Nuevo rey en el tablero

El 2 de junio no es un día cualquiera en la Maison de Victor Hugo, en el número 6 de la Place des Vosges, la plaza más antigua de París y, sin duda una de las más bellas. Fue un 2 de junio de 1841 cuando el autor de Los Miserables ingresó en la Academia Francesa después de dos intentos fallidos en los cinco años anteriores. Todo lo relacionado con Victor Hugo -además de escritor, también político y, en menor medida, pintor, como se observa en los dibujos expuestos al público en el que fue su apartamento del Marais durante 16 años- goza en Francia de un recuerdo permanente, como corresponde a quien está considerado una de las figuras clave de la democracia francesa y de la Tercera República. A su legado acuden filósofos, historiadores y políticos como exponente de la irritación ante el sufrimiento y la injusticia social que hizo universal en la conmovida rebeldía de su desgarrado Jean Valjean. En esta Francia torturada tras las europeas, Hugo abanderaría todo aquello que hoy se echa en falta: desde garantías para proteger la dignidad del ser humano hasta unidad en el proyecto europeo. No le fue fácil. Por defender sus ideas, pasó 19 años en el exilio, quince de ellos en la isla de Guernsey, en el canal de la Mancha, al oeste de las costas de Normandía y de soberanía británica.

¡Qué paradoja! Normandía y revuelta social. Irritación de la ciudadanía con los gobernantes. Un vendaval que hoy ya no va a ser revolucionario sino democrático. De abajo arriba. Y Normandía nos recuerda hoy mismo, en el 70.º aniversario del desembarco de las tropas aliadas que marcaría el inicio del final de la Segunda Guerra Mundial, la necesaria unidad para defender la democracia. Pero también los errores que se cometieron dejando crecer el totalitarismo y la intransigencia del nazismo. Todo está dispuesto en las playas del desembarco para recibir esta mañana a diecinueve jefes de Estado y de gobierno. Estarán Obama y Putin, uno al lado del otro pero más lejos que nunca, a una distancia sideral. Sin embargo, nadie brillará tanto como la reina Isabel II que con 88 años y 62 de reinado protagonizará su quinta visita oficial. Los franceses sienten respeto y agradecimiento hacia los americanos, escepticismo y temor contenido a los alemanes y simpatía hacia los ingleses, y de una manera muy especial hacia la reina.

Han pasado 66 años desde que cruzó por primera vez el Canal en viaje oficial, aún como princesa. Era en mayo de 1948, Isabel II apenas había cumplido 26 años y el imperio británico tenía poco que ver con el actual. En más de seis décadas de reinado, ha asistido a la independencia de 33 territorios como nuevos países soberanos. Independencia respecto a Inglaterra, que no siempre respecto a su corona. Tampoco consta que le temblara el pulso de la mano con que cada tarde sostiene la taza de té cuando Cameron y Salmond acordaron el referéndum de Escocia. En cualquier caso, si algo tembló lo disimuló bajo su inexpresiva parsimonia. Es la conocida flema británica que tan práctica resulta en tiempos de crisis. Por responsabilidad o por desconfianza hacia su hijo Carlos, Isabel II no abdicó ni cuando la corona se tambaleó por la grave caída de popularidad en las encuestas de aquel annus horribilis de 1992. Hoy, recuperada del bajón, asiste impasible a renuncias como la histórica de Benedicto XVI en el Vaticano o la de jefes de casas reales vecinas, toda una epidemia que ha revuelto tres tronos en poco más de un año: Holanda, Bélgica y la más clamorosa, España.

¿Qué ha sucedido en la Corona española para que quien lo había descartado siempre haya cambiado de criterio? En el libro del aristócrata José Luis de Vilallonga publicado en 1991 y que lleva por título El Rey: conversaciones con D. Juan Carlos I de España, el Monarca hacía suyo el parecer de su padre: “¿Sabes, Juanito? Un rey no debe abdicar jamás. No tiene derecho”. Cierto que han pasado más de 20 años de ese texto, que su salud se ha resentido de una manera importante durante estos últimos tiempos y que el CIS ha venido arrojando un suspenso en su valoración desde octubre del 2011 y muy por debajo del cuatro (3,72 el último barómetro) desde su accidente en una cacería de elefantes en Botsuana en el 2012. La inédita petición pública de perdón marcó el punto álgido de aquella crisis. Pero, pese a ello, no aparecen datos irrefutables de que en los últimos meses su actitud y su pensamiento hubieran sido modificados. Su gesto no es comparable, por ejemplo, con la renuncia de la reina Beatriz, que a los 75 años, hace algo más de un año, cedió el trono a su hijo Guillermo, como antes había hecho la reina Juliana y previamente la reina Guillermina en 1948, instaurándose así en los Países Bajos una norma no escrita que ha dado estabilidad y muy buen resultado.

Estamos, por tanto, ante una abdicación de marcado carácter político. Fruto de la doble crisis institucional y de partidos en que se encuentra España y que ha provocado en muchos aspectos el colapso del país. No en la gestión del día a día. Tampoco en el cumplimiento de las directrices europeas, muchas veces incomprensibles e injustas, que llegan desde Bruselas. Pero sí en la carencia de visión estratégica para poner al día el caducado proyecto de la transición española y de su Constitución, que hoy ya no es el lugar de encuentro que fue, sino causa de muchos de los problemas y refugio -o absurdo pretexto- del inmovilismo.

Esta doble crisis, que se ha venido larvando ante nuestras narices, requiere para su solución diagnóstico certero, audacia de planteamiento, celeridad en la resolución y concesiones importantes. Los resultados de las elecciones europeas han señalado los retos al sistema actual que se avecinan: final del bipartidismo político, como lo hemos conocido hasta la fecha; un giro radical en el PSOE hacia la izquierda que desbordará claramente los postulados actuales con un partido menos institucional, abierto a cambios en el modelo de Estado y mayor proximidad a los nuevos movimientos sociales, y un PP también herido, que, probablemente, cuando despierte de su actual letargo, ya no tendrá tiempo para reaccionar puesto que el omnipresente poder territorial conservador en ayuntamientos y autonomías entrará en crisis el próximo mayo, incluyendo Madrid y Valencia. Paralelamente las mayorías soberanistas, ya no nacionalistas, confirmarán su hegemonía en Catalunya y Euskadi. Y, planeando sobre el nuevo escenario político que se está configurando, pesará cada vez con mayor contundencia una incógnita que hoy no tiene respuesta: ¿el referéndum sobre monarquía o república puede obviarse de la agenda del futuro?

Esta es la España que va a heredar Felipe VI tras la abdicación de su padre el 2 de junio. La carpeta más compleja y urgente del nuevo rey será la catalana. La cuenta atrás para la consulta independentista del 9 de noviembre continúa su marcha inmutable. La impulsa la ley que aprobará el Parlament en las próximas semanas, que -y esto no hay que olvidarlo- ha sido acordada por una mayoría de los partidos políticos catalanes. Las Cortes ya han rechazado su celebración, igual que el Gobierno español; el president Mas ha dicho taxativamente que la consulta se mantiene y ha recordado que la apuesta por el derecho a decidir es muy mayoritaria en la sociedad catalana. Es el momento de saber si realmente alguien tiene algo nuevo que decir. Con motivo de la última huelga general, el presidente Rajoy no tuvo inconveniente en parafrasear una de las citas más populares de Víctor Hugo en que explica que el futuro tiene muchos nombres: “Para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos lo desconocido, para los valientes la oportunidad”. Pues eso.

José Antich

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