1. Aseados y formales
Presentarse en el Congreso vistiendo una camiseta que suplica la extremaunción a todo aquel con el que se cruza, descamisado y con chaleco de mago de fiestas infantiles o calzando unas zapatillas que acaban de adquirir consciencia de sí mismas y andan planteándose esclavizar a la humanidad como si fueran el Skynet de J'hayber no es ideología, ni autenticidad, ni rebeldía.
Por no ser, no es ni siquiera un desafío a los códigos sociales de la casta. Es pura y simple mala educación. Esa que cualquier padre con dos dedos de frente -defienda la ideología que defienda y pese lo que pese su nómina- lucha por corregir en sus hijos. Si te puedes permitir un chalet de 660.000 euros con piscina, jardín de 2000 mertos cuadrados y cocobaño puedes permitirte un traje y una corbata.
Habrá que recordar que uno no se viste en el Congreso de los Diputados para demostrarse nada a sí mismo sino por respeto a los ciudadanos a los que se representa. Pero es inútil recordarlo. El narcisismo adolescente, y más cuando este se reboza en resentimiento social, suele resultar infinitamente más goloso que la aburrida y muy burguesa elegancia.
Como si la camiseta, las zapatillas y el chaleco no fueran, por otro lado, un código social de casta como cualquier otro.
2. Disimular nuestro desprecio por la chusma
Lo sé, tía. A veces resulta difícil entender por qué le cuesta tanto a los taxistas de carne y hueso –esos que suelen darle conversación a sus clientes y que no tienen un "de" entre sus apellidos– parecerse a los obreros mazo fotogénicos y tope pueblo del ideal paleomarxista.
Especialmente cuando, para añadir insulto a la injuria, muchos de ellos se empeñan en escuchar las radios equivocadas, leer los periódicos incorrectos y votar a los partidos erróneos. ¿Tanto les cuesta obedecernos? A fin de cuentas, ¿quién sabe mejor lo que les conviene a ellos que nosotros? Cómo decía el progre del chiste de Chumy Chúmez mientras miraba con desprecio a un grupo de pobres de solemnidad: "A veces pienso que esta gente no se merece que me lea entero El capital".
Dicho lo cual, y dejando claro que empatizo como los mismísimos Marqueses de Tinaja con tan insoportable problema de activista blanca del Primer Mundo, también debo señalar que hasta María Antonieta trataba mejor a la servidumbre que las elites mediáticas de nuestra izquierda nacional.
Que hay que disimular más, vaya.
3. Sacarse las manos de los bolsillos
Un gesto habitual de inseguridad adolescente que algunos individuos alargan hasta la treintena. Suele ser interpretado como chulería cuando no es más que pánico. Cuando el gesto se repite con frecuencia, cabe sospechar que el individuo es consciente de él y que lo utiliza para lanzarle un mensaje al mundo. Vayan a saber cuál: la mente de un adolescente no es sólo banal, sino también confusa.
Hablarle al prójimo con las manos en los bolsillos es de mala educación y ni siquiera te hace parecer fiero, o macarra, o arrogante, sino infantiloide. Ténganlo en cuenta.
No hay nada más imprudente e incómodo que un taxista hablando contigo como si te conociera, con todas las confianzas.
Flaco favor le hacen al gremio, créanme.
Ganas de salir huyendo. #Taxi— Ana Pardo de Vera P. (@pardodevera) June 1, 2018
4. No sobar al prójimo
A Juan Carlos Monedero se le pudo ver el viernes arrimándose a todos los protagonistas de la moción de censura –es de suponer que con la esperanza de chupar un poco de cámara– como el intruso latoso que se acopla al grupo sin que nadie le haya invitado.
Luego, Monedero, que se comportó como si fuera del PSOE y hubiera empatado con alguien en un Congreso del que ni siquiera es diputado, agarró a Soraya Sáenz de Santamaría por los hombros y le atizó con toda la crudeza de la que fue capaz un "me alegro de que os vayáis". La vergüenza ajena de los que lo vieron en directo marcó, según me cuentan, máximos anuales.
