Nuevas esperanzas sobre el cambio climático

El mundo ha dado un paso importante hacia el control del cambio climático mediante la aprobación del Plan de Acción de Bali, en las negociaciones mundiales celebradas en Indonesia a principios de diciembre pasado. Puede que el plan no parezca gran cosa, porque, en definitiva, compromete al mundo a seguir negociando, y no a emprender acciones concretas; pero yo soy optimista por tres motivos.

Primero, el mundo mostró la suficiente unidad como para obligar a Estados Unidos a abandonar su intransigencia. Segundo, la hoja de ruta indica un equilibrio razonable de cosas que se han tenido en cuenta. Y tercero, hay soluciones realistas y posibles, lo cual permitirá al mundo combinar el desarrollo económico con el control de los gases de efecto invernadero.

El primer paso en Bali consistió en deshacer el punto muerto en el que ha estado sumida la reacción mundial ante el cambio climático desde la firma del Protocolo de Kioto, hace un decenio. En esta ocasión, el mundo se unió e incluso abucheó a la responsable negociadora de Estados Unidos hasta que ella cambió de posición y aceptó firmar el Plan de Acción de Bali. También da la impresión de estar desapareciendo la resistencia de grandes países emergentes como China e India a firmar el plan, aunque queda mucha tarea por hacer hasta conseguir elaborar un acuerdo mundial en el que coincidan tanto los países ricos como los pobres.

Para lograrlo es preciso sopesar muchos aspectos. Ante todo, hay que estabilizar los gases de efecto invernadero para evitar la peligrosa interferencia del ser humano en el sistema climático; ése es el objetivo fundamental del Acuerdo marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992, el tratado mundial que está en el origen de las negociaciones de Bali. En segundo lugar, al mismo tiempo que hacemos eso debemos dejar margen para avanzar con rapidez en el desarrollo económico y la reducción de la pobreza. Tercero, debemos ayudar a los países a adaptarse al cambio climático que ya está produciéndose y que se intensificará en el futuro.

El Plan de Acción de Bali aborda estas tres preocupaciones. Lo principal es que va a crear un grupo de trabajo ad hoc que de aquí a 2009 elabore un acuerdo mundial detallado capaz de fijar objetivos "cuantificables y verificables" y adoptar medidas para reducir las emisiones de gas de efecto invernadero. Unos compromisos que habrá que plantear en el contexto del "desarrollo sostenible", es decir, que "el desarrollo económico y social y la reducción de la pobreza son prioridades mundiales". Además, el plan exige la transferencia de conocimientos a los países pobres para que puedan poner en marcha tecnologías que no perjudiquen el medio ambiente.

El gran interrogante, claro está, es si es posible lograr de forma simultánea la estabilización de los gases de efecto invernadero, el desarrollo económico y la adaptación al cambio climático. Con nuestras tecnologías actuales, no; pero, si desarrollamos y adoptamos rápidamente nuevas tecnologías que están al alcance de nuestra ciencia actual, sí.

El reto más importante es el de reducir, y prácticamente eliminar, las emisiones de dióxido de carbono procedentes de combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón. Estos combustibles constituyen la base de la economía moderna y suministran alrededor de cuatro quintas partes de la energía comercial del mundo. Las emisiones pueden eliminarse, ya sea cambiando a formas renovables de energía o reduciendo el volumen de emisiones de los combustibles fósiles.

Es fundamental saber que aproximadamente el 75% de nuestro combustible fósil va destinado a unos cuantos usos muy concretos: la producción de luz y calor en las centrales eléctricas, los automóviles, la calefacción de edificios y el funcionamiento de unas cuantas industrias clave como las refinerías, las petroquímicas, el cemento y el acero. En todos estos sectores nos hacen falta tecnologías que no sean perjudiciales para el medio ambiente.

Por ejemplo, las centrales eléctricas pueden utilizar energía solar o capturar y eliminar de forma segura el dióxido de carbono que producen con los combustibles fósiles, y también pueden hacerlo las grandes fábricas. Los automóviles pueden consumir mucha menos gasolina con la tecnología híbrida que combina la gasolina y la electricidad. Los edificios pueden tener menos necesidad de calefacción si se mejoran los aislamientos o si pasan del combustible para calefacción a la electricidad obtenida mediante tecnologías limpias.

Según los cálculos económicos y de ingeniería más fiables, si cada sector económico clave desarrolla y adopta tecnologías no perjudiciales para el medio ambiente en los próximos decenios, el mundo podrá disminuir drásticamente las emisiones de carbono por menos del 1% de la renta mundial anual y, de esa forma, evitar daños a largo plazo que podrían costar mucho más. En otras palabras, el mundo puede combinar el crecimiento económico con la reducción de las emisiones de dióxido de carbono. Y los países ricos podrán permitirse el lujo de ayudar a los países pobres a pagar las nuevas tecnologías más limpias.

Para alcanzar un acuerdo antes de 2009, debemos superar las generalidades actuales, la discusión entre ricos y pobres sobre quién es responsable del cambio climático y quién debe sufragar los costes. Necesitamos un auténtico plan empresarial que detalle cómo se desarrollan, prueban y adoptan las nuevas tecnologías con urgencia y en todo el mundo. Debemos garantizar que todos los países emprendan una estrategia visible en materia de tecnología no perjudicial para el medio ambiente y que los países ricos cumplan la promesa del Plan de Acción de Bali de proporcionar "incentivos económicos y de otro tipo" que permitan a los países pobres adoptar las nuevas tecnologías.

Con todas las crisis que afligen a nuestro mundo, quizá se ve con cinismo el hecho de que otra vez, una reunión mundial ha servido para poco más que prometer que se va a seguir hablando. Pero existe un lado positivo: 190 países se han puesto de acuerdo sobre un plan razonable, y sus bases científicas y tecnológicas nos hacen esperar que sea posible hacerlo realidad.

Queda una labor larga y difícil, pero la situación es mejor tras las deliberaciones de Bali. Ahora ha llegado el momento de arremangarnos y hacer lo que hemos prometido.

Jeffrey D. Sachs, catedrático de Economía y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. © Project Syndicate, 2008. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.