Tras ímprobos esfuerzos, Benjamín Netanyahu ha conseguido armar todas las piezas del puzle y formar su cuarto gobierno el pasado 14 de mayo. En principio los 30 escaños obtenidos por el Likud en las elecciones legislativas le colocaban en una inmejorable situación para establecer una amplia alianza con sus tradicionales socios de gobierno. No obstante, las negociaciones han sido mucho más arduas de lo esperado hasta el punto de que el nuevo ejecutivo israelí tan sólo ha obtenido un ajustado apoyo por parte de la Knesset (61 de los 120 diputados).
La nueva coalición de gobierno, de carácter radical y nacionalista, está integrada por cinco partidos: Likud, Kulanu, Casa Judía, Shas y Judaismo Unido de la Tora. La negativa del exministro de Asuntos Exteriores Avigdor Liberman, de Nuestra Casa Israel, a incorporarse ha colocado a Netanyahu en una delicada situación convirtiéndole en rehén de sus socios de gobierno. Consciente de esta debilidad, el líder de Casa Judía Naftali Bennett, partido que representa los intereses de los colonos, vendió caro su apoyo exigiendo las carteras de Justicia, Educación, Agricultura y Diáspora, al frente de los cuales ha situado a políticos conocidos por su respaldo a la colonización de los territorios ocupados y su hostilidad al proceso de paz. Este precedente no augura nada bueno. Como se ha apresurado a denunciar la organización Paz Ahora, "junto al incremento del presupuesto para el desarrollo de los asentamientos, el gobierno pretende impulsar la educación religiosa. Asimismo pretende restringir la libertad de expresión, debilitar la Corte Suprema de Justicia y limitar la democracia israelí".
Todo parece indicar que en su cuarto mandato, Netanyahu apostará por una política continuista basada en la colonización de los territorios ocupados, el debilitamiento de la Autoridad Palestina en Cisjordania y la asfixia de Hamas en Gaza. De hecho, las directrices del nuevo gobierno se desmarcan de la solución de los dos Estados supeditando cualquier eventual acuerdo a que preserve la seguridad de Israel, satisfaga los intereses nacionales y sea sometido a un referéndum popular. En lo que se refiere a Irán, el gobierno israelí tratará de cortocircuitar cualquier pacto en torno al programa nuclear que se traduzca en un cambio del statu quo e implique un levantamiento de las sanciones internacionales a su tradicional enemigo, aunque ello acentúe la tensión con la Administración de Obama. Está por ver si estos posicionamientos tendrán algún coste en las relaciones bilaterales con EEUU o la UE, actores que podrían reevaluar sus políticas ante la frontal oposición de Netanyahu a la creación de un Estado palestino.
CONTEXTO
Las recientes elecciones legislativas israelíes, celebradas el 17 de marzo, han sido las más reñidas de la última década. El Likud se impuso con una holgada mayoría al obtener 30 escaños frente a los 24 de la Unión Sionista. La Lista Unida se aupó a la tercera posición (14 diputados) gracias a la creación de una plataforma común por parte de los cuatro partidos palestinos y se situó por delante de los centristas Yesh Atid (11) y Kulanu (10). Las formaciones ultranacionalistas Casa Judía (8) y Nuestra Casa Israel (6) cedieron posiciones (de 25 a 14 escaños), debido a que predominó el voto útil al Likud. También los partidos ultraortodoxos (Shas y Judaísmo Unido de la Torá) perdieron escaños (de 18 a 13) a consecuencia de las escisiones y escándalos en los que se han visto envueltos. Por último el izquierdista Meretz (4) logró entrar en la Knesset in extremis al superar por unas décimas el umbral del 3,25% del voto fijado por la ley electoral.
En el ánimo del electorado pesaron más las cuestiones relacionadas con la seguridad y la política exterior que la agenda doméstica y la situación económica, en las que la oposición basó su campaña. La amplia mayoría del Likud supone un espaldarazo para que Netanyahu mantenga el rumbo seguido en sus dos últimas legislaturas. Durante su último mandato, Netanyahu recortó los gastos en educación y sanidad y priorizó las inversiones en los territorios ocupados mediante la construcción de asentamientos y el aumento del presupuesto militar.
La Unión Sionista, coalición integrada por el Partido Laborista y Hatnuah, fue la gran derrotada. Si bien es cierto que el dueto Herzog-Livni consiguió frenar la sangría de votos experimentada por el campo laborista en la última década, también lo es que el denominado 'campo de la paz' parece incapaz de superar su techo y afianzarse como alternativa de gobierno. Tampoco la apuesta por la reconstrucción de la dañada relación con EEUU o la reanudación del proceso de paz han atraído a un segmento significativo de votantes. Muchos de sus antiguos simpatizantes optaron por nuevas fórmulas electorales, como el laico Yesh Atid (Hay Futuro) de Yair Lapid.
