Objetivos del Milenio: de la teoría a la práctica

Emilia Herranz es médico y presidenta de Médicos sin Fronteras España (EL MUNDO, 15/09/05).

El esfuerzo considerable que supone la evaluación del cumplimiento de los Objetivos del Milenio en la cumbre mundial que se celebra durante estos días en Nueva York, debería traducirse en acciones concretas que permitan la consecución de dichos objetivos.

Desde que se establecieran estos compromisos en la cumbre de 2000, aquellas metas relacionadas directamente con la salud de las poblaciones, claves para conseguir el desarrollo global que se pretende para 2015, no sólo no se están cumpliendo, sino que han sufrido un retroceso alarmante en algunas regiones como el Africa subsahariana.

Entre los Objetivos del Milenio se encuentran la reducción de la mortalidad infantil, la mejora de la salud materna y el control y reducción del sida, la malaria, la tuberculosis y otras enfermedades graves. Sin embargo, observamos con preocupación que en muchos países de Africa, Asia y América Latina la discordancia entre las declaraciones de buenas intenciones y la falta de medidas políticas coherentes que ayuden a conseguir los resultados pretendidos, es de una magnitud dolorosa. La forma en la que se investigan, desarrollan y venden actualmente los medicamentos provoca enormes desigualdades. Además, las poblaciones de los países en desarrollo se van a ver perjudicadas por legislaciones cada vez más restrictivas de patentes. De este modo, se han conseguido crear las bases de un monopolio temporal para las farmacéuticas, de tal manera que se bloquea el registro y comercialización de versiones genéricas de medicamentos usados en terapias como las del sida.

La forma en la que se ha abordado esta enfermedad refleja claramente estas discordancias. Con 39 millones de personas infectadas en el mundo, más de 3.000 millones de muertos anuales por esta causa, y sólo 700.000 personas con acceso a tratamiento, nos encontramos con la paradoja de que alguna de las medidas más eficaces tomadas en los últimos años para intentar frenar la pandemia están ahora en riesgo.

La comercialización de versiones genéricas de antiretrovirales (ARVs) ha logrado, en algo más de tres años, que los precios de estos carísimos fármacos se reduzcan, disminuyendo de 10.000 dólares por paciente y año, a menos de 200 dólares en la combinación de primera línea. Lejos de favorecer esta tendencia, vemos que lamentablemente la realidad apunta hacia otra dirección.

El hecho de que la mortalidad infantil en el Africa subsahariana se haya reducido muy poco desde el año 2000, e incluso haya aumentado en el caso concreto del sida, es otra muestra de la contradicción entre declaraciones y sus aplicaciones concretas. Hoy en día, tratar a un niño con sida en esta región, que concentra el 90% de los casos, es cuatro veces más caro que tratar a un adulto; no se cuenta con formulaciones pediátricas de ARVs combinados, ni se tiene acceso a métodos de diagnóstico asequibles.

En el caso de la malaria, encontramos un panorama similar. Ya se cuenta con medicamentos mucho más eficaces que los que se estaban usando hasta el momento, sin embargo, y a pesar de que algunos países han cambiado el protocolo nacional como primer paso para poder usarlos, los retrasos en el proceso de adquisición de la materia prima, el monopolio existente, la falta de respuesta contundente de las agencias internacionales, la tibieza de los países donantes y el desinterés de los laboratorios farmacéuticos hacen que, a día de hoy, los medicamentos nuevos en la mayoría de los países de Africa no hayan llegado. Hay otros ejemplos, como el caso de la tuberculosis, con mayor número de personas infectadas y muertas que hace cinco años, y sin nuevas alternativas diagnósticas ni terapéuticas; o el de la enfermedad de Chagas, para la que utilizamos medicamentos de los años 60.

La próxima Cumbre del Milenio deberá señalar la evidente contradicción que hay entre los objetivos propuestos y las políticas comerciales que dificultan el I+D (Investigación y Desarrollo) en enfermedades que afectan a las poblaciones de países en desarrollo, y bloquean su acceso a los medicamentos y a la salud. Si finalmente no conseguimos alcanzar unos objetivos, que ya de por sí son realmente mínimos y que sólo dependen de la voluntad necesaria, estaremos ante el absoluto fracaso de la comunidad internacional. Y ese fracaso está en cada muerte innecesaria que hoy se produce a causa de enfermedades curables, y que representan ya una enorme pérdida.