Ocho terrenos para un despertar europeo

Firma del Tratado de creación de la Comunidad Económica Europea en Roma el 25 de marzo de 1957. Umberto Tupini (ASSOCIATED PRESS)
Firma del Tratado de creación de la Comunidad Económica Europea en Roma el 25 de marzo de 1957. Umberto Tupini (ASSOCIATED PRESS)

El debate europeo está lleno de confusión, dudas, miedos y desencanto. Sin embargo, nosotros nos rebelamos. No es verdad que los derrotistas sean inteligentes y los voluntaristas, unos ilusos. La historia de Europa está llena de guerras salvajes; por eso, hace 70 años, los europeos decidieron cambiar su rumbo. Los europeos son una parte cada vez menor de la población mundial, pero nos negamos a aceptar que nuestro destino es convertirnos en un ente marginal. Ante la globalización y la velocidad del cambio, nuestros ciudadanos quieren que nuestro modelo de sociedad esté protegido.

La UE garantiza la calidad de los alimentos y del agua, abarata los costes del teléfono, internet, el transporte y la energía y certifica la calidad de los nuevos fármacos. Nuestra carta de derechos fundamentales garantiza las libertades individuales. No olvidemos que, en 1957, solo 12 de los miembros actuales de la UE eran democracias. El modelo social europeo es el único del mundo que ofrece a todos educación, sanidad, rentas mínimas, pensiones, vacaciones anuales e igualdad entre hombres y mujeres. Por supuesto, es un modelo imperfecto. Siguen existiendo demasiadas desigualdades.

Jean-Claude Juncker ha presentado a los Estados miembros y el Parlamento Europeo cinco perspectivas de futuro. Los Estados miembros deben estudiarlas, y entonces podrá comenzar el verdadero debate sobre la Unión. Antes de enumerar nuestras propuestas, debemos desmentir dos cosas: Algunos Estados miembros dicen que no se puede hacer nada sin modificar el Tratado. No. Todas nuestras propuestas son compatibles con el Tratado de Lisboa. Lo único necesario es la voluntad de actuar. Tampoco es cierto que la Unión de varias velocidades sea incompatible con el propio concepto del proyecto europeo.

En estos 60 años, los Estados miembros han tenido siempre distintas obligaciones. El tratado original ya lo preveía. De modo que no inventamos nada nuevo, ni cuestionamos los principios fundamentales, solo queremos organizar esas diferencias, que serán permanentes o provisionales según lo que decidan los Estados miembros.

Con dificultades, hemos logrado evitar que la crisis financiera originada en Estados Unidos destruyera nuestra unión monetaria, pero hay que corregir su fragilidad estructural. El BCE ha asumido plenamente su papel, pero el Consejo de Ministros ha tenido que recurrir en ocasiones a procedimientos intergubernamentales. El Consejo debe tener plenas competencias en la unión monetaria. Y el Parlamento Europeo debe poder opinar sobre sus deliberaciones. La gestión de la unión monetaria implica unas responsabilidades y unos beneficios que no afectan a quienes no pertenecen a ella. La eurozona permanecerá abierta a los países que quieran y puedan integrarse en ella, porque uno de los grandes méritos de la construcción europea es no imponer límites a ningún Estado miembro, pero tampoco se puede impedir que otros avancen más.

Hay que salvaguardar el mercado único, que da fuerza a la UE en todo tipo de negociaciones. La amenaza terrorista solo puede combatirse mediante una estrategia con cuatro pilares: Asegurar una cooperación policial y judicial ejemplar y controlar las fronteras exteriores. Emplear los medios necesarios para garantizar la libre circulación de personas en el espacio Schengen y combatir contra los traficantes de personas. Exigir a los que deseen vivir en la Unión el respeto a nuestros valores esenciales y a los Estados miembros el respeto a nuestra carta de derechos fundamentales. Seguir desarrollando la ayuda al desarrollo para que los países en guerra puedan superar las consecuencias económicas de los conflictos.

Hay que distinguir entre los que huyen de las guerras y quienes desean trabajar en la UE. No puede cuestionarse la solidaridad. Y debemos trabajar para sustituir la inmigración ilegal por una legal y organizada.

La independencia exige capacidad militar y, aunque o sea necesario un nuevo tratado, debemos dar los primeros pasos concretos.

El desencanto europeo ha coincidido con la caída del crecimiento. Hay que reanimar las inversiones y dar un trato especial, en los presupuestos públicos, a todo lo que contribuya al crecimiento.

El reconocimiento mutuo de los títulos y el programa Erasmus han contribuido a que, para las generaciones jóvenes, Europa sea una plataforma única. Hay que extenderlo a la formación técnica y las prácticas laborales.

La protección del medio ambiente, la transición energética y el desarrollo sostenible constituyen el gran desafío de nuestro siglo. ¿Alguien piensa que es posible avanzar de verdad fuera de la Unión?

La innovación es lo único capaz de hacer que nuestras empresas sean productivas y creadoras de empleo en una economía globalizada. La inquietud actual de los medios científicos británicos demuestra el valor añadido de pertenecer a la UE.

La conclusión es sencilla. Sin Europa, el futuro es sombrío. Nuestros dirigentes no deben olvidarlo, porque están construyendo lo que mañana será nuestra historia. No debemos ser solo gestores del presente, sino tener una perspectiva, una estrategia y unos objetivos. Debemos estar orgullosos de lo que conseguido, saber corregir nuestros errores y tener la solidaridad indispensable para construir un futuro común.

Jacques Delors, Jacques Santer y Romano Prodi son expresidentes de la Comisión Europea. Étienne Davignon es exvicepresidente de la Comisión Europea

Firman también este artículo Edmond Alphandery, Joachim Bitteerlich Brinkhorst, Phillippe Busquin, Willy Claes, Henri de Castries, Jaap de Hoop Scheffer,Mark Eyskens, Elisabeth Guigou, Pascal Lamy, Yves Leterme, Thomas Leysen, Louis Michel, Philippe Maystadt, Gerard Mestrallet, Joelle Milquet, Mario Monti, Annemie Neyts, Onno Ruding, Javier Solana, Antoinette Spaak Touskalis, Herman Van Rompuy, Antonio Vitorino, Enrique Baron, John Bruton, Gerhard Cromme, Franco Frattini, Wolfgang Ischinger, Stefano Micossi, Riccardo Perrischi y Andris Piebalgs.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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