Obama y la revuelta conservadora

En estas semanas previas a unos comicios legislativos en EEUU, las encuestas presagian una debacle para los intereses de Obama. En consecuencia, un cambio en el equilibrio político y en el sistema de partidos en ese país.

Todos coinciden en afirmar que la estrella de Obama se va apagando por culpa de sus dificultades para explicar los cambios a las clases medias, del descenso en los apoyos dentro de las propias filas demócratas y, sobre todo, de las múltiples campañas de acoso y derribo lanzadas por los republicanos. Efectivamente, los conservadores se frotan las manos buscando impulso en las renovadas bases sociales e ideológicas y en algunos de los grandes lobbies históricos agraviados por Obama.

La personalización en la afrenta que hacen estos grupos les sirve para justificar ese odio exacerbado que demuestran hacia el presidente y todas sus medidas. Las transformaciones programadas por la Administración Obama en sanidad, educación, energía o medio ambiente suponen un avance histórico para EEUU y para la solución de la tradicional ecuación entre Estado, Sociedad, Capital y Mercado. Paradójicamente, la batería de reformas más importante de los últimos 70 años en EEUU ha puesto en marcha lo que ya se conoce como una revolución conservadora en ese país.

Frente a los sectores tradicionales republicanos, tan tocados después de las últimas presidenciales, se van imponiendo nuevos grupos como el Tea Party, muy activos socialmente y que van rompiendo el corsé de las estructuras republicanas tradicionales para constituirse en plataformas populistas unidas principalmente por su militancia antiObama. La familia conservadora del Tea Party abomina de Obama -un presidente musulmán según su creencia tan errónea como lamentablemente extendida-, que pone en peligro las bases fundamentales de la nación americana.

Revoluciones conservadoras como la del Tea Party no son nuevas. En 1994, durante el primer mandato de Bill Clinton, el congresista Newt Gingrich propuso a los ciudadanos un denominado Contrato con América, un programa para la regeneración política y moral de EEUU. Como señaló Lawrence Kor, este Contrato encabezado por Gingrich y el senador republicano Jesse Helms recogía las bases fundamentales que la Administración Reagan había sembrado en el espíritu conservador.

Son muchos los voluntarios para encabezar un actualizado Contrato con América. Pero como demuestra George H. Nash, es en la combinación de viejos y nuevos planteamientos conservadores donde pueden encontrarse las bases ideológicas para pasar a una nueva época conservadora neoliberal. Esta idea regeneracionista parte de la convicción de que la revolución política y cultural en proceso no se agota con las elecciones midterm de noviembre, sino que está encaminada a acabar con la decadencia de un sistema mediante la renovación del compromiso con los valores y principios que han hecho que la civilización estadounidense sea única en el mundo. De ahí, su lema común: Devolver a América su honor.

En conclusión, el Tea Party y asimilados proponen una vuelta a una clásica forma de hacer y entender la política interior -con la prevalencia de los valores más conservadores- y exterior -con una renovada política de contención activa-. Los buenos resultados de los candidatos del Tea Party en las primarias de Delaware y Massachusetts, la victoria de su aspirante como gobernador de Nueva York y el haber estado a punto de hacerse también con un escaño del Senado por New Hampshire, demuestran que la revolución está en marcha, liderada por la derecha más radical y epidérmica.

Una victoria de los chicos del té en noviembre supondría un paso atrás histórico para EEUU. Podría dar al republicanismo radicalizado el control de ambas cámaras y hacer descarrilar el programa de cambio de Obama, un presidente que soñaba con Kennedy o Luther King y ahora tiene que conjurar el fantasma de Truman, el primer presidente demócrata que desde 1954 -cuando un sello costaba tres centavos- tuvo que soportar la mayoría republicana en ambas Cámaras.

Gustavo Palomares, presidente del Instituto de Altos Estudios Europeos, catedrático en la UNED y profesor de Política Exterior de EEUU en la Escuela Diplomática de España.