Obama y Latinoamérica

La guerra fría concluyó en gran parte del mundo y difícilmente se reanude: Rusia es un actor insatisfecho, pero no es una potencia revisionista, mientras China, como lo demuestra su comportamiento con la crisis financiera actual, continúa su ascenso global como un poder moderado y pragmático. El único lugar donde aún sobrevive la guerra fría es América Latina. De allí que el mayor desafío y la mejor oportunidad que tiene el presidente Barack Obama respecto a Latinoamérica sea terminar con la guerra fría en la región. Sin duda él podría dar el primer paso en esa dirección.

Hay tres casos que muestran la persistencia de la lógica y la dinámica de la guerra fría en el área. Primero Cuba, que con los años ha dejado de ser un modelo de exportación comunista al exterior y tiene desde hace lustros la impronta de un típico nacionalismo popular y autoritario. Segundo Colombia, donde persiste la más longeva guerrilla de América Latina, las FARC - originariamente pro Moscú-,en uno de los conflictos armados más prolongados y degradados del mundo. Tercero Venezuela y el socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez; particular mezcla de antiimperialismo ortodoxo, populismo caribeño, nacionalismo bolivariano y caudillismo latinoamericano.

El gobierno de Obama podría diseñar y desplegar un conjunto de iniciativas prácticas y prudentes en cada caso. Podría asimismo identificar una coalición de intereses nacionales en Estados Unidos que respaldaran su estrategia. Su clara victoria electoral, su trascendental triunfo en el estado de Florida y el hecho de que los demócratas pasen a controlar la Cámara de Representantes y el Senado, le pueden permitir anunciar la terminación gradual del embargo, iniciar conversaciones con la Administración de Raúl Castro para normalizar las relaciones diplomáticas y comprometerse a favor de una transición democrática incruenta y progresiva en la isla.

Frente a Colombia, Barack Obama dispone de un importante abanico de incentivos positivos y negativos para incidir en el curso de la lucha armada y profundizar la democracia en ese país. Las FARC están seriamente debilitadas y el consenso público sobre una política de seguridad coherente ya no requiere de un controversial y antiinstitucional tercer mandato de ÁlvaroUribe. Si Washington quiere limitar seriamente el fenomenal negocio de las drogas entre el mundo andino y Estados Unidos, necesita que Colombia esté en paz. A su vez, el presidente entrante puede usar concurrentemente el tema comercial y el de los derechos humanos para que Bogotá inicie un sendero de solución política negociada al conflicto armado interno.

En cuanto a Venezuela parece existir un contexto oportuno a favor del establecimiento de un modus vivendi entre Washington y Caracas que, entre otras, garantice la democracia venezolana. De hecho, la relación bilateral siempre ha tenido rasgos tan pragmáticos como ideológicos: en materia de petróleo y comercio existe casi un tratado de libre comercio de facto, al tiempo que en el campo político-militar las diferencias son enormes. Lo importante, además, es que el usual arsenal que Washington solía usar con los países-problema - golpe de Estado; contención agresiva; cercamiento y asfixia diplomática; y conflicto de baja intensidad-no son utilizables en el caso venezolano por distintos motivos operativos y diplomáticos, internos y hemisféricos. Se trataría, entonces, de construir un puente político discreto entre ambos gobiernos, un diálogo franco donde las inquietudes en materia de seguridad de los dos puedan ser contempladas y pueda ser acordado un conjunto de compromisos concretos para evitar tensiones desbordadas.

Barack Obama puede liderar con pocos gestos efectivos el desmantelamiento de la guerra fría en América Latina. Para ello podría contar con países que secundaran, por vía de los buenos oficios y otros modos de cooperación diplomática, esa tarea: Canadá, México, Brasil, Panamá, Chile y Argentina podrían contribuir decisivamente en ese sentido. El manejo individual de cada uno de los casos mencionados podrá reforzar la credibilidad colectiva en una política orientada a clausurar la guerra fría en el área. De materializarse, ese hecho sustantivo y simbólico contribuiría a elevar la credibilidad de Washington y la confianza hacia Estados Unidos; algo que el gobierno del presidente Bush hizo añicos.

Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, Argentina.