Occidente y la decencia de su visión de la mujer

Por Shere Hite, ensayista, autora de diversos estudios sobre sexualidad y presidenta de la Asociación para el Avance de la Mujer (EL MUNDO, 22/02/05):

En las sociedades fundamentalistas musulmanas, hay quien afirma que la sexualidad occidental es impura y decadente. Algunos tradicionalistas de Occidente se temen que tengan razón.

Podemos sentirnos orgullosos de la democracia laica, de los derechos de las mujeres y esas cosas. A Occidente se le ve hoy en día como la patria del liberalismo, el laicismo, el feminismo, los derechos de las mujeres, la tolerancia de los modos de vida particulares y la diversidad sexual; nuestra sociedad puede estar satisfecha de sus esfuerzos por escapar de las viejas mentalidades, especialmente en lo que se refiere a los cambios producidos por la emancipación de la mujer. Sin embargo, los integristas de los países islámicos y de ciertos círculos del propio Occidente se quejan de que somos demasiado libres, amorales y decadentes. Algunos dicen, en Arabia Saudí pero también en Japón, que «las influencias occidentales nos han arrebatado la belleza elegante de la mujer árabe/japonesa tradicional». Pero la elegancia y la feminidad también existen en la vida moderna.

¿Tienen razón los tradicionalistas en su modo de ver la sexualidad, según la cual las mujeres deberían ser las madres que se quedan en casa y los hombres se comportan como unos inmorales si no se casan y tienen hijos? ¿O, por el contrario, el Occidente liberal y laico camina en la dirección correcta cuando sostiene que la democracia significa liberación sexual y libre elección de la pareja, de igual modo para los hombres que para las mujeres? En otras palabras, ¿la liberación de la sexualidad femenina es un avance o un embrutecimiento de la sociedad, que prostituye de alguna forma a las propias mujeres? ¿La revolución sexual de Occidente es un progreso o una decadencia?

A menudo oímos hablar del «hundimiento del viejo orden moral» de Occidente, como si esto fuera una tragedia. Pero lo que necesitamos es una nueva mentalidad, no la vieja concepción de que la alternativa se reduce a optar entre el modo de vida de la familia tradicional, con el hombre en el trabajo y la mujer en casa, y soltarse la melena y «entregarse al sexo libre en todas partes como en las películas porno». La transformación del sistema moral en el que sólo se consideraba buena y valiosa la pareja con fines reproductivos o familia no equivale al «desmoronamiento de la sociedad», sino (esperemos) a una renovación y una transición, a la búsqueda de un sistema de valores perfeccionado en el que tengan cabida la igualdad y los derechos humanos. Esta búsqueda es una realidad nueva y no debe confundirse con la revolución sexual de hace unas décadas ni tampoco con los clichés de la pornografía.

En la actualidad, también los hombres (no sólo las mujeres) se plantean cuestiones éticas sobre su vida. Por ejemplo, se preguntan cuánto tiempo tienen que dedicar al trabajo y cuánto a la familia, cuáles deberían ser sus prioridades y sus obligaciones. Estas preguntas que se formula tanta gente están provocando un cambio en la concepción humana del sexo y de la identidad personal.Todos estamos inmersos en este replanteamiento, y muchas personas de todos los rincones del mundo reflexionan sobre ello sintiéndose personalmente afectadas por el conflicto entre su deseo de ser puras y la excitación que experimentan cuando ven pornografía occidental. ¿No tendrían que eliminar de raíz esas sensaciones?

Me da la impresión de que es un falso dilema: esta novedosa autoconciencia es parte de una búsqueda global de un nuevo sistema de valores sexuales. Lo que estamos presenciando y a la vez creando es una evolución hacia otro sistema ético y moral, más diversificado y más honesto con el individuo que el antiguo prototipo rígido de la buena familia tradicional, que dejaba fuera a mucha gente.En el pasado, el ideal de la familia tradicional (con un padre y una madre como Dios manda) obligaba a todos aquellos que casualmente no amaban a la persona adecuada a aparentar que ellos también tenían una familia así, a falsificar sus sentimientos o a acomodarlos en lo posible al sistema establecido, si no querían que la sociedad los catalogara como inmorales, inmaduros o psicológicamente desequilibrados.

¿El sistema global de valores que está emergiendo será el reflejo de las interpretaciones más estrictas de la familia tradicional, o, por el contrario, abarcará una diversidad laica de proyectos de vida tal como los concebimos hoy día? ¿Reflejará la visión que tienen las mujeres de las relaciones sexuales?

¿Es decadente el Occidente laico? La verdadera razón por la que nuestra sociedad considera tan irritante la acusación de decadencia moral que le hace la musulmana es que ésta entronca perfectamente con la tradición religiosa occidental, una tradición de la que un gran número de personas sólo ha comenzado a apartarse en los últimos cien años. La concepción cristiana medieval acerca del sexo (que propugnaba que las mujeres no tenían alma) y la que actualmente defienden los extremistas islámicos tienen mucho en común. Las transformaciones que ha experimentado Occidente aún no se encuentran consolidadas; mucha gente no está segura de haber tomado la decisión correcta y a menudo las dudas les desgarran por dentro. Por ejemplo, en mis investigaciones me encuentro con que bastantes personas (hombres y mujeres) por una parte creen que la verdadera moral consiste en ser honesto con su propia identidad (habría que vivir con la persona amada y no esconderlo, por más que esto pudiera ofender a alguien o perjudicar la imagen que la sociedad tenga de uno), y, por otra, sienten una imperiosa llamada a ser respetables y seguir los caminos prescritos y homologados por la sociedad (si uno está casado, su deber es continuar casado).

Cada vez más ciudadanos occidentales aplican hoy en día su ética personal a situaciones que antes solían estar regidas por los preceptos religiosos; mucha gente entiende que la moral es una elección y una responsabilidad que competen únicamente al individuo.Una estadística destacable es que el 50% de los habitantes de las principales ciudades de Occidente están oficialmente clasificados como solteros, lo cual no tiene que ser un indicio del hundimiento de la sociedad, sino más plausiblemente una muestra del esfuerzo que millones de individuos están llevando a cabo para renovarla.

¿Por qué Occidente ha cambiado la imagen que tenía de las mujeres y ha popularizado conceptos como la igualdad de derechos y la igualdad de sexos, y en cambio muchas sociedades musulmanas no? En Occidente, los derechos de las mujeres (así como la exploración, todavía en marcha, de nuevas vías de expresión de la sexualidad) han empezado a aceptarse a lo largo de los últimos cien años.¿Será también la deriva que tomarán inevitablemente las sociedades fundamentalistas islámicas en el futuro? ¿O la idea de los derechos humanos y la igualdad es exclusiva del Occidente democrático y laico? Por supuesto, no pretendo decir que todos los países musulmanes sean lo mismo: algunos gobiernos islámicos apoyan el derecho de las mujeres a la igualdad y la autonomía.

La igualdad de las mujeres trae necesariamente a colación aspectos sexuales, porque la estructura social ha estado siempre basada en el encauzamiento rígido de la sexualidad femenina (y masculina) por la vía de la reproducción, con el objeto de asegurar la herencia por la línea paterna en una sociedad patriarcal. Algunos fundamentalistas, musulmanes y occidentales, consideran que los últimos 100 años de la Historia de Occidente han supuesto un paso en falso en lo que respecta al papel de las mujeres en la sociedad y la familia, y creen, por ejemplo, que la homosexualidad es un pecado o un desorden mental; así lo declaró literalmente el Papa en marzo de 2003. A menudo han señalado el modo de vestir de las mujeres como el símbolo visible del error: demasiado sexy, vergonzoso, «no como nuestras mujeres tradicionales, modestas y elegantes».Y, sin embargo, es bien sabido que una mujer musulmana puede llevar una minifalda debajo del chador y quitarse éste nada más llegar a la fiesta. Con esto no quiero criticar a las mujeres, pero sí a la sociedad que hace necesaria semejante hipocresía.Porque, a pesar de todo, ninguno de los dos extremos (el chador y la minifalda) representan lo que las mujeres son en realidad; no constituyen más que simples símbolos de dos tipos particulares de sociedad.

La igualdad sexual y la autonomía de las mujeres son conceptos que están transformando desde dentro el modo en que se definen el sexo y las relaciones humanas. No cabe duda de que ambas son uno de los logros más importantes de nuestro tiempo. Aunque se hayan producido algunos excesos en la moda y en ciertas revistas (unas imágenes no muy diferentes de las que vimos en los años 60 en las mismas publicaciones), éstos en absoluto niegan la importancia y la necesidad de que las mujeres ocupen el lugar que les corresponde en el mundo de hoy y redefinan ese lugar para sí mismas y para toda la sociedad.