Nunca como ahora se cuestionó a España como nación

Hace veinte años, la Real Academia de la Historia publicó un interesantísimo libro, titulado España como nación, que en aquel momento respondía a la necesidad de dar una respuesta contundente y científica a la ya entonces frecuente especie de considerarla como «un amasijo artificial de varias entidades verdaderamente nacionales», pero no una nación verdadera en sí misma. A esa especie, puesta en circulación por el nacionalismo vasco y el catalán, en primer plano, con reflejo en algunos ámbitos del gallego, se habrían de unir las frivolidades del presidente del Gobierno, Zapatero, autor de tan brillantes asertos como que el «concepto de nación es discutible y discutido». No fue suya, ni de González (que la usó tempranamente) ni de Sánchez, que la emplea a veces, la frase de que «España es una nación de naciones», sino del catalán Cambó, pero no con menos hostilidad con que luego se ha empleado en nuestros días.

La Real Academia de la Historia ya señalaba entonces que en algunos manuales de historia o de geografía se desvinculaba la historia regional de la del mundo circundante, y que los ríos sólo se estudiaban en el tramo en que fluyen por el territorio propio y que los límites provinciales o regionales se presentasen como fronteras, al tiempo que se silenciaban o negaban (cuando no simplemente se manipulaban) los más obvios lazos históricos, políticos, económicos o culturales que forman la historia común. La Real Academia de la Historia consideró un deber institucional organizar un ciclo de conferencias en el que algunos de sus miembros expusieran con rigor científico, documentación fiable y honestidad profesional la innegable condición nacional de España, cuyos textos fueron recogidos en la citada obra.

En el prólogo de su conferencia, el historiador José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano escribía: «En diferentes lugares de nuestro país, varios personajes, personas y personajillos manifestaron su convencimiento, divulgado por prensa y audiovisuales, de que España no constituía una nación, sino una etiqueta estatal donde se aglomeraban artificialmente algunas realidades nacionales bien definidas junto a otras de más borrosa personalidad, a las cuales, en último extremo, cabría limitar el concepto residual de España […]». Ante el volumen y reiteración de las voces que negaban las dimensiones y hasta la propia existencia de la nación española, la Academia de la Historia, entre cuyas tareas figura la de iluminar las tinieblas de las mentes o de los propósitos, creyó oportuno abandonar el discreto silencio de sus quehaceres para exponer su opinión sobre asunto de tanta importancia, no se fuese a tomar su mudez por aquiescencia, insensibilidad, soberbia o sordera.

En un trabajo al respecto en la Revista de Occidente, hace cerca de 40 años, Anthony D. Smith, al referirse a los tres conceptos generales de nación (eso que Zapatero dijo que era «discutible y discutido») los concretaba en una comunidad cívica basada en un sistema común de leyes que obliga a todos los ciudadanos, cuya voluntad es el origen de la ley. Los nacionalistas civilistas la sostienen sobre el territorio donde convive la comunidad política y, por último, esa cultura común se construye sobre una «religión civil», apoyada en un sistema educativo, público y unificado. Renan, por su parte, en una célebre conferencia dictada en La Sorbona en 1882, titulada «¿Qu´est-ce que une nation» dijo que la nación precisa un pasado que legitime la existencia nacional y, sobre todo, por «la voluntad humana de unidad, un alma, un principio espiritual y una gran solidaridad, aunque hubiera diferencias de razas y de hablas. Esa agregación de hombres crea una conciencia moral que se llama nación».

Lamentablemente, pese a le temprana y alertadora advertencia de la Real Academia de la Historia, en el panorama actual las cosas han ido a peor, y se ha pasado de la mera negación intelectual a poner en marcha los mecanismos que desconfiguren esa entidad nacional como parte común de la nación española, por parte de determinados sectores de la clase política que unen a la ignorancia la osadía.

Fernando Ramos es periodista.

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