Obama da su bendición a los Castro

Los hermanos Castro no han podido más que celebrar con júbilo la visita del presidente Obama a Cuba, el 22 de marzo, y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y económicas con EE.UU. El embargo no ha logrado derribar su régimen, pero el reconocimiento garantiza, sin duda, su consolidación. Los dos compinches acaban de conseguir una garantía para su supervivencia y carta blanca para sus sucesores, a los que elegirán y que, probablemente, se parecerán a ellos. Y es que Obama, no contento con legitimar la dictadura de los Castro, se ha comprometido a no interferir en los asuntos internos cubanos, a no intentar cambiar el régimen y a no imponer la democracia y el respeto de los derechos humanos. Obama, traicionando así todos los valores de Occidente, ha llegado incluso a admitir que podían existir varios tipos de regímenes políticos dependiendo de los países, lo que le sume en un relativismo moral absoluto. En su defensa, muy tibia, de los derechos humanos y del derecho a la disidencia, Obama ha declarado en La Habana que se trata de valores propios de EE.UU., pero que no se plantea exportarlos. Este realismo a ultranza de un presidente que, hace ocho años, fue elegido como idealista coincide con las posturas más pesimistas de la realpolitik encarnadas por la presidencia de Richard Nixon y de Henry Kissinger, su gurú.

Obama da su bendición a los CastroAdmitiremos con Obama que sustituir la dictadura castrista por una democracia impuesta desde el exterior no tendría sentido, pero ¿dónde acaba el relativismo? ¿Es cualquier régimen tolerable porque es diferente? Entendemos lo desmoralizados que están hoy en día los exiliados cubanos y los demócratas que se han quedado en la isla por la renuncia moral de Obama. Y en cuanto a los millones de víctimas de la revolución castrista, pues bueno, habrán cometido el error de equivocarse de lucha.

Al conferir legitimidad a los vencedores, Obama reconoce también toda la mistificación castrista. Este régimen solo ha sido y sigue siendo una dictadura militar dentro de la tradición caudillista latinoamericana, pero además totalitaria, que se vale de la ideología comunista. Y eso ha permitido a los Castro hacer creer a todos los «tontos útiles», expresión de Lenin para designar a sus apoyos occidentales, que su revolución había creado una nueva sociedad y que había llevado al pueblo cubano, a falta de prosperidad, a la felicidad indiscutible de la educación y la sanidad para todos. Es un argumento que Raúl Castro reiteró durante la rueda de prensa conjunta que celebró con Barack Obama. En esta misma representación, el menor de los Castro afirmó sin pestañear que no había presos «políticos» en Cuba, lo que, jurídicamente, es exacto, porque los disidentes, como en todos los países totalitarios, son encarcelados por otros motivos, como el desorden en la vía pública o el atentado contra la seguridad del Estado. Como todos los cubanos disfrutan de una educación y de una sanidad para todos (a diferencia de los estadounidenses), dice Raúl Castro, no hay lecciones que recibir de EE.UU., que se encuentra en una situación mucho peor. Si se repite una mentira, acabará por convertirse en verdad; esta es una técnica que se utiliza en todos los regímenes totalitarios. Y los Castro lo demuestran, porque en Europa y en EE.UU. suele aceptarse que esta mentira, la de la educación y la sanidad para todos, es verdad. Sin embargo, es falsa.

Cuba, antes de la Revolución castrista, era el país latinoamericano que ya contaba con el mayor grado de alfabetización y con la mayor esperanza de vida. La dictadura no ha hecho más que mantener lo que ya existía sin mejorarlo en absoluto. Permítanme añadir mi modesta experiencia a las frías estadísticas. Al haber visitado Cuba en varias ocasiones en las décadas de 1980 y de 1990, he conocido en la práctica lo que llaman educación, sanidad y cultura en Cuba. Los servicios sanitarios básicos se prestan a través de una red de dispensarios desvencijados, dignos de la década de 1960. A esto se le suman unos pocos hospitales verdaderamente modernos, reservados a los dignatarios del régimen, a los funcionarios de alto rango y a los extranjeros de paso a los que se quiere impresionar: es el viejo principio del pueblo Potemkin. En la educación existe la misma dicotomía: escuelas básicas para el pueblo y algunas universidades punteras para las élites del régimen. He comprobado que estas élites siempre son blancas en un país en el que los mestizos y los negros siguen relegados a los estratos más bajos de la sociedad. Nadie dice que en Cuba reina la discriminación racial y que solo los blancos llegan a los máximos cargos de la dictadura y tienen acceso a sus prebendas.

Cuba, ¿tierra de cultura? La visita a las escasas librerías de La Habana es edificante: en sus secciones solo se encuentran obras de propaganda marxista y las obras completas de Fidel Castro. Pues bien, esta impostura sobre la verdadera naturaleza del castrismo es bendecida hoy en día por Obama. Para defender al presidente estadounidense, los optimistas afirmarán que los intercambios comerciales van a debilitar al régimen castrista y van a llevar a la democracia, ahí donde el embargo ha fracasado. Es posible, pero no es lo que sucede en China o en Vietnam, donde resulta que los Gobiernos son más represivos que nunca. Lo más probable es que los Castro desaparezcan, pero el castrismo está lejos de agonizar.

Guy Sorman

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