Obama, ¿ganador o colocado?

El novelista Paul Auster declaraba hace unos días en Barcelona que si había una razón para que Barack Obama perdiese las elecciones sería solo su color de piel. Ni metáforas, ni coincidencias, ni campañas difamatorias. El color y las dudas de hasta qué punto Estados Unidos sigue siendo racista eran los únicos motivos que abstenían al popular escritor estadounidense de hacer predicciones sobre el resultado del 4 de noviembre. Al manifestar la razón principal de una posible derrota del candidato demócrata, Auster silenciaba a todos aquellos que se han pasado la campaña buscando razones imposibles para el fracaso de Obama en las urnas. Algunas hasta inverosímiles, pero tan curiosas, que solo por su paralelismo con la trayectoria del líder negro deben ser recordadas a los lectores.

El protagonista en este caso es un caballo de nombre Big Brown (el Gran Marrón). Su intromisión en las elecciones ha hecho que pocas veces en la carrera hacia la Casa Blanca deporte y política hayan cabalgado tan unidos como en esta campaña. Incluso se ha llegado a ver una increí- ble similitud en el enfrentamiento entre Obama y John McCain, con el duelo que mantuvieron en 1988 los candidatos Michael Dukakis y George Bush padre. Todo a causa de una construcción metafórica, basada en hechos reales, iniciada involuntariamente el pasado mes de mayo por la senadora Hillary Clinton en el derbi de Kentucky, la primera gran carrera de caballos que compone las tres pruebas hípicas de la Triple Corona.

Un día antes del derbi, la esposa del ex presidente utilizó una metáfora para reafirmar su candidatura en las votaciones del segundo supermartes demócrata por la presidencia de EEUU. Hillary Clinton manifestó en un mitin en Kentucky que, si había que apostar por algún caballo participante, este no podía ser otro que la única yegua presente, de nombre Eight Belles. Acto seguido, la prensa escogió a Big Brown como el favorito de su rival Obama, elección bien recibida por el senador y su comitiva, no solo por identificarse con el nombre (Gran Marrón), sino por su parecida trayectoria profesional (sin experiencia previa apenas) y por ser un icono de la clase trabajadora (Big Brown es el sobrenombre de las populares furgonetas marrones de paquetería que conducen los asalariados de la multinacional UPS).

El resultado no le pudo ir peor a la senadora en un hipódromo con 160.000 aficionados y 15 millones de espectadores frente al televisor. La yegua quedaba segunda por detrás de Big Brown y debía ser sacrificada en la misma pista tras fracturarse las dos patas delanteras. Los medios de comunicación estadounidenses se cebaron con el suceso y presagiaron irónicamente el mismo destino en las primarias demócratas. Un mes después, los presagios se cumplían y Hillary Clinton se descabalgaba de la carrera hacia la Casa Blanca. El purasangre arrasaba en la segunda prueba de la Triple Corona y el equipo de Obama sentía como algo suyo, a instancias del clamor popular, el lema 2008, el año de Big Brown: por primera vez en las últimas tres décadas un caballo podía ganar el prestigioso título y por primera vez en la historia un candidato de color podía ser presidente de Estados Unidos.

El sábado 7 de junio, 48 horas después de que la esposa del expresidente anunciase su retirada, Big Brown visitaba imbatido la pista neoyorquina de Belmont Park para disputar como gran favorito la tercera carrera de la Triple Corona. La última prueba para coronarse el potro más importante del planeta. El caballo llegaba el último de los nueve participantes y cruzaba la meta totalmente desfondado. No se le detectaba ninguna lesión. Solo la ansiedad por llegar el primero fue la única justificación de la inexplicable derrota para todo su equipo de cuidadores.

Desde aquel momento, en el Partido Demócrata ya no se hizo ni una sola mención a Barack Big Brown Obama. Eran los republicanos, entonces, quienes comenzaban a apropiarse de la historia del caballo. Ponían en marcha su aparato propagandístico y ventilaban en la prensa el fracaso del purasangre como presagio del resultado final que se iba a encontrar su adversario demócrata el 4 de noviembre.

A partir de aquí, y con los sondeos en la mano, que cada cual piense lo que quiera. Los demócratas han pasado página con rapidez. Los republicanos se han quedado en ella. Y los más curiosos han encontrado una nueva: el único precedente en los últimos 30 años donde coincidieron elecciones presidenciales y un posible ganador de la Triple Corona fue en 1988, cuando el demócrata Michael Dukakis y el republicano George H. W. Bush lucharon por la presidencia. Dukakis, como Obama tiene en su carnet, era hijo de inmigrantes y con apellido no anglosajón; Dukakis, como Obama con Hillary Clinton, acabó con las aspiraciones de su compañero de partido, el reverendo negro Jesse Jackson; Dukakis, como Obama con las diatribas de su pastor espiritual Jeremiah Wright, se enfrentó a las campañas difamatorias republicanas que lo acusaron de ineficacia contra la criminalidad. Incluso Sunday Silence, como Big Brown, cayó en el hipódromo de Belmont Park cuando lo tenía todo para convertirse en el mejor.

¿Ganador o colocado? Obama corre. McCain espera.

José I. Castelló, periodista y profesor de Periodismo de la Universitat Abat Oliba.