Obama en el laberinto de Asia Central

La reciente decisión del presidente estadounidense de enviar 10.000 marines más a Afganistán para combatir a los talibán, los intentos de convencer a Israel para que admita la creación de un Estado palestino, y la tenue reacción ante la situación revolucionaria en Irán, muestran el difícil laberinto que tiene que recorrer Barack Obama y que configura un peligroso triángulo con tres vértices: Jerusalén, Kabul y Teherán.

Los tres tienen en común el hecho de ser herencia del extinto Imperio Británico, que resolvió a su manera la situación en cada uno de estos territorios. En el caso de Palestina, el Holocausto del pueblo judío removió la conciencia de los estados vencedores en la II Guerra Mundial, y propició en el comienzo de la era de las Naciones Unidas la creación del «Hogar Judío», que se transformaría en el Estado de Israel, asentado en las tierras de Palestina, cuando estaban bajo mandato británico. Es en 1947 cuando Israel, aceptado como Estado en la comunidad internacional, comenzó a desplazar de forma continua a una población asentada pacíficamente en la tierra sagrada de Oriente, iniciando así su andadura política en el mundo contemporáneo, con el apoyo del Reino Unido y de EEUU, originando una reversión de alianzas entre Occidente y el mundo islámico.

A lo largo de estas décadas, se ha impedido por todos los medios que los palestinos tengan un Estado propio con sus fronteras reconocidas, porque Israel no lo ha consentido nunca. Ahora Obama, el presidente conciliador, intenta convencer a Israel de la necesidad de que lo acepte. Pero aún están muy recientes los acontecimientos acaecidos sólo unos días antes de su toma de posesión. El 27 de diciembre de 2008, Israel inició la operación Plomo Sólido contra la franja de Gaza, y tras 22 días de guerra muy desigual, murieron más de 1.500 civiles, en ataques con bombardeos indiscriminados y el empleo de bombas de fósforo.

Israel ha incumplido reiteradamente numerosas resoluciones de Naciones Unidas, sin que EEUU haya presionado hasta ahora lo más mínimo a su aliado privilegiado en la zona. Israel tiene armas atómicas y un ejército perfectamente entrenado en la guerra, además de un servicio de inteligencia como es el Mossad, que conoce hasta los últimos detalles de la política y de la estrategia de los países de su entorno. Este permanente conflicto árabe-israelí se mantiene en beneficio de los intereses anglosajones y, muy especialmente, como manzana de la discordia que origina una permanente tensión entre los estados árabes próximos.

Difícilmente se podrá convencer a Israel de que acepte un Estado palestino. Y más difícil aún resulta imaginar la devolución de asentamientos y territorios apropiados ilegalmente, que pertenecen a Palestina. Pero es indiscutible que sin la creación de ese Estado independiente y soberano es imposible alcanzar una paz estable en Oriente Próximo.

Este hecho es perfectamente conocido en Kabul y en Teherán. Y sólo comenzarán a creer en la buena voluntad del presidente estadounidense cuando el Estado de Palestina sea una realidad. ¿Será capaz Obama de enfrentarse a Israel y a la poderosa comunidad judía en el mundo y en su propio territorio?

El segundo vértice en este laberinto triangular se encuentra en Afganistán, donde EEUU intenta desesperadamente formar un Estado mínimamente democrático, en un territorio en el que durante siglos fracasaron en el intento Gran Bretaña y Rusia. Pero no sólo les fue imposible a estas dos grandes potencias controlar Afganistán. Durante muchos siglos antes, fue un territorio difícilmente gobernable. Las luchas entre los pashtunes y los durrani fueron continuas. Los primeros se consideraban a sí mismos herederos del jefe Kais -compañero del profeta Mahoma- y fueron quienes formaron el incipiente Estado afgano que se enfrentó a los británicos, que trataban de controlar este territorio para proteger así el camino de la India. El intento británico de conquistar Afganistán fracasó, lo que originó un cambio de orientación en la política inglesa, que consistió en comprar a los ingobernables jefes de tribus afganas, convirtiendo el país en un Estado clientelar que vivía del comercio ilícito y del soborno. Finalmente, los británicos consiguieron dividir a los pashtunes, tras la conquista británica del noroeste de la India -lo que es hoy Pakistán-, quedando formalizada esta división por la Línea Durand, trazada por Gran Bretaña en 1893.

Tras la segunda guerra anglo-afgana, los británicos pusieron en el trono de Afganistán al emir Abdul Rehman, llamado el Emir de Hierro, que consiguió organizar Afganistán como un Estado centralizado. Las frecuentes revueltas hicieron que Gran Bretaña reconociese la plena independencia formal del país en 1919.

