Ofrecer más 'huevo' es inútil; ofrecer más 'fuero', un suicidio

Hace unos meses nos produjo cierta melancolía escuchar a Josep Borrell, en su célebre debate televisado con Oriol Junqueras, siguiendo una línea de argumentación que ni en el infinito se encontraría con la de su interlocutor, pues corrían paralelas. En el otro lado, lo que había era un ser emotivo, sentimental, siempre al borde del llanto, que desde su lógica particular podía replicarle: "¿A qué viene decirnos que la Realidad es la que es cuando nosotros hablamos del Deseo? ¿De qué cifras ni de qué desastres ciertos económicos me está usted hablando si para nosotros, el Poble de Catalunya, la llibertat no té preu?" [la libertad no tiene precio].

Junqueras, en fin, parecía decirle que el problema era el "fuero". La pareja de términos fuero y juego resultan muy útiles para explicar lo que pasa en Cataluña. Fue Quevedo (sí, don Francisco de Quevedo y Villegas) quien acuñó primero la expresión "por el huevo o por el fuero", y lo hizo precisamente para tratar de entender cuál era el sentido de la rebelión que por aquel entonces estaba teniendo lugar en Cataluña. Mediado el siglo XVII, los segadores habían levantado sus hoces para, de un buen golpe ("bon cop de falç!") segar cabezas y hacer con la sangre castellana tinta roja para pintar las cuatro barras, como recuerda la versión extensa del himno oficial catalán.

Por huevo el escritor entendía el conflicto generado por las demandas concretas de dinero: la protesta por aranceles, impuestos… y otras exigencias prosaicas, por decirlo así. Las exigencias de fuero, sin embargo, eran mucho menos concretas, estaban vinculadas a símbolos y basadas en sentimientos, y, sin abusar demasiado de las palabras, podríamos decir que entraban dentro del ámbito de la poesía.

En efecto, durante siglos, estos dos vectores de fuerza han articulado el catalanismo. Las políticas del fuero, las identitarias, tuvieron un impulso notable en la Renaixença, inspirada por el Romanticismo, con sus juegos florales, su reivindicación de lengua, de cultura y de historia mezclada desde el primer momento con la leyenda… con esos memoriales de agravios que justificaban la reivindicación de privilegios, con esas Bases de Manresa que reclamaban derechos tales como que los oficios públicos en Cataluña sólo fueran para los catalanes de origen o con esa cristalización de la nacionalidad catalana de Prat de la Riba definida como un conjunto de personas que hablan la misma lengua, expresan una sola voluntad y tienen un mismo sentimiento sobre el derecho que proviene de la costumbre.

Fue llevado de toda esta poesía que Companys culminó el proceso lírico acabando con la autonomía de Cataluña y provocando un conflicto social y político no solo en Cataluña sino en toda España.

Del huevo son ejemplo los logros obtenidos desde el mismísimo Decreto de Nueva Planta, que inició una etapa de trato privilegiado a la economía catalana abriéndole los mercados del resto de España y América al tiempo que le cerraba puertas a la competencia. Vale recordar las palabras de Stendhal en su Diario de un turista señalando cómo el arancel mantenía los mercados españoles cautivos a los productos catalanes a pesar de ser estos de peor calidad y mucho más caros que