Los partidos ultranacionalistas Casa Judía e Israel Nuestra Casa fueron los más perjudicados por el avance del Likud, ya que una parte significativa de su electorado (los colonos y los inmigrantes rusos, respectivamente) se movilizó a última hora para evitar una derrota de Netanyahu, quien al final de la campaña endureció su discurso para atraer a los sectores radicales. En la nueva coalición de gobierno también figuran el centro-derechista Kulanu de Moshe Kahlon, que ha asumido la macrocartera de Finanzas, y los partidos ultraortodoxos, tanto en su vertiente ashkenazí representada por la Judaísmo Unido de la Torá como en su versión sefardí por el Shas, que apoyarán al gobierno mientras se pliegue a sus demandas de índole religioso.
IRÁN Y EL TABLERO REGIONAL
El primer ministro israelí inauguró su campaña electoral en Washington dirigiéndose a los congresistas y senadores norteamericanos, a los que advirtió sobre los peligros de un acuerdo nuclear con Teherán. El discurso de Netanyahu ante el Congreso de EEUU fue interpretado por muchos analistas como una injerencia en la política exterior norteamericana y una bofetada al presidente Barack Obama. Susan Rice, la Consejera de Seguridad Nacional, advirtió que la decisión de Netanyahu era destructiva para las relaciones bilaterales. De hecho, antiguos responsables de los servicios de inteligencia israelíes han advertido de que, al tensar la cuerda, se pone en peligro la tradicional alianza entre los dos países.
Es bien sabido que Israel considera a Irán como su principal enemigo regional, no ya sólo por su programa nuclear sino también porque es percibida como un rival que cada vez cuenta con mayor influencia en Oriente Medio y en el Golfo Pérsico. En este sentido, la prioridad absoluta de Netanyahu es impedir un acuerdo entre el G5+1 e Irán que podría implicar el levantamiento de las sanciones al país persa y, lo más peligroso, allanar el camino para una futura normalización de relaciones entre EEUU e Irán, lo que inevitablemente modificaría la repartición de fuerzas en la región. Israel, el principal aliado estratégico de EEUU en la zona desde la Guerra Fría, podría ver cuestionado este papel y para evitarlo no ha dudado en aproximarse a Arabia Saudí, país con del que cada día comparte más intereses. Otro temor del gobierno israelí es que, una vez desactivada la amenaza nuclear iraní, la Administración de Obama trate de resucitar el proceso de paz e imponer un acuerdo basado en la solución de los dos Estados.
En su nuevo mandato, Netanyahu tendrá que hacer frente a un contexto regional marcado por el ascenso del Estado Islámico y la agudización del sectarismo en el conjunto de la región. Israel intenta encontrar su lugar en un Oriente Medio cada vez más polarizado. La creciente influencia de Irán en diversos países de la región (en especial, Líbano, Siria, Irak y Yemen, todos ellos con significativas porciones de población chií) ha propiciado la creación de un polo sunní capitaneado por Arabia Saudí e integrado por las petromonarquías del Golfo más Egipto y Jordania. Israel comparte intereses geopolíticos con este bloque, en particular su hostilidad hacia Irán y a sus aliados regionales, entre los que se cuentan Hamás, Hezbollah y el régimen sirio. Si bien es cierto que el avance del Estado Islámico es percibido como una amenaza por el bloque sunní, también ofrece ventajas para Israel, ya que ha desplazado a la cuestión palestina como principal preocupación de la comunidad internacional y, por lo tanto, se ha convertido en una nueva cortina de humo tras la que ocultar la intensiva colonización de los territorios ocupados.
¿EL FIN DE LA SOLUCIÓN DE LOS DOS ESTADOS?
Aunque el proceso de paz no ocupó un lugar protagónico durante la campaña electoral, en la última jornada Netanyahu lo recuperó para tratar de atraer votos entre los indecisos. El mandatario israelí cerró la campaña en Har Homa, un asentamiento que él mismo estableció durante su primer mandato y que ahora alberga a 25.000 colonos. En su discurso, Netanyahu se mostró en contra de las concesiones territoriales y del establecimiento de un Estado palestino acusando a la Unión Sionista de estar dispuesta a desmantelar los asentamientos más alejados de la Línea Verde y dividir Jerusalén en el marco de un eventual acuerdo con los palestinos.
En realidad esta posición no es novedosa, ya que Netanyahu ha hecho todo lo posible por torpedear el proceso de paz, debilitar a la Autoridad Palestina y golpear a Hamas, dentro de la lógica del divide et impera. Durante sus dos últimos mandatos, el primer ministro israelí no ha dejado de ampliar los asentamientos, especialmente aquellos situados en el entorno de Jerusalén Este. También ha advertido de que una eventual independencia palestina conduciría a un Hamastán o, incluso peor, a una Palestina bajo el control del Estado Islámico, idea que ha calado entre ciertos sectores de la sociedad israelí. Como el mandatario israelí no se cansa de repetir, hoy por hoy no se dan las condiciones para que vea la luz un Estado palestino. Lo verdaderamente novedoso es que Netanyahu se siente lo suficientemente fuerte para verbalizarlo públicamente a pesar de los costes que podría tener en sus relaciones con EEUU y la UE, que empiezan a mostrar síntomas de alarma ante las consecuencias de la política beligerante adoptada por Netanyahu.
Además de desdecirse de las posiciones defendidas en su célebre discurso en la Universidad de Bar Ilan en 2009 donde aceptó la fórmula "dos Estados para dos pueblos", el rechazo a un Estado palestino cierra, quizás de manera definitiva, la vía abierta por los Acuerdos de Oslo. Netanyahu apuesta sin tapujos por una profundización de la colonización mediante la ampliación de los asentamientos, donde ya viven 550.000 colonos (frente a los 200.000 que residían cuando se inició el Proceso de Oslo), y la intensificación de la judaización de Jerusalén Este para separarla de su entorno árabe. Estas nuevas realidades están modificando la situación sobre el terreno y rompiendo la continuidad territorial palestina.
Esta estrategia cortoplacista pone en riesgo la viabilidad del proyecto estatal de los pioneros sionistas, que concebían Israel como un estado estrictamente judío. En los últimos meses, varios ex responsables del Mossad y del Shin Bet han advertido de que Israel se está convirtiendo en un Estado de apartheid debido a sus casi 50 años de ocupación sobre cuatro millones de palestinos. Como advirtiese Tzipi Livni, dirigente de la Unión Sionista, "me preocupa que Benett, Netanyahu y el resto de su banda nos conduzcan a un Estado binacional". Una denuncia similar en torno a la falta de visión estratégica del mandatario la formulaba el diario Haaretz el 4 de marzo de 2015: "Están ignorando la verdadera amenaza para Israel y para su capacidad para sobrevivir como un Estado judío y democrático: la ocupación interminable de los territorios. La insistencia de Israel en gobernar sobre millones de palestinos de Cisjordania que carecen de derechos civiles, la expansión de los asentamientos y el mantenimiento de la población de la Franja de Gaza bajo el asedio son los peligros que amenazan nuestro futuro".
ESCENARIOS
El escenario más plausible es el continuista. El nuevo ejecutivo israelí, bajo la batuta de Netanyahu, mantendría su política hacia la cuestión palestina, basada en la colonización intensiva del territorio ocupado, la creación de nuevos obstáculos para el establecimiento de un Estado palestino y el lanzamiento de esporádicas campañas punitivas contra la Franja de Gaza para impedir el rearme de Hamas. Mediante esta fórmula se pretendería enterrar de manera definitiva la solución de los dos estados y anexionar la mayor cantidad de territorios posible con la menor cantidad de población.
Tan sólo una activa implicación de la comunidad internacional, que hoy por hoy no parece factible, podría modificar esta situación. En el caso de que EEUU y la UE asuman una posición crítica hacia las políticas colonizadoras israelíes, Netanyahu podría verse cuestionado en la escena doméstica y verse obligado a formar un gobierno de coalición con la Unión Sionista, más proclive a retomar las negociaciones con la Autoridad Palestina.
Parece evidente que el presidente Barack Obama, al igual que el resto de sus predecesores en el cargo, no abandonará la Casa Blanca sin hacer un intento final para alcanzar un acuerdo israelo-palestino basado en la solución de los dos Estados. Obama, que mantiene una tirante relación con el primer ministro israelí, ya ha advertido que el rechazo de Netanyahu a un Estado palestino no quedará sin respuesta. A pesar de que ha descartado que implique una revaluación de las relaciones en los terrenos militar y de seguridad entre ambos países, sí parece factible que EEUU levante el escudo de protección que ofrece a Israel en el Consejo de Seguridad, lo que podría permitir la aprobación de resoluciones condenatorias a su política colonizadora e, incluso, la adopción de una nueva hoja de ruta que establezca un plazo definitivo para la creación de dicho Estado palestino.
Por su parte, la Autoridad Palestina parece cada vez más inclinada a la internacionalización del conflicto acudiendo a las instancias internacionales para tratar de presionar a Israel y evitar que los crímenes de guerra y contra la humanidad perpetrados en sus ofensivas contra la Franja de Gaza queden impunes.
En opinión de Yasser Abed Rabbo, un alto cargo de la OLP, al reelegir a Netanyahu "Israel ha elegido el camino del racismo, la ocupación y la construcción de asentamientos y ha rechazado el de las negociaciones", por lo que "la Autoridad Palestina acudirá a la Corte Penal Internacional para denunciar los asentamientos y los crímenes de guerra perpetrados durante la guerra de Gaza". Esta nueva vía podría intensificar el aislamiento internacional de Netanyahu si son acompañadas de la emisión de órdenes de detención de personalidades políticas o mandos militares israelíes.
En el Oriente Medio del siglo XXI, Israel ha perdido parte del valor geoestratégico que detentó durante la Guerra Fría. El caótico escenario regional y las crecientes tensiones sectarias en Oriente Medio evidencian que Israel y Arabia Saudí, los aliados tradicionales de EEUU, son incapaces de garantizar la estabilidad regional. Desde el campo demócrata estadounidense es cada vez más evidente el cuestionamiento de las políticas de hechos consumados desarrolladas por Israel, encaminadas a impedir la aparición de un Estado viable y con continuidad territorial. En todo caso, el futuro de la relación entre EEUU e Israel dependerá mucho del resultado de las elecciones presidenciales que se celebrarán en noviembre de 2016, ya que una victoria republicana permitiría que las aguas retornaran a su cauce y que las relaciones bilaterales recobren su vigor.
RECOMENDACIONES
Después de casi 50 años de ocupación israelí, el tiempo para la solución de los dos Estados se agota, puesto que la ampliación de los asentamientos en Cisjordania y la judaización de Jerusalén Este pone en peligro la continuidad territorial del eventual Estado palestino. De no alcanzarse un acuerdo en el corto plazo, la política de hechos consumados lo impedirá en el futuro.
Hoy por hoy, EEUU es el único actor que posee la capacidad para impulsar las negociaciones, por lo que debería actuar rápida y enérgicamente si quiere lograr un acuerdo definitivo durante los dos años que restan a Obama en la presidencia. Para evitar tropezar en los mismos errores del pasado, Washington debería apostar por el multilateralismo y coordinar sus iniciativas con el resto de la comunidad internacional, incluida la UE. Para ello sería imprescindible que se establezca un calendario definitivo e improrrogable para la creación de un Estado palestino en las fronteras del 5 de junio de 1967, con un intercambio proporcional y pactado de territorios, en consonancia con el Derecho Internacional y las resoluciones del Consejo de Seguridad.
También la UE podría jugar un lugar protagónico en el proceso de paz, puesto que es el principal socio comercial de Israel, país que recibe un trato privilegiado en el marco de la Política Europea de Vecindad. La UE no puede seguir eludiendo sus responsabilidades escudándose en el supuesto liderazgo negociador de EEUU. En el caso de que prefiera mantenerse en un segundo plano, la UE se verá obligada a redoblar sus ayudas para hacer frente tanto al colapso económico de la Autoridad Palestina como a la emergencia humanitaria existente en la Franja de Gaza, lo que además exime a Israel de sus responsabilidades como potencia ocupante. Uno de los peligros es que la UE convierta esta ayuda económica en un sustituto de la diplomacia. Tal y como han advertido varios dignatarios europeos una misiva enviada el pasado 11 de mayo a Federica Mogherini, Alta Representante de Política Exterior y de Seguridad Común, "Europa tiene todavía que encontrar un medio efectivo para responsabilizar a Israel de la ocupación. Ha llegado el momento de demostrar a ambas partes cuán en serio la opinión pública europea toma la violaciones del derecho internacional, la perpetración de atrocidades y la privación de derechos reconocidos umversalmente". Un primer paso en esta dirección sería que los miembros de la UE reconozcan al Estado de Palestina (como ya ha hecho Suecia), tal y como han solicitado diversos parlamentos nacionales (incluido el español) y el propio Parlamento Europeo (en su resolución del 24 de diciembre de 2014).
Por último debe tenerse en cuenta que si la solución de los dos Estados se entierra de manera definitiva y se priva a los palestinos de un horizonte político, el estallido de un nuevo ciclo de violencia es tan sólo una mera cuestión de tiempo. Una nueva intifada añadiría un nuevo foco de tensión a un Oriente Medio, inmerso en una fase de conflictividad sin precedentes en su historia reciente.
Ignacio Álvarez-Ossorio Alvariño, coordinador de Oriente Medio y Magreb del Opex y profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante.