Obama se va, los talibanes se quedan

Barack Obama dejará la Casa Blanca en enero sin cumplir su promesa de retirar las tropas estadounidenses de Afganistán. Quince años después de que Washington derribara el régimen de Kabul en respuesta a los ataques del 11-S, los talibanes reconquistan su tierra y EEUU se prepara para una estancia ilimitada de sus soldados en ese conflictivo país de Asia central.

Ni democratización, ni liberación del opresor burka, ni reconstrucción, Afganistán continúa hundido en una interminable guerra civil que ahora golpea el corazón de las ciudades. Los atentados suicidas se multiplican y siembran de muertos las calles. La población aterrorizada ha emprendido un nuevo éxodo y llama a las puertas de Europa. Millones de afganos se refugiaron en Kabul y otras capitales provinciales para escapar de la lucha que estos años se ha desarrollado principalmente en las zonas rurales. Ya no se sienten seguros. Afganistán sufre un insoportable nivel de violencia.

El 19 de abril, días después de que anunciaran el inicio de su ofensiva de primavera, los talibanes estrellaron un camión cargado de explosivos contra la sede de una unidad militar de élite, cerca del Ministerio de Defensa. En la confusión, un número indeterminado de rebeldes asaltó el edificio. El enfrentamiento duró varias horas. Más de 60 personas perdieron la vida y 350 resultaron heridas. La mayoría eran civiles. El año pasado fue el más sangriento desde el 2001 y todo apunta a que este será aún peor. Murieron unos 6.500 civiles y 7.000 soldados y policías del Ejército afgano. De las bajas de talibanes se sabe poco.

En esta guerra sin cuartel, el Pentágono hizo oídos sordos a las quejas de la ONU contra el uso de drones y, para paliar la reducción de efectivos en combate, reforzó los ataques con aviones no tripulados, hasta alcanzar en el 2015 el 56% de las acciones de la fuerza aérea. Algunos golpes talibanes del año pasado han sembrado el pánico en las filas gubernamentales y reflejan la dimensión de la escalada. Destacan la toma -aunque breve- de la norteña ciudad de Kunduz en septiembre y en diciembre, el ataque al aeropuerto de Kandahar (capital del sur y anterior feudo talibán), con más de 50 muertos, y la emboscada cerca de la base de Bagram en la que fallecieron seis soldados de EEUU.

La OTAN mantiene 13.000 militares en Afganistán, de los que 9.800 son estadounidenses. Obama se comprometió a que en el 2016 quedarían solo mil como fuerza protectora de su embajada. En octubre pasado dio marcha atrás e indicó que permanecerían unos 5.500 hasta el 2017. Los medios especializados sostienen que en junio el general John Nicholson, jefe de la OTAN en Afganistán, presentará un informe que defenderá la necesidad de que el Pentágono siga en el país hasta pacificarlo.

El Gobierno chino, muy preocupado por la penetración del radicalismo islámico en su país, trata desde el 2015 de mediar en el conflicto. Pekín mantiene unas excelentes relaciones con Pakistán, país que alberga a muchos de los mandos talibanes, y está dispuesto a invertir grandes sumas en el desarrollo de Afganistán. Los talibanes, sin embargo, no parecen interesados en mediación alguna mientras logren victorias sobre el terreno. Ya controlan, entre otras, buena parte de la provincia de Helmand, principal cultivadora de amapolas opiáceas. El narcotráfico es fundamental para llenar sus arcas, de manera que puedan suministrar armas y pagar a sus 50.000 combatientes.

A finales de abril debería haberse celebrado una ronda de negociaciones. Los dirigentes talibanes asentados en Catar enviaron a sus delegados a Karachi, pero el presidente afgano, Ashraf Ghani, rechazó hacer otro tanto hasta que Islamabad no fuerce la participación de los talibanes que se encuentran en su territorio, a quienes acusa de la última oleada de atentados.

El Gobierno de Ghani reveló al mundo, el pasado julio, que el jefe supremo talibán, el mulá Omar, había muerto en un hospital de Karachi hacía dos años. La noticia dejó en la cuerda floja al mulá Ajtar Mansur, quien actuaba como si Omar siguiese vivo. La ocultación de la muerte del dirigente expuso su debilidad y desató una descarnada lucha por el liderazgo. Mansur es partidario de llegar a una solución negociada, pero esta requiere la unificación de las filas talibanes.

Hasta el momento, el compromiso de Ghani de luchar contra la rampante corrupción que permitió su predecesor Hamid Karzai en la Administración, el Ejército y la policía ha quedado en agua de borrajas. Esto desgasta su autoridad, impide el buen gobierno y juega en contra de nuevos reclutamientos. Las Fuerzas Armadas afganas tienen 352.000 soldados y policías entrenados por la OTAN, pero controlar las lealtades en una sociedad tribal no está al alcance de los entrenadores extranjeros. Tampoco ayuda la falta de una estrategia de futuro de EEUU para Afganistán.

Georgina Higueras, periodista.

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