En plena Guerra Fría, Rusia intentó dominar Afganistán, para poder pasar los oleoductos de gas y petróleo desde las repúblicas de Asia Central hasta el Índico, fracasando completamente en su empeño. La guerra de guerrillas llevada a cabo por los combatientes afganos apoyados desde Pakistán hicieron fracasar al poderoso ejército soviético. Bien es cierto también que EEUU apoyó con armas y dinero a la insurrección afgana, en la que se integraban mayoritariamente los talibán, que finalmente llegarían a hacerse con el poder y establecer en Kabul un régimen islámico fundamentalista, completamente aislado y distanciado de Occidente. El inicio del siglo XXI mostró al mundo de lo que eran capaces los talibán.

Afganistán es hoy por hoy el principal desestabilizador de toda Asia central. El país ocupa una posición estratégica esencial para que puedan llegar hasta el océano Índico los gaseoductos y oleoductos que proyectan empresas norteamericanas, como Unocal o Delta Oil, para transportar el petróleo y el gas desde las antiguas repúblicas soviéticas. Dificilísima tarea para Obama representa tratar de lograr un mínimo entendimiento con un Afganistán seudodemocrático, donde los imperios británico y ruso fracasaron. Bien es cierto que el poderío militar de EEUU es enorme, pero el territorio hay que ocuparlo, y no sólo arrasarlo con bombardeos y ataques masivos. La ayuda que puede esperar la Casa Blanca del Reino Unido es cada vez más limitada, y mucho más aún la de otros socios europeos, que, como España, temen la permanencia y extensión del conflicto. Por todo ello, es muy probable que al final Obama se vea solo y envuelto en una guerra con ciertas semejanzas a la de Vietnam.

El enorme despliegue en apoyo de las elecciones presidenciales y provinciales en Afganistán el próximo 20 de agosto, es la difícil baza que juega Estados Unidos frente a un movimiento de abstención ordenado por los talibán, que vendrá a determinar quién tiene más fuerza: si las armas o la ideología radical que permanece incrustada en este pueblo. Y volviendo siglos atrás, diremos que la corrupción permanece y se extiende, como siempre ha ocurrido, dentro del actual Gobierno de Hamid Karzai, que es el presidente apoyado y sostenido por Estados Unidos. Difícil laberinto, por tanto, el que tiene que recorrer Obama.

El tercer vértice de ese laberinto triangular es Teherán, capital de uno de los imperios más antiguos y esplendorosos de la humanidad, como fue Persia, donde la situación actual es no sólo conflictiva, sino peligrosa. Irán estuvo también en la órbita del Imperio Británico en el siglo XIX. El control de las reservas petrolíferas por parte de Inglaterra fue manifiesto a través de la Anglo-Iranian Oil Company, uno de los mayores complejos petrolíferos del mundo y dueña de la gigantesca refinería de Abadan, a orillas del Golfo Pérsico.

El enorme poder de la compañía se puso de manifiesto cuando pretendió recurrir al Tribunal Internacional de La Haya, como si de un Estado se tratase, ante los decretos de expropiación del Gobierno iraní. El Tribunal respondió que, por importante que fuese la compañía, no había ninguna posibilidad de considerarla un Estado. La situación se hizo insostenible, y el 1 de mayo de 1951, aplicando un decreto del Parlamento iraní, la compañía Anglo-iranian Oil Company fue expropiada, y nacionalizada toda la industria del petróleo, en un nuevo ente que se conocería como NIOC (National Iranian Oil Company).

Irán, un Estado con una antiquísima tradición de gobierno, estuvo durante algunos siglos completamente manejado por los anglosajones, quienes expoliaron en gran medida su principal riqueza, que es el petróleo, estableciendo precios de extracción de conveniencia, y corrompiendo a numerosos dirigentes políticos. Una consecuencia de aquello fue la revolución islámica.

Desde entonces, se han sucedido los gobiernos con los ayatolás a la cabeza. Irán, rodeado de países con gobiernos frágiles, como Pakistán y Afganistán al este, Irak y los países árabes del Golfo al oeste, es un ejemplo de independencia y oposición a la influencia estadounidense en la zona. Irán está rodeado de estados con armamento atómico, como la India, Pakistán e Israel, y su intento ya avanzado de tener tecnología nuclear para uso industrial no puede considerarse a priori una clara amenaza. Por ello, es acertada la política moderada de Barak Obama en relación a los conflictos internos de Irán tras las recientes elecciones presidenciales.

Una actitud amenazante de EEUU y de Occidente podría crear mayores tensiones y desestabilizar toda la región. Hay que tener en cuenta que la mayor preocupación de Irán es un ataque sorpresa de Estados Unidos o de Israel, y ello originaría que, no sólo la iraní, sino todas las poblaciones chiíes -una de las ramas más importantes del islam- se alzasen contra los intereses occidentales en cualquier parte del mundo. Y si ello ocurriera, el conflicto internacional estallaría desde los tres vértices analizados: Palestina, Afganistán e Irán.

Manuel Trigo Chacón, catedrático de Derecho Internacional y autor del libro Oriente Medio, encrucijada de la Historia.