Nuevo milagro de Josep Pla: aparición en la pandemia

Según dicen, el proceso de beatificación del venerable escritor Josep Pla, se encuentra en estos momentos más o menos estancado (... como tantas otras cosas...) Por ello me complace poder relatar aquí un suceso reciente y personal, que espero que contribuya a su reactivación.

Ocurrió hace pocos días, en el patio trasero de mi domicilio familiar en Lübeck, en el norte de Alemania. Al otro lado del patio, separado por un mínimo seto verde, que no llega ni a la altura de la rodilla, comienza el jardín de unos vecinos míos. Una pareja de jubilados setentones muy simpáticos.

Cuando me ve fumando en el patio, cosa que hago con tanta frecuencia como el clima permite, mi vecina, la señora V., me trae a menudo un plato con bizcochos que ella misma prepara, y que suelen estar muy ricos.

Pero el caso es que ya llevaba tiempo sin verlos cuando el otro día me encontré allí de nuevo a la señora V:

―¿Han estado ustedes de viaje?

―Sí, nos fuimos con la caravana, a pasar dos semanas haciendo un poco de turismo por ahí.

―Pero ahora no se puede ir muy lejos, con todo este jaleo.

―Es verdad, pero hemos estado en Holanda, recorriendo los pueblecitos de allí, que son preciosos. Ha sido muy agradable.

―No sé... este año no me parece realmente bueno para viajar. Siempre llevando para aquí y para allá las mascarillas... es incómodo viajar ahora...

―¡Oh! En Holanda no usan mucho las mascarillas.

―Querrá usted decir que no las usan en la calle. Pero en las tiendas...

―No, no. En las tiendas tampoco. Ni en los restaurantes. Ni casi en ningún sitio. En Holanda no es obligatorio. Y la verdad es que no se las pone demasiada gente, al menos por donde hemos estado nosotros. Algunos sí... pero vamos, el que quiere.

―¡No me diga! ¿Y las escuelas están funcionando también?

―Supongo que sí. En todo caso, a veces nos encontrábamos con alguna clase que estaba de excursión. Así que deben de estar funcionando.

―¿Y no llevaban mascarilla los alumnos?

―No, no. Claro que no... Ni los maestros...

―Y dígame, señora V.,... no se ría de lo que le voy a preguntar... ¿Ha visto en Holanda, qué sé yo... muchas fosas comunes? ¿O hileras de ataúdes, o entierros masivos? Cosas así...

―Ja, ja, ja... ¡qué tontería! ¿Por qué tendríamos que haber visto algo así?

―No sé... es que en España conozco gente muy informada que me explican que estamos atravesando la peor pandemia desde hace un siglo... y por eso...

―¿Y no piensa que quizás están ustedes exagerando un poco? Nosotros lo que hemos visto han sido locales llenos de gente. Y terrazas de verano con muy buen ambiente. Y cosas así... nada más...

―Pues sí... posiblemente... Pero en fin, sea como sea, me alegro de que hayan vuelto ustedes sanos y salvos. Supongo que ya se quedarán aquí, en Lübeck...

―Pues no. La semana que viene vamos a hacer un viaje a la zona de Dresde, si el tiempo sigue bueno.

―A ver si hay suerte... Yo la semana que viene vuelvo a España...

El oficio de escritor consiste principalmente en dar con el adjetivo adecuado para describir una cosa

En cuanto terminamos la conversación entré corriendo en casa, para consultar en internet la gráfica de muertos por covid en Holanda. Ya que, por más que mis vecinos, como turistas despistados (y un poco mayores ya), no hubieran percibido la catástrofe, sin duda tenía que haber sido inmensa, dada la negligencia y la temeridad con la que los holandes están afrontando la pandemia.

¿El resultado?... Compruébelo usted mismo, estimado lector.

El caso es que regresé al patio un tanto perplejo, y tratando de encontrar alguna idea que me permitiera volver a situarme. Y fue entonces cuando recordé la enseñanza del venerable Josep Pla: El oficio de escritor consiste principalmente en dar con el adjetivo adecuado para describir una cosa, o un suceso, o una situación. ¡Hay que encontrar el adjetivo!

Pero, ¿qué adjetivo hubiera empleado Pla para iluminar una situación como la que estamos viviendo este año en España?

Probé muchos. Descarté todos. Y estando ya desesperado y por dejarlo, fue cuando se me ocurrió encender un toscano... ¡Y se produjo el milagro!

Créalo el lector, o no lo crea ―que eso es cosa de cada uno― el hecho fue como lo cuento: La voz del venerable comenzó a escucharse con nitidez entre las volutas de humo. Y lo que se escuchó fue esto:

―¡No le dé más vueltas, hombre de Dios! Mi opinión sobre lo que está ocurriendo ahora en España es insignificante. No tiene la más mínima importancia. Pero si de todos modos quiere conocerla, se la voy a dar: Lo que ocurre es que en este país hay muchos infelices.

―¿Infelices?

―Eso es: Infelices.

Y al tiempo que, con el humo, se iba desvaneciendo su sonrisa, quizás un tanto maliciosa, el venerable escritor añadió esto:

―Motivo por el cual entenderá usted perfectamente que ahora ni holandeses ni suecos quieran acudir a pagarnos la fiesta... No sé si me explico...

Doy fe de que este suceso ocurrió tal y como acabo de relatarlo. Y estaré dispuesto a ratificarme en todos los pormenores del mismo, en caso de que las autoridades eclesiásticas lo requieran. Autoridades a las que acudo, por medio de esta crónica, con la humilde súplica de que reimpulsen cuanto antes el proceso de beatificación del venerable Josep Pla, que tan grandes milagros sigue haciendo en nuestros días.

Francisco José Soler Gil es profesor titular de Filosofía de la Universidad de Sevilla.

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