Nuevo Gobierno y grandes esperanzas

Vaya por delante que me gustaría que mi opinión sobre el nuevo Gobierno español poco tuviese que ver con la historia teñida de tristeza que Charles Dickens narra en su novela Grandes esperanzas, aunque haya utilizado esa expresión en el título de estas líneas para describir muy sintéticamente el cambio que ese nuevo Gobierno ha generado en mis expectativas sobre nuestra economía y en las de la mayoría de los españoles. Grandes esperanzas frente a un futuro económico que hasta ahora se presentaba cargado de negros augurios y que, a partir del discurso de investidura del pasado día 19, comienza a ofrecer perspectivas menos amenazadoras, aunque no hayan desaparecido los graves riesgos que corremos.

Pero basar grandes esperanzas respecto a la economía española solamente en un discurso, por muy bueno y convincente que sea, resultaría como mínimo sorprendente en quien, por su larga trayectoria y oficio, ha escuchado ya muchas piezas oratorias extraordinarias olvidadas sin más al día siguiente. Por eso mis grandes esperanzas respecto a nuestra economía se basan no sólo en las palabras de un buen discurso sino, sobre todo, en tres hechos que enlazan perfectamente con tales palabras. El primero, en la existencia de un amplio y bien ordenado programa de política económica, riguroso y completo, que se trasluce fácilmente en el discurso de investidura. Ese programa se ha ido elaborando a lo largo de los últimos años a partir de las opiniones de un señalado plantel de economistas y a la vista de las muy diversas facetas que iba mostrando la crisis. El maestro Juan Velarde, uno de los integrantes de ese grupo, tuvo la afortunada idea hace poco de pedirnos una opinión amplia sobre «lo que hay que hacer con urgencia» y así lo ha publicado en un volumen con ese mismo título. También el denominado equipo económico ha recogido recientemente, en otro volumen titulado Hacia una nueva política económica española, la opinión de una decena de expertos en política económica. En esas publicaciones y en algunas otras de carácter periódico pueden encontrarse las ideas que constituyen el núcleo básico del programa de este nuevo Gobierno. Creo sinceramente que poco a poco se ha ido gestando un amplio consenso en una parte muy extensa de la profesión respecto a las políticas necesarias para superar la crisis y ese consenso ha inspirado el bien elaborado programa que conocimos el pasado día 19. Un programa respaldado sin reticencias por la mayor parte de quienes opinamos públicamente sobre la economía española.

El segundo hecho que fundamenta mis grandes esperanzas respecto al futuro de nuestra economía lo constituye el historial de quienes van a desempeñar las funciones esenciales de ese Gobierno. En muy pocas ocasiones nuestro país ha contado con un equipo similar. Personas decididas, con historiales académicos brillantes y, en su mayoría, con amplia experiencia profesional en la Administración pública y en las empresas, que llegan a esos puestos con grandes conocimientos a sus espaldas y con unos objetivos claramente definidos, en los que creen fundadamente. Personas que se conocen entre sí y que han trabajado juntos desde mucho antes, por lo que constituyen un auténtico equipo. Nadie mejor que ellos para garantizar a los mercados el cumplimiento de nuestros compromisos y para infundir en los españoles la confianza en nuestras propias fuerzas, garantías y confianza que resultan indispensables para superar la crisis.

El tercero y último hecho que fundamenta mis grandes esperanzas en el porvenir de nuestra economía estriba en la valiente decisión del presidente Rajoy de ponerse directamente al mando del equipo económico, como públicamente ha anunciado. Esta vez no habrá un vicepresidente que lidie, por un lado, con un equipo gubernamental poco disciplinado y que, por otro, tenga que convencer todos los días al presidente del Gobierno para lograr su apoyo en cada una de las batallas que haya de emprender. Hace ya bastantes años viví muy de cerca esa experiencia y conozco bien las tensiones que generan los fuegos cruzados, especialmente cuando no proceden del adversario sino de las fuerzas que deberían proteger tus flancos. Nada de eso se producirá ahora porque las riendas, por su propia voluntad, están en manos del presidente, es decir, de quien tiene el poder para levantar de su asiento a quien no cumpla lealmente con sus obligaciones, lo que no creo que vaya a ocurrir en un equipo ya suficientemente probado. Algunos me dirán que el presidente no es un experto en economía, pero tengo la fundada sospecha de que Rajoy quizá haya aprendido más de economía en sus ocho años de oposición que muchos de nuestros licenciados a lo largo de su paso por la Universidad.

