Nuevas patrias para los refugiados

En diferentes países de Europa y estados de EE.UU. se está debatiendo el peligro de admitir más refugiados de Siria o, de hecho, cualquier país de mayoría musulmana desde los que se puedan infiltrar miembros o simpatizantes de Estado Islámico o Al Qaeda. Sin embargo, se pierden de vista dos puntos de gran importancia.

Primero, todavía no hay ninguna evidencia de que algunos de los atacantes de París hayan venido entre los refugiados sirios. El pasaporte sirio que se encontró cerca del cuerpo de uno de los terroristas parece haber sido robado, y los terroristas identificados hasta ahora por la policía crecieron en Bélgica o Francia. Son ciudadanos radicalizados, no extranjeros huidos de sus países de origen.

Segundo, en el mundo existen hoy unos 60 millones de refugiados, lo que equivale a cerca de dos veces la población de Bélgica, Hungría o Suecia. Si crearan su propio país, sería del tamaño de Francia. Frente a la inmensidad de esas cifras, los compromisos de recibir miles o incluso decenas de miles de personas apenas mejorarán los padecimientos de los millones que queden sin auxilio.

En lugar de unir los problemas de los refugiados y el terrorismo, los políticos y legisladores deberían abordar cada uno por separado. Sobre el tema de los refugiados, los países occidentales deberían recibir a todos los que sus poblaciones sean capaces de asimilar, demostrando con ello su voluntad de poner en la práctica los valores universales que profesan en lo político y lo moral.

Pero el mundo también precisa de soluciones mucho más osadas que las meras cuotas de asilo limitadas o campos de refugiados “temporales”, propias del siglo pasado. En particular, es tiempo de pensar en la creación de ciudades de hasta un millón de refugiados de cualquier nacionalidad, donde puedan vivir en paz y aprender a construir un futuro mejor.

El Instituto Democrático Nacional ha comenzado a reimaginar los campos de refugiados y personas desplazadas internamente como espacios donde los ciudadanos puedan “encontrar su voz” como votantes y participantes en procesos democráticos. En lugar de seguir siendo espacios de concentración de personas desesperadas, desposeídas y vulnerables a la espera de un retorno que tal vez no ocurra jamás, se debería reconcebir los asentamientos de refugiados como ejes de educación, emprendimiento y derechos igualitarios en torno a redes de parientes y amigos que se extiendan a sus países de origen y a todo el planeta.

Se podría acoger a las personas que huyen de un entorno tóxico y letal no en campos, sino en protociudades en que la “comunidad global”, representada por instituciones internacionales, ONG, gobiernos y ciudadanos puedan alentar la esperanza de vivir en condiciones diferentes y más seguras, sembrando semillas positivas de conocimiento, capital y autogobierno con valores liberales.

¿Imposible? El multimillonario egipcio Naguid Sawaris actualmente negocia con los propietarios de dos islas griegas un plan para reasentar a cientos de miles de refugiados y darles trabajo en la construcción de viviendas e infraestructura.

Si los multimillonarios ya pueden comprarse una isla entera como destino vacacional (por ejemplo, a través del sitio web Private Islands Online), ¿por qué no hacerlo también como destino para cientos de miles de desplazados que puedan construir la infraestructura necesaria para una nueva vida? ¿Y por qué no podrían hacerlo también las organizaciones internacionales?

Como alternativa, los países vecinos podrían aprovechar la oportunidad, con el suficiente apoyo internacional, de construir ciudades que se conviertan en centros comerciales y educacionales valiosos para sus habitantes. Después de todo, China está llevando a cabo precisamente esta estrategia, creando ciudades de millones de personas para originar nodos de actividad económica y social a lo largo del país.

Un enfoque así permitiría a los países estar mejor preparados para el flujo continuo de personas abatidas y, en último término, airadas. A menudo los campos de refugiados de hoy son semilleros de terrorismo, fantasías de venganza e insurgencia armada. En contraste, las ciudades de habitantes sin estado bajo la protección de organizaciones internacionales podrían ofrecerles las herramientas necesarias para construir un futuro mejor.

Al mismo tiempo, sabemos mucho más acerca de los ciudadanos occidentales radicalizados que combaten por el Estado Islámico de lo que sugieren la mayoría de los medios de comunicación. New America, el nuevo centro de estudios que encabezo, compiló una base de datos sobre 466 personas de 25 países occidentales que han salido de ellos para ir a Siria. La semana pasada, los investigadores Peter Bergen, Courtney Schuster y David Sterman publicaron ISIS In The West: The New Faces of Extremism (Estado Islámico en Occidente: las nuevas caras del extremismo) del que surge un claro perfil.

Quizás el rasgo más importante sea el que en su mayoría tienen vínculos de parentesco con otros yihadistas. Los últimos informes acerca del municipio de Molenbeek de Bruselas como importante incubadora de miembros y partidarios de Estado Islámico y Al Qaeda sugieren que los vínculos familiares y comunitarios tienen un gran peso. Las “mezquitas calientes” han estado por largo tiempo en la mira de las fuerzas policiales y los investigadores antiterroristas.

El trazado de estas familias, mezquitas y suburbios revela redes muy parecidas a mapas de enfermedades en que se puede ver la propagación de un microbio a medida que se desplaza por rutas donde puede infectar a otros. En el contexto de Estados Unidos ya se ha demostrado el éxito de aplicar técnicas epidemiológicas para detectar, aislar e interrumpir la transmisión de la violencia y las ideologías radicales que la alimentan. Por ejemplo, la organización Cure Violence trabaja con las pandillas urbanas, tratando a la violencia “como una epidemia” y previniéndola “en su origen”. Puede que el origen ideológico del terrorismo yihadista acabe estando en Siria, Irak, Afganistán o Mali, pero el de los soldados de a pie en Occidente son las comunidades donde vive una juventud radicalizada y enajenada.

Es fácil atemorizar con imágenes de refugiados radicalizados colándose por las fronteras con el objetivo de causar el caos, pero las realidades tanto de los refugiados como los terroristas son mucho más complejas. Afortunadamente, darse el tiempo de estudiar los hechos de unos y otros puede generar nuevas y promisorias vías hacia soluciones de más largo plazo que equilibren seguridad y humanidad.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011), is President and CEO of the think tank New America, Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University, and the author of Unfinished Business: Women Men Work Family. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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