Obama y Castro también hacen política interior

Barack Obama llevaba escasamente un año como presidente electo de los Estados Unidos cuando recibió el Premio Nobel de la Paz. No era tanto lo que había hecho como lo que esperaban los organizadores del premio que iba a hacer. Como una profecía autocumplida, ese premio auguró lo que iba a ser la doctrina Obama en materia de política internacional: evitar el conflicto, abrazar los acuerdos comerciales, trabajar los puntos de unión y eludir los de separación, y rechazar la intervención militar. Y en las horas en que la intervención sea imprescindible, contar con las tropas más leales, acudiendo siempre a los generales de confianza: General Electric, General Motors y los de nuevo cuño, que comandan ejércitos comunicacionales: Google, Twitter y FaceBook.

En parte por personalidad y en parte por convicción, Obama prefiere el consenso que el conflicto. Confía en que la forma más efectiva de lograr una victoria ideológica no es a sangre y fuego, sino facilitando la apertura comercial, el desarrollo económico y la fluidez de la información. La expansión de la democracia sigue en la mira de la política internacional, pero la forma de alcanzarla ha variado respecto a los esfuerzos precedentes.

No existe factor que explique mejor el éxito de la democracia en una sociedad que la prosperidad económica, y por ello aboga Obama. Abre mercados, potencia el intercambio comercial y se proclama adalid de las telecomunicaciones. El preanuncio de un acuerdo con Google para ampliar el acceso a Internet en la isla con más conexiones de wifi y banda ancha, fue uno de los pocos tópicos que se filtraron a la prensa antes de la visita.

Pero además, para entender la política internacional norteamericana no basta hacer el análisis de la doctrina dominante, también es clave entender la política local, particularmente si estamos en un año electoral. El diputado demócrata norteamericano Tip O'Neill escribió un librito sobre la vida parlamentaria que llevaba como título Toda política es local. Es ése un concepto clave en la vida de cualquier político, incluido un presidente saliente que quiere allanar el camino a su sucesora, para quien la opinión más importante es la de sus electores, o incluso un dictador que haya heredado fraternalmente una primera magistratura.

Y la opinión del electorado norteamericano viene cambiando a velocidad de vértigo en relación al tema cubano. “¿Usted apoya o rechaza que los Estados Unidos terminen con el embargo comercial a Cuba?” es una de las preguntas que Gallup viene incorporando a su cuestionario desde hace unos quince años. En 1999 el 48% del electorado norteamericano estaba a favor de terminar el embargo y el 42% se oponía. En la medición del 2015, el 59% estaba a favor de terminar con el embargo y sólo el 29% lo rechazaba.

Tambien han cambiado radicalmente las percepciones acerca de la nación caribeña. Ante la pregunta “¿En general su opinión sobre Cuba es favorable o desfavorable?” Gallup encontraba en 1996 que un 81% de los norteamericanos tenían opinión desfavorable y sólo un 10% tenía opinión positiva. Doce años más tarde, al comenzar Obama su mandato, la relación había mejorado para ser 67% negativa y 27% positiva. Pero en el año 2015 las curvas de opinión se cruzaron. Hoy, un mayoritario 54% de los norteamericanos ve con buenos ojos a Cuba, mientras que un 40% tiene una opinión negativa sobre la isla.

Con toda seguridad esos cambios en la opinión pública norteamericana y esa mirada afable con la que la mayoría del electorado percibe ahora a Cuba, hayan contribuido a la puesta en escena familiar que el matrimonio Obama quiso imprimirle a la visita. La pareja presidencial, sus hijas, y hasta la suegra en una visita que dotó de un talante turístico, vistoso y nada arriesgado al viaje. Casi como un paseo a Disneyworld. El vestido florido de la primera dama y hasta el paraguas negro, podrían incluso rememorar a Mary Poppins.

Igualmente cuenta para los cálculos de Castro la opinión pública cubana. Él también cuidó su puesta en escena y se benefició de la excelente imagen de Obama, que le dobla en popularidad. Un 80% de los cubanos tiene una opinión positiva del presidente estadounidense, mientras un 48% se atrevió a decir que tiene una opinión negativa del actual presidente cubano (Bendixen&Amand 2015).

El hecho de no acudir al aeropuerto a recibir a Obama implica mandar a los cubanos un mensaje de que no hay sumisión en la visita del primer mandatario estadounidense, por el contrario: es un triunfo de la revolución. “Wao!”, tuiteó Donald Trump: “El presidente Obama acaba de aterrizar en Cuba, un gran acontecimiento, y Raúl Castro no estaba allí para saludarle. Había saludado antes al Papa y a otros. No hay respeto”. Como decíamos: all politics is local.

En añadidura, para la elección presidencial del próximo noviembre en los Estados Unidos hay un segmento que es singularmente importante: el del elector hispano. El candidato que lo conquiste hará suya la Casa Blanca. El ya casi seguro candidato republicano Donald Trump ha hecho lo mejor que ha podido para lograr ahuyentar a los electores hispanos de sus filas. Los demócratas parten con ventaja en este terreno, pero aún resta trabajo por hacer. Tanto Obama como Hillary Clinton están en ello. Entre los votantes cubano-americanos más jóvenes, por ejemplo, el porcentaje de quienes se oponen a que continúe el embargo se eleva hasta el 62% del segmento (FIU 2015). Un 68% de todos los cubano-americanos están a favor del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, y en los segmentos más jóvenes el número crece hasta el 90%. Hacia ellos se está llevando de manera determinante un mensaje en esta visita.

Si bien es cierto que ya una mayoría norteamericana apoya el restablecimiento de las relaciones entre USA y Cuba, no menos cierto es que esa foto de Obama con el Che Guevara de fondo puede causar urticaria entre ciertos grupos electorales relevantes en los Estados Unidos. Por eso fue fundamental para Obama pautar el viaje a Cuba como primera parada en una escala latinoamericana que continúa hacia Argentina, y que hace esa foto mucho menos costosa electoralmente.

Tras la reunión clímax de la visita, el esperado encuentro cara a cara de ambos mandatarios, ambos hicieron explícitos sus encuentros y sus diferencias. “No hay presos políticos en Cuba” aseveró Castro, “aún nos faltan algunos derechos humanos por cumplir, pero ningún país los cumple todos”. Por su parte, Obama se atrevió a nombrar la soga en casa del ahorcado: “El cambio en Cuba llegará de los propios cubanos".

Pero quizás aún más importante de lo que se dijo a la prensa haya sido lo que no se dijo. Las oportunidades que hubo de conversar a puerta cerrada sobre un tema obligado que preocupa a ambos: Venezuela. En el trágico puzle histórico en que se encuentra ese país, colocado por tozudez presidencial al borde de la catástrofe, pocos interlocutores podrían tener la capacidad de maniobra de Raúl Castro. Y ello con seguridad fue tema del encuentro. “La lucha contra el Imperio” queda por lo pronto formalmente excluida de la retórica madurista.

Previamente Obama le había rendido un homenaje al prócer José Martí. Dos días antes Castro le había entregado una orden que lleva el nombre del escritor al presidente venezolano. Quizás Obama hubiera merecido más esa medalla. Si se le hubiera otorgado en el anverso llevaría grabado un pensamiento de Martí: “El derecho del obrero no puede ser nunca el odio al capital; es la armonía, la conciliación, el acercamiento común de uno y del otro”. Y en su reverso: “Los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen”. Diría también Martí que Obama pertenece al primer grupo…

Carmen Beatriz Fernández es presidenta de la consultora DataStrategia e investigadora asociada en la Universidad de Navarra.

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