca. Se trataba y se trata de un gobierno de y para Sánchez.

Apenas Felipe González esbozó un reproche: la necesidad de tolerar las críticas. No es el estilo de Sánchez, instalado en el vértice de una organización, donde solo para los llamados “barones” hay posibilidad de tomar iniciativas dentro del orden. Debajo queda la masa de militantes, sobre cuyos hombros, según precisa la ponencia-marco, actúa la dirección. Una militancia en declive, que sin embargo obtiene ventajas sobre el conjunto de los ciudadanos. Ahí está el episodio de la oferta de un ministerio a Iván Redondo, para compensar el sufrimiento por la muerte de su perro Currillo. La promoción a un cargo puede incluso contribuir a aliviar una desgracia doméstica. Igualdad entre los iguales: hacia el exterior, fuente de despolitización.

De ahí que en el Congreso no se haya debatido nada sustancial, aun cuando los rótulos, como el federalismo, el republicanismo o el feminismo parecieran atractivos. Para un observador externo, con los textos en la mano, la pandemia no debió existir, y menos la prueba concreta que proporcionó de que la “cogobernanza”, salvaba la piel a la responsabilidad de Sánchez en medio de un caos de medidas y sentencias en cada comunidad. Mal prólogo para el federalismo en la España “multinivel”, invento no explicado. Hacerlo supondría reconocer que, en cuanto a las comunidades, el tema de la nueva financiación territorial se basaría en el mantenimiento de una situación de privilegio bien rentable para Euskadi y Navarra, y verosímilmente en el establecimiento de algo parecido para Cataluña, con concesiones a otros, y Madrid de chivo expiatorio, tal vez merecido, pero no suficientemente analizado. Apostilla: debate sobre monarquía o república, más la solución de los “valores republicanos”, muy entretenido. En los antípodas del acuerdo sobre suprimir la prostitución, moralmente necesario, cuya puesta en práctica está llena de obstáculos.

La política exterior se limita al propósito de que “avancemos en Europa”. Sánchez ve así avalada su actuación en ese campo, donde los “valores republicanos” apenas cuentan. Nos lo recuerda el poco justificado regreso a primera línea de Zapatero, artífice de una maniobra confusa en Venezuela, bendecida por Maduro. Ser “progre” cuesta poco y además Caracas o La Habana quedan lejos. Ni una palabra sobre la feroz represión del 11-J en Cuba. Menos aún sobre la violación de derechos humanos en Turquía. Dejamos la protesta, y sus costes, para “los diez” países democráticos.

El Congreso ha pasado de puntillas sobre cuestiones difíciles, que podrían enturbiar el anunciado futuro venturoso. Mientras The New York Times avisa del riesgo de un regreso de la covid en invierno, o en Italia es exigido rigurosamente el certificado de vacunación, para montar en un tren rápido o entrar en una trattoria, aquí “hemos dejado atrás” la pandemia, Sánchez dixit, éxito del gobierno (lo ha sido, eso sí, la vacunación) y podemos mirar tranquilamente al futuro. Si como en ocasiones anteriores, el pronóstico optimista resulta frustrado, el virus tiene la culpa.

Sobre ese fondo, la profesión de fe socialdemócrata abre esperanzas. Falta, no obstante, una visión de conjunto para afrontar lo más grave: la ampliación del espectro de la desigualdad, registrado con la pandemia. Es un fenómeno dinámico, más allá de la perspectiva tradicional de pobres contra ricos, resuelta con más impuestos sobre patrimonio o renta. Y lo que está sucediendo es una serie de avances legales a empellones, donde no es Sánchez ni Nadia Calviño quien marca la pauta, sino la presión desde la izquierda, capitaneada por Yolanda Díaz. Es ésta quien puede vanagloriarse, con UP, de que son medidas socialmente justas, arrancadas una tras otra a Sánchez, con Calviño en segundo plano. En la reforma laboral está dispuesta a hacer de su exigencia una cuestión de principios. La visión de conjunto se encuentra ausente: no pueden la reforma de las pensiones, la subida del salario mínimo o la ley de reforma laboral, ser valoradas una a una, sino en su interactividad y articulación con la política fiscal o económica. Y no estamos ante un horizonte azul, sino ante un tiempo de crisis, a pesar de los fondos europeos.

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política.

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