Objetivo, lograr la independencia energética

Cuando el Presidente Richard Nixon proclamó, a comienzos del decenio de 1970, que quería garantizar la independencia energética nacional, los Estados Unidos importaban la cuarta parte de su petróleo. Al final del decenio, después de un embargo del petróleo árabe y de la revolución iraní, la producción nacional estaba reduciéndose, los americanos estaban importando la mitad del petróleo que necesitaban a un precio quince veces mayor y estaba generalizada la opinión de que el país estaba quedándose sin gas natural.

Las crisis energéticas contribuyeron a una combinación letal de estancamiento del crecimiento económico e inflación y todos los presidentes de los EE.UU. posteriores a Nixon han proclamado igualmente la independencia energética como objetivo, pero pocas persones se han tomado en serio esas promesas.

Actualmente, los expertos en energía ya no se burlan. Según la Administración de Información Energética, al final de este decenio casi la mitad del crudo que consumen los Estados Unidos será de producción nacional, mientras que el 82 por ciento procederá del lado estadounidense del Atlántico. Philip Verleger, respetado analista energético, sostiene que en 2023, quincuagésimo aniversario del “proyecto de independencia” de Nixon, los EE.UU. serán energéticamente independientes, en el sentido de que exportarán más energía que la que importarán.

Verleger sostiene que la independencia energética “podría hacer que éste fuera el ‘nuevo siglo americano’, al crear un ambiente económico en el que los Estados Unidos gocen de acceso a suministros energéticos a un costo muy inferior al de otras partes del mundo”. Ya ahora, los europeos y los asiáticos pagan entre cuatro y seis veces más por su gas natural que los americanos.

¿Qué ha ocurrido? La tecnología de perforación horizontal y fracturación hidráulica, mediante la cual se bombardea con agua y substancias químicas el esquisto y otras formaciones rocosas a grandes profundidades, ha liberado nuevos e importantes suministros de gas natural y de petróleo. De 2005 a 2010, la industria del gas de esquisto creció un 45 por ciento al año y la proporción correspondiente a dicho gas en la producción total de gas de los EE.UU. creció del cuatro por ciento al 24 por ciento.

Se calcula que los EE.UU. cuentan con gas suficiente para mantener su tasa actual de producción durante más de un siglo. Si bien otros países tienen también considerables posibilidades de utilización del gas de esquisto, abundan los problemas, incluidas la escasez de agua en China, la seguridad de las inversiones en la Argentina y las restricciones medioambientales en varios países europeos.

La economía americana se beneficiará de muy diversas formas de ese cambio de abastecimiento energético. Ya se están creando centenares de miles de puestos de trabajo, algunos en regiones remotas y antes estancadas. Esa actividad económica suplementaria impulsará el crecimiento total del PIB, lo que proporcionará nuevos ingresos fiscales. Además, una menor factura de las importaciones energéticas reducirá el déficit comercial de los EE.UU. y mejorará la situación de su balanza de pagos. Algunas de sus industrias, como las de productos químicos y plásticos, conseguirán una importante ventaja comparativa en materia de costos de producción.

De hecho, la Agencia Internacional de la Energía calcula que las precauciones suplementarias necesarias para velar por la seguridad medioambiental de los pozos de gas de esquisto –entre ellas, la atención cuidadosa a las condiciones sísmicas, el sellado adecuado de los pozos y la gestión idónea de las aguas residuales– sólo aumentan el costo en un siete por ciento.

Sin embargo, respecto del cambio climático una mayor dependencia del gas de esquisto presenta ventajas e inconvenientes. Como la combustión del gas natural produce menos gases de invernadero que otros hidrocarburos, como, por ejemplo, el carbón y el petróleo, puede ser una vía para un futuro con menos emisiones de carbono, pero el bajo precio del gas impedirá el desarrollo de las fuentes de energía renovable, a no ser que vayan acompañadas de subvenciones o impuestos al carbono.

En este momento sólo podemos elucubrar sobre los efectos geopolíticos. Es evidente que el fortalecimiento de la economía de los EE.UU. aumentaría su poder económico, hipótesis opuesta a la moda actual de considerarlo un país en decadencia.

Pero no debemos precipitarnos a sacar conclusiones. El equilibrio entre importaciones y exportaciones es sólo una primera aproximación a la independencia. Como sostengo en mi libro The Future of Power (“El futuro del poder”), la interdependencia mundial entraña vulnerabilidad. Si los EE.UU. importan menos energía, pueden ser menos vulnerables a largo plazo, pero el petróleo es un producto básico fungible y la economía de los EE.UU. seguirá siendo vulnerable ante las crisis resultantes de cambios repentinos en los precios mundiales.

Dicho de otro modo, una revolución en Arabia Saudí o un bloqueo del estrecho de Ormuz podrían aún infligir daños a los EE.UU. y a sus aliados. Así, pues, aunque los Estados Unidos no tuvieran otros intereses en Oriente Medio –como, por ejemplo, Israel o la no proliferación nuclear– no es probable que el equilibrio entre las importaciones y las exportaciones los libere del gasto militar, que algunos expertos calculan en unos 50.000 millones de dólares al año, para proteger las rutas del petróleo en esa región.

Al mismo tiempo, se debe realzar la posición negociadora de los Estados Unidos en la política mundial. El poder surge de las asimetrías en interdependencia. Tú y yo podemos depender uno del otro, pero, si yo dependo de ti menos que tú de mí, mi poder negociador aumenta.

Durante decenios, los Estados Unidos y Arabia Saudí han tenido un equilibrio de asimetrías en las que nosotros dependíamos de ellos como productores reguladores de petróleo y ellos dependían de nosotros para la seguridad militar en última instancia. Ahora la relación se caracterizará por una posición más favorable para los Estados Unidos.

Asimismo, Rusia ha tenido capacidad para presionar a Europa y a sus vecinos pequeños mediante su control de los suministros de gas natural y los gasoductos. Cuando Norteamérica llegue a ser autosuficiente en gas, habrá más gas procedente de otras regiones para brindar fuentes substitutivas a Europa, con lo que disminuirá la influencia de Rusia.

En el Asia oriental, que ha pasado a ser el centro de la política exterior de los EE.UU., China dependerá cada vez más del petróleo de Oriente Medio. Se podrán intensificar las gestiones americanas para convencerla de la necesidad de que desempeñe un mayor papel en los acuerdos regionales sobre seguridad y también la comprensión por su parte de la vulnerabilidad de sus rutas de abastecimiento ante la posibilidad de un desbaratamiento naval, en el improbable caso de un conflicto, podría tener un efecto sutil en la capacidad negociadora de cada uno de los dos bandos.

El equilibrio entre las importaciones y las exportaciones energéticas no brinda una independencia total, pero sí que modifica las relaciones de poder que entraña la interdependencia energética. Nixon lo entendió perfectamente.

Joseph S. Nye Jr., ex Secretario Adjunto de Defensa de los Estados Unidos, es profesor en la Universidad de Harvard y autor de The Future of Power (“El futuro del poder”). Traducido del inglés por Carlos Manzano. © Project Syndicate, 2012.

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