Nuevos aires en política

Si las tragedias griegas nos siguen atrapando es debido, en gran parte, a que en ellas sentimos reflejadas muchas de las bajas pasiones que todavía hoy nos atenazan. Y es que la esencia humana ha permanecido casi inalterada a lo largo de los siglos. Por eso, no me extraña que Podemos esté dudando en poner en marcha candidaturas en todos los municipios, ya que seguro que se le colarían entre sus candidatos personas poco recomendables que podrían dar al traste con una de sus banderas clave: la lucha contra la corrupción.

Si hemos sido capaces de poner límites a estas tendencias innatas, ha sido en gran medida debido al efecto positivo del proceso de civilización, que ha permitido la emergencia y consolidación de principios morales y éticos en el camino hacia la construcción de sociedades más humanas. Y es que solo el contacto y la convivencia entre las personas permite el alejamiento de la perspectiva individualista y el acercamiento a otra colectiva o comunitaria, requisito imprescindible de toda política.

Entiendo que iniciativas como Podemos, Ganemos, o sus antecedentes (15-M, mareas y plataformas varias), tienen en común, precisamente, reclamar una nueva vuelta de tuerca que nos permita dar un paso más en este proceso siempre inacabado de democratización y humanización de nuestras sociedades. Y eso tiene su reflejo en una nueva forma de hacer política, que actualmente tiene un amplio respaldo ciudadano.

Esa política incipiente posee varias características que es preciso conocer. En primer lugar, tal y como pusieron de manifiesto las ya casi olvidadas manifestaciones vinculadas al 15-M, se diluye la frontera entre la derecha y la izquierda; lo que activa políticamente a los ciudadanos es una divisoria entre las víctimas del sistema (y de la crisis) y sus beneficiarios. Por eso estos nuevos movimientos son transversales y reúnen en su seno perfiles de personas que, podríamos decir, comparten una unidad de destino: parados, autónomos y pequeños empresarios, funcionarios, pensionistas, colectivos estigmatizados, etc.

En segundo lugar, estos nuevos movimientos se pegan a la gente y se sienten orgullosos de pertenecer y ser la base ciudadana, huyendo en la medida de lo posible de las dinámicas de representación, propias de la política que conocemos. En este sentido, no quieren dejar la política en manos de los partidos y su burocracia, ni en los políticos profesionales y plantean una estrategia asamblearia, basada en juntarse, hacerse oír y reclamar un sitio protagonista en los procesos de toma de decisiones. Se piensa que esta es la única forma de poner fin a algunos de los males de la política de nuestro tiempo, como la corrupción y el distanciamiento de los intereses generales. El rechazo de la figura del representante en favor del portavoz, y la posibilidad de revocación de los cargos electos, son mecanismos que han articulado para reducir estos riesgos.

Estos dos elementos conllevan una derivada: el interés por lo más cercano o local y, en consecuencia, la diversidad y la fragmentación. La fórmula de círculos autónomos de Podemos o la forma municipalista de construir la iniciativa de Ganemos dan clara muestra de este hecho. Aunque parezca contradictorio, esto da lugar a la tercera característica de la nueva política: la pérdida de relevancia de la oposición entre nacionalismo (o regionalismo) y españolismo. Y es que en la nueva política confluyen en la calle y en la plaza todos los interesados en dar una respuesta a las demandas de los ciudadanos y a la regeneración de las instituciones.

Precisamente, es el proceso de institucionalización el que constituirá una verdadera piedra de toque de esta nueva forma de hacer política. Si, como decía al principio, estos movimientos representan un nuevo reverdecimiento de la democracia, necesariamente han de dar el paso a la conquista de las instituciones y a la introducción de novedosos sistemas de control y contrapesos que dificulten al máximo las prácticas corruptas y que permitan perfeccionar la participación efectiva de la ciudadanía en la toma de decisiones, huyendo del dominio de otros poderes (económicos, religiosos, mediáticos, etc.) y colocando el interés general en el centro del debate político.

La vitalidad estos movimientos y la confianza en sí mismos les hace abominar de los viejos partidos, rechazando cualquier tipo de aproximación a ellos. Sin embargo, intuyo que el acercamiento está cercano. De un lado, la previsible entrada de estas iniciativas en las instituciones les obligará a establecer cauces de comunicación y a llegar a consensos en el día a día. De otro lado, los partidos tradicionales se están fijando en las prácticas desarrolladas por estos movimientos para adaptarlas e incorporarlas en sus propias dinámicas de funcionamiento.

Espero que ambas tendencias desemboquen finalmente en la mejora de nuestra sociedad y de nuestro sistema político-institucional.

Jaime Minguijón Pablo, sociólogo.

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