Objetivo Al Assad

Si el presidente Obama decidiera ordenar un ataque militar contra Siria, su principal objetivo tendría que ser acabar con Bashar al Assad. Y también con el hermano de Bashar y principal secuaz, Maher. Y también con todos los demás miembros de la familia Al Assad que tengan poder político. Y también con todos los símbolos políticos del poder de la familia Al Assad, incluidas todas sus residencias oficiales o no oficiales. El uso de armas químicas contra sus propios ciudadanos refleja una barbaridad solo igualada en la historia reciente por Sadam Husein. Un mundo civilizado no puede tolerarlo. Tiene que demostrar que el castigo por ello será muy personal e inevitablemente mortal.

Puede que esto sorprenda a algunos lectores por su violencia. Pero no veo cómo un presidente que se presentó a su segundo mandato presumiendo de cómo «atrapó» a Osama bin Laden –un tiro en la cabeza y otro en el corazón– puede tener razones para no compartir este concepto.

Tal como está la situación, un ataque dirigido directamente al dictador sirio y a su familia es la única opción militar que no traspasará la única línea roja que Obama mantiene con firmeza: no verse arrastrado a un conflicto sirio prolongado. Y es la única opción con posibilidades de dar réditos estratégicos en lo que será inevitablemente una acción simbólica. Examinemos algunas de las alternativas. Una de las opciones es destruir los depósitos de armas químicas del Ejército, calculadas en más de 1.000 toneladas. Pero es poco probable que los ataques aéreos puedan destruir todos los depósitos de armas químicas del régimen, que se están trasladando probablemente ahora para anticiparse a un ataque y que los amigos de Bashar en Corea del Norte e Irán siempre podrían reponer. Es más, un ataque contra los depósitos de armas químicas, aunque en sí pueda ser conveniente, afecta poco a los hombres que ordenaron su uso. Tampoco reduce en gran medida la capacidad del régimen de librar una guerra contra su propio pueblo, aunque solo sea con medios convencionales.

Otra de las opciones sería un ataque a los cuarteles generales, a las bases aéreas y a los depósitos de armas del cuerpo de elite del régimen, la Guardia Republicana, y especialmente de la 4ª División Acorazada, que supuestamente llevó a cabo el ataque de la semana pasada. Pero en este caso, el problema de la dispersión de objetivos se vuelve mucho más importante, ya que se pueden destruir menos tanques, helicópteros o aviones con un solo misil de crucero (coste unitario: 1,5 millones de dólares).

Tampoco queda claro, hablando desde un punto de vista moral, por qué los soldados de infantería que cumplen las órdenes de la familia Al Assad tienen que ser los primeros en la línea de fuego estadounidense. En la primavera de 2005 fui detenido brevemente por una unidad de la Guardia Republicana cuando me tropecé con su campamento en la frontera libanesa. Los soldados parecían pobres, sucios y flacos. Sentí pena por ellos entonces. Y sigo sintiéndola ahora.

Y luego está la opción «Zorro del Desierto», la campaña de bombardeos indiscriminados de tres días de Clinton en Irak en diciembre de 1998, justo antes de su proceso de destitución. En el transcurso de la operación se alcanzaron 97 objetivos en un esfuerzo por «degradar» las reservas de armas de destrucción masiva de Irak y hacer una declaración política. Pero no afectó al régimen de Sadam e incluso aumentó la simpatía internacional hacia él. Lo peor que podría hacer EE.UU. en Siria es repetir ese irresponsable ejercicio de «hacer algo». Lamentablemente, probablemente sea lo que acabemos haciendo.

Así que pasamos a la opción de matar a Al Assad. El lunes, John Kerry habló con extraordinaria pasión de la «obscenidad moral» del uso de armas químicas y de la necesidad de reforzar «la obligación de rendir cuentas por parte de los que usen las armas más atroces del mundo contra las personas más vulnerables del mundo». Amén, señor secretario, especialmente si tenemos en cuenta que usted solía ser el mejor amigo de Bashar en Washington.

Pero ahora hay que hacer que esas palabras signifiquen algo, para que no se conviertan en parte de esa otra obscenidad moral: la fría indiferencia que ha mostrado hasta ahora Occidente ante el sufrimiento sirio. La condena ya no puede bastar. Nos recuerda a la reacción internacional frente a la invasión de Abisinia por parte de Mussolini, reflejada por la revista Punch: «No queremos que invada/pero si por casualidad lo hace/ emitiremos probablemente un memorando conjunto/dando a entender nuestra ligera desaprobación». A continuación Mussolini conquistó el país usando armas químicas.

El mundo no puede permitirse que se repita la década de 1930, cuando un Occidente que había perdido su voluntad de hacer que se respetase el orden mundial dio rienda suelta a los bárbaros. Sí, un misil Tomahawk dirigido contra Al Assad podría errar su objetivo, al igual que lo hicieron los misiles dirigidos contra Sadam. Pero también existe la posibilidad de que den en el blanco y aceleren el final de la guerra civil. Y luego está el valor moral y disuasorio que tendría el hecho de colocar a Bashar y a Maher en la misma lista que antes incluía los nombres de Bin Laden y Anuar el Aulaki.

Habrá otras ocasiones para reflexionar sobre el tema específico del futuro de Siria. Lo que ahora está en juego es el futuro de la civilización, y si la palabra todavía tiene algún significado.

Bret Stephens, columnista de The Wall Street Journal

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