Nuevos caminos para la financiación del desarrollo

Cuando el próximo año termine el plazo establecido para los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), el mundo podrá inventariar muchos logros. Se ha reducido a la mitad el número de personas que carecen de acceso al agua potable, lo que mejora las vidas de más de 100 millones de habitantes de barrios pobres; se ha fortalecido la igualdad de género en la educación; y, se ha logrado que la atención de salud sea más accesible para millones de personas. No obstante, aún queda mucho más por hacer, muchos países se están quedando atrás, y hay una gran cantidad de discrepancias dentro de los países.

La agenda de desarrollo post-2015 promete tomar a su cargo los temas que queden pendientes en los ODM, como también adicionar objetivos relacionados con la inclusión, la sostenibilidad, el empleo, el crecimiento, la gobernanza y la cooperación. El éxito dependerá de la habilidad que tengan los líderes mundiales para aplicar las experiencias del pasado, no solamente al desarrollo de políticas y programas eficaces, sino que también a la búsqueda de formas innovadoras para financiar dichas políticas y programas.

Un informe reciente del Grupo del Banco Mundial (GBM) sobre la Financiación para el desarrollo post-2015  identifica tres consideraciones principales que se deben tomar en cuenta en la próxima agenda de desarrollo. En primer lugar, en la actualidad la mayoría de los pobres del mundo viven en países de ingresos medios, y muchos de ellos viven en países de altos ingresos. En segundo lugar, el centro del debate sobre la financiación para el desarrollo se ha expandido, desde un enfoque en la cantidad de la ayuda a uno más amplio que se extiende a la calidad de la misma – incluyendo su poder para apalancar otras fuentes de financiamiento. En tercer y último lugar, las economías emergentes se han convertido en importantes motores de crecimiento económico a nivel mundial, estrechando cada vez más sus vínculos con países en desarrollo.

En este cambiante panorama económico, la financiación de una agenda de desarrollo transformadora requerirá de un nivel de cooperación sin precedentes, entre gobiernos, donantes y sector privado, así como también de políticas e instituciones que faciliten el uso más eficiente de los recursos existentes y la atracción de nuevas y diversas fuentes de financiación. El informe del Grupo del Banco Mundial apunta a cuatro pilares fundamentales de la financiación para el desarrollo: movilización de los recursos internos, mejor y más inteligente ayuda, financiamiento privado interno y financiamiento privado externo.

Para los países en desarrollo, sus recursos internos constituyen la mayor reserva de fondos disponibles, dichos fondos movilizaron $7,7 millones de millones de dólares, principalmente a través de impuestos, aranceles, y cobros por concesiones de recursos naturales. Pero, mientras que los ingresos de los países en desarrollo han crecido anualmente en un 14% desde el año 2000, los ingresos fiscales promedio en los países más pobres se sitúan solamente en un nivel de entre el 10 al 14% del PIB, en comparación a un 16 al 20% en los países de ingresos medios y entre un 20 al 30% en países de ingresos altos.

La mejorada movilización y gestión de los recursos internos – que se logra, por ejemplo, a través de una mejor administración tributaria, una mayor capacidad para negociar y gestionar los contratos de recursos naturales, y el establecimiento de  mecanismos más eficaces para limitar los flujos financieros ilícitos y la fuga de capitales – podría mejorar considerablemente la situación. Una reforma de los subsidios también ofrece un ámbito significativo para aumentar los ingresos. En el año 2010, solamente el 8% de los aproximadamente $400 miles de millones de dólares en subsidios a los combustibles fósiles llegaron al 20% más pobre de la población.

Pero esto no exime a las principales economías de su responsabilidad de apoyar al desarrollo. Por el contrario, una mejor y más inteligente ayuda es fundamental para la financiación de la agenda para el desarrollo post-2015.

Si bien los recursos de los países en desarrollo hacen que la asistencia oficial para el desarrollo (AOD),  que en el año 2012 llegó a la cifra de $128 mil millones de dólares, parezca muy pequeña, dichos fondos constituyen más del 40% de los presupuestos públicos de algunos países frágiles y afectados por conflictos. Como resultado, durante las últimas décadas la AOD ha desempeñado un papel central en cuanto a sacar a personas de la pobreza extrema, a financiar inversiones en infraestructura humana y física, y a allanar el camino de la reforma económica.

Sin embargo, las presiones fiscales en muchos de los países más ricos se han traducido en una disminución del 6% en AOD desde el año 2010 (en términos reales), a pesar de que han surgido nuevos gobiernos donantes y fundaciones privadas de gran tamaño. En este contexto, los líderes mundiales deben identificar los mecanismos para mejorar la eficacia de la AOD. Por ejemplo, pueden canalizar la ayuda hacia sectores tales como la salud y la educación, donde es improbable que se materialice la financiación privada, mientras que también se debe usar la AOD para atraer más financiación del sector privado, como por ejemplo a través de sociedades mixtas públicas - privadas o la mitigación de los riesgos de inversión.

Esto nos lleva a la tercera fuente clave de financiación para el desarrollo: la financiación privada interna. La construcción de un sector privado robusto capaz de fomentar el crecimiento inclusivo, la creación de puestos de trabajo y la ampliación de la base de los ingresos internos requiere de un mejor acceso a la financiación para las empresas micro, pequeñas y medianas. La inclusión financiera, respaldada por un marco regulador sólido, alienta la concesión responsable de préstamos y promueve la innovación. Está en manos de los gobiernos crear un entorno que permita que las empresas echen raíces, compitan y crezcan. A cambio, las empresas deben ir más allá de los estándares mínimos de responsabilidad social corporativa con el fin de ayudar al progreso del bienestar humano y la sostenibilidad ambiental.

La pieza final del rompecabezas es la financiación privada para el desarrollo que proviene del exterior, esta financiación se hace efectiva a través de la inversión extranjera directa, los préstamos bancarios internacionales, los mercados de bonos y acciones, y las remesas privadas. Si bien los ahorros a nivel mundial ascienden a $17 millones de millones de dólares y la liquidez se encuentra en su punto histórico más alto, una porción relativamente pequeña de estos recursos está siendo canalizada hacia inversiones que respaldan los objetivos de desarrollo, tales el cierre de la gran brecha de infraestructura.

Los proyectos de alta calidad y las innovaciones dirigidas a mitigar los riesgos pueden despejar el camino para la participación del sector privado, mientras que sociedades público-privadas bien diseñadas y mercados nacionales de capital desarrollados pueden ayudar a “atraer” a inversores hacia áreas críticas. Los mercados de bonos en moneda local, los fondos verticales para bienes públicos globales, los mercados de carbono, y nuevos mecanismos para atraer a los inversores institucionales y a los fondos soberanos también podrían ser de ayuda. Por último, ya que las remesas exceden los $400 mil millones de dólares al año, hay espacio para desarrollar instrumentos financieros que facilitarían las inversiones de las comunidades en diáspora en proyectos de desarrollo.

Este abordaje a la financiación para el desarrollo no es totalmente nuevo. En el año 2002 la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo convocada por las Naciones Unidas dio origen al Consenso de Monterrey, que enfatizó la importancia de la movilización de recursos internos, la ayuda, la inversión, el comercio internacional, las instituciones y la coherencia de políticas en la financiación del desarrollo.

Como una reciente Resolución de la ONU señala, lo que se necesita ahora es una conferencia de seguimiento, en la que los líderes mundiales examinen las lecciones aprendidas a partir del año 2002 con el objetivo de determinar cómo avanzar en los objetivos de desarrollo post-2015 en el contexto de un panorama económico global cambiante. Una reunión “Monterrey II” ayudaría a que los países obtengan una imagen más clara y más realista sobre las fuentes de financiación que se encuentran disponibles, lo que les permitiría priorizar las inversiones necesarias – y por lo tanto, podrían contribuir al lanzamiento exitoso de la agenda de desarrollo post-2015.

Mahmoud Mohieldin is the World Bank President's Special Envoy. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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