Sin embargo, en la novela de Dickens las grandes esperanzas de su protagonista se ven pronto disminuidas y casi frustradas por el continuo devenir de acontecimientos negativos que le golpean. También en la realidad actual española se vislumbran amenazas temibles que pueden frustrar esas grandes esperanzas. La primera, la de la recesión que ya se intuía en las cuentas nacionales del tercer trimestre de 2011, con un crecimiento nulo del PIB sacado a fuerza de cambios metodológicos en sus cálculos. Ese crecimiento nulo anunciaba tormenta para el último trimestre de este año y mayores descensos para la primera mitad de 2012. A finales de enero conoceremos cuál habrá sido el crecimiento del PIB en 2011, pero tal y como ayer confirmó el nuevo ministro de Economía, Luis de Guindos, el nuevo Gobierno iniciará su andadura con una economía en recesión. Y el paro, inevitablemente, tenderá al alza.

La segunda de esas amenazas es muy probable que comience a materializarse el próximo día 30, cuando se conozca el déficit del conjunto de las administraciones públicas en el tercer trimestre de este año. Los datos ya publicados, relativos tan solo al Estado, no son buenos y hacen pensar en un déficit de las administraciones para todo el año bastante por encima de los compromisos internacionales adquiridos por el anterior Gobierno, lo que provocaría una fuerte conmoción en los mercados y en las agencias de calificación. Las cifras finales de déficit anual no se conocerán hasta finales de marzo y por eso resulta prácticamente imposible cuantificar hoy cuáles habrán de ser los ajustes que la política fiscal tendrá que introducir en los nuevos presupuestos para alcanzar esos objetivos internacionalmente comprometidos. Probablemente los datos finales de déficit público exijan de acciones mucho más duras y extensas de las que inicialmente se pensaban, lo que hará aún mucho más difícil la labor del nuevo Gabinete en su conjunto pero, especialmente, la muy compleja tarea a que se enfrenta el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas. Difícil y meritorio papel el suyo, en el que hay que esperar, de su larga experiencia y amplios conocimientos, que el mayor acierto le acompañe.

La tercera y, a mi entender, última y grave amenaza que planea sobre nuestra economía es la que puede derivarse de movimientos callejeros de protesta que, ante las inevitables políticas restrictivas, se articulen por fuerzas sociales insensatas o por corrientes políticas que olviden sus grandes responsabilidades en la situación por la que atravesamos. Esos movimientos, como hemos visto en Grecia y apuntan también en Italia, pueden causar mucho daño y frustrar las grandes esperanzas que suscitan el programa de política económica anunciado, la capacidad del nuevo Gobierno y la clara apuesta personal de su presidente.

Esperemos que la última de esas tres amenazas no se materialice porque, al combinarse adecuadamente con las anteriores, quedaría servida la tormenta perfecta y la economía de nuestro país, si no hundida totalmente, resultaría tocada de gravedad para mucho tiempo. Por tanto, ahí es donde tendría que aparecer de nuevo, como afloró ahora hace poco más de un mes frente a las urnas, el sentido común y la firme decisión de la sociedad española. Pero, sobre todo, la responsabilidad de nuestras fuerzas políticas y sociales. Quedan todavía mucho tiempo y muchas oportunidades por delante para que esas fuerzas puedan ejercitar la legítima discrepancia en el ámbito político y una presión responsable en el plano social. Pero ahora lo que se impone es remar todos en la misma dirección y ayudar a que nuestro país salga de la grave situación en que se encuentra. No van a darse otra vez mejores circunstancias que las actuales para iniciar una acción conjunta, profunda y eficaz contra el paro. Por eso tenemos hoy, quizá más que nunca, la responsabilidad de que más de cinco millones de compatriotas encuentren razones suficientes para creer que vivimos un mundo que, pese a sus enormes dificultades, merece vivirse. ¡Felices fiestas y mejor 2012!

Por Manuel Lagares es catedrático de Hacienda Pública y miembro del Consejo Editorial de El Mundo.

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