Que Monedero no habría llegado en su vida ni a doscientos metros de Soraya Sáenz de Santamaría sin las maquinaciones de esta para impulsar, con la ayuda de La Sexta y de otros medios afines, un partido radical a la izquierda del PSOE es una evidencia al alcance de cualquiera que lea diarios y los entienda. Por eso el gesto de Monedero fue no sólo machista sino también desagradecido. Un "¿Quién nos cuidará ahora como nos cuidabas tú, mamá?" habría sido más adecuado.
Queridos lectores, recordad que no se toca a la gente con la que no se tiene confianza. Mucho menos se la atenaza para que no huya.
La actitud de Monedero con Sáenz de Santamaría, sujetándola de los hombros para espetarle su torvo revanchismo, inaugura el talante feminista y de progreso del nuevo tiempo político.
— Jorge Bustos (@JorgeBustos1) June 1, 2018
5. Ser tan elegante en la victoria como en la derrota
Y repetimos protagonista porque la mala educación de Juan Carlos Monedero fue doble. Es cierto que el de Unidos Podemos no ganó nada el viernes. Pero ya que emergió del Congreso de los Diputados como otros emergen del autobús tras ganar la Champions, hay que recordarle que no sólo no se soba a la gente, sino que tampoco se le echan en cara las victorias ajenas. Especialmente cuando tu papel en esas victorias ajenas ha sido inapreciable, por no decir nulo.
6. No patear, gritar o abuchear cuando habla otro
A decir verdad, este es un defecto común a la inmensa mayoría de los diputados de la cámara, sea cual sea su ideología, con la honrosa excepción de Ana Oramas y algún otro. Dudo incluso que comportarse como un hooligan de los suburbios de Manchester en el Congreso de los Diputados sea intrínsecamente peor que no presentarse a tu propia moción de censura porque andas de sobremesa alegre. De largo, el gesto más maleducado de todos los listados en este texto, en dura competencia con el de aplaudir al partido que te ha descabalgado del poder (el PSOE) cuando ataca al partido que te está apoyando (Ciudadanos).
Como pueden ver, la mala educación es transversal, interclasista y generalizada.
7. No ocupar puestos que no te mereces
Es una obviedad que una inmensa mayoría de los españoles, cercana al 84% según datos de Metroscopia, no deseaba que Mariano Rajoy agotara la legislatura. Es otra obviedad que la inmensa mayoría de los españoles, cercana al 79% también según datos de Metroscopia, no quería que Pedro Sánchez fuera presidente.
Esto último sería no ya legal (de eso no cabe ninguna duda) sino también legítimo si Pedro Sánchez hubiera ganado las últimas elecciones generales u obtenido un gran resultado para su partido. Pero la realidad es que obtuvo los peores resultados de la historia del PSOE. Vamos a dejar para otro día la valoración de las alforjas que se ha buscado para su viaje al caos.
La solución a esta clamorosa carencia de legitimidad serían unas elecciones generales que sentenciaran el debate. Obviamente, no ocurrirá. ¿Por qué arriesgarte a un fracaso en las urnas cuando puedes acceder al cargo sin pasar por ellas y dándole masajes a los que te consideran una bestia con un bache en el ADN? Democracia, qué bonito nombre tienes. A veces.
Ocupar cargos para los que no has sido elegido no sólo es feo, sino también de mala educación. Pero al menos Sánchez viste bien y, hasta dónde sabemos, no desprecia en público a la servidumbre. Algo es algo.
8. Esperar un tiempo prudencial antes de implorar paguita
El espectáculo suele ser desolador, por humillante para el solicitante, pero también vicioso para el que lo observa como espectador. Los que jamás hemos vivido de lo público ni aspirado a ello nos lo miramos con una extraña mezcla de morbo y regocijo similar a la del que deja caer un terrón de azúcar cerca de un hormiguero para ver cómo la colonia se organiza para dar buena cuenta de él.
Buena suerte, en fin, a todos esos blogueros sin talento, tuiteros sin lectores en la vida real y demás aspirantes a chupóptero del presupuesto público que andan estos días arreándose unos codazos de órdago para pillar puesto en la cola. Mucha suerte a todos y que vuestra carencia absoluta de dignidad os sea recompensada con creces.
Cristian Campos, periodista.