La meta que anunció recientemente el presidente de EE. UU., Joe Biden —reducir a la mitad las muertes por cáncer en el país en los próximos 25 años, con un alentador énfasis en la detección temprana y la prevención—, parece audaz, pero podemos hacer más todavía para enfrentar la enfermedad... y en menos tiempo.
Eso se debe a que los avances logrados en la última década nos dieron las herramientas para pasar de combatir los tumores cancerígenos a identificar e interceptar los mecanismos biológicos que los causan. El problema es que el sistema de salud, diseñado para gestionar síntomas, aún no reembolsa los gastos para la prevención y el bienestar. Necesitamos entonces un nuevo enfoque osado y ambicioso que nos permita adaptar nuestra manera de pensar y nuestras instituciones a la nueva ciencia, como hicimos ante la pandemia de COVID-19.
Durante más de un siglo se capacitó a los médicos clínicos para que definan y traten las enfermedades que pueden ver, por eso clasifican los tumores según los lugares del cuerpo donde los encuentran. ¿Pero qué pasa si el daño que causa el tumor ocurre en otro sitio?
El motivo por el cual los cánceres suelen reaparecer después de su extirpación, la radiación y la quimioterapia puede ser que los tumores no son el problema fundamental sino los síntomas terminales de lo que llamamos agresiones genéticas, que desatan una cascada de disfunciones celulares que avanzan durante meses o años antes de que aparezcan los tumores. Aprendimos esto en los últimos años gracias a la decodificación del genoma humano y la comprensión progresiva del funcionamiento de los distintos genes —específicamente, del efecto de una mala transcripción en las proteínas y otros elementos clave de la química celular—.
Estas herramientas nos permiten «ver» las causas de los cánceres en el punto de impacto molecular. El proceso comienza con un daño genético, a veces en la «línea germinal», o heredado, y a veces provocado por causas «epigenéticas» como toxinas ambientales, una alimentación poco sana u otros estilos de vida. A ambos tipos de daño se suman la influencias de la edad, la etnia y otros factores, que conjuntamente conforman la constitución biológica de cada persona, o su fenotipo profundo.
Los cánceres surgen cuando falla nuestro sistema inmune nativo. Las mutaciones genéticas nos ocurren a todos millones de veces al día, y nuestro sistema inmune se ocupa de ellas. La pregunta es por qué algunas personas sufren una proliferación descontrolada de células mutantes.
Aunque la respuesta inmune de cada persona depende de su fenotipo profundo único, sabemos que el envejecimiento es uno de los factores involucrados. El sistema inmune evolucionó durante miles de millones de años y tiene su propio ritmo de adaptación a las nuevas toxinas y estilos de vida de rápida aparición de las sociedades industriales y posindustriales. Esto sugiere que a medida que envejecemos acumulamos más agresiones genéticas y, por lo tanto, un mayor riesgo de cáncer y otras afecciones biológicas.
Las tecnologías modernas que nos permiten centrarnos en la historia molecular de cada paciente nos proporcionan la oportunidad de escribir el capítulo definitivo de la guerra contra el cáncer. La meta debiera ser entender la forma específica en que aparece la enfermedad en la constitución biológica de cada paciente y cómo la afectan las características de su fenotipo profundo.
Podemos hacer esto en la actualidad porque existen nuevas herramientas de medición objetiva que permiten a los científicos rastrear la composición biológica de la gente mucho antes y con más precisión de lo que podrían hacerlo con imágenes diagnósticas. Por ejemplo, los biosensores pueden captar la experiencia de los pacientes fuera de los límites físicos de las instituciones de atención sanitaria. Y la inteligencia artificial puede detectar señales de problemas evaluando la gran y diversa cantidad de datos biológicos transversales que obtenemos con las modernas tecnologías de secuenciación e imágenes.
El hecho de que el cáncer evolucione y se exprese de manera diferente en cada caso individual tiene implicaciones enormes para el proceso de aprobación de las nuevas terapias. En la actualidad, esto implica prolongados y lentos ensayos en los que participan grandes cohortes de pacientes con síntomas similares en la etapa terminal, pero en la nueva fase de la guerra contra el cáncer crearemos soluciones a partir de resultados exitosos individuales para poblaciones más amplias que compartan características clave en sus fenotipos profundos.
Nuestro sistema de salud no se está adaptando con suficientemente velocidad... todavía. Un resultado alentador de la pandemia de la COVID-19 es que la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. —el guardián regulatorio de la ciencia en evolución— ha mostrado más predisposición para acelerar los nuevos enfoques. Y las grandes empresas farmacéuticas se están dando cuenta de que no necesariamente necesitan nuevos medicamentos, sino una mejor comprensión de qué les pasa a los pacientes y combinaciones selectivas de intervenciones adecuadas a la biología de cada persona. Los investigadores y médicos clínicos recuperarán terreno cuando las empresas aseguradoras y los programas nacionales comiencen finalmente a pagar las evaluaciones y análisis de fenotipos profundos.
La pandemia demostró que las nuevas tecnologías pueden ayudar a solucionar grandes problemas sanitarios rápidamente. Específicamente, sabemos que se puede programar y estimular al sistema inmune humano para que ataque cambios moleculares potencialmente perjudiciales mucho antes de que causen síntomas visibles.
Del mismo modo debemos reinventar ahora la forma en que detectamos el cáncer. Si podemos seleccionar los procesos microscópicos anómalos, podemos interceptarlos. Y si podemos interceptarlos, podremos finalmente adelantarnos a ellos y prevenirlos, extendiendo así la vida sana de la gente. Eso transformaría nuestro actual sistema de gestión de síntomas en una verdadera atención de la salud, tanto contra el cáncer como para muchos otros desafíos de salud aún no resueltos.
Daniel J. Arbess, CEO of Xerion Investments and founder of Xerion Precision Biosciences, is a member of the Council on Foreign Relations and serves on the boards of Cancer Expert Now and the Global Virus Network. Traducción al español por Ant-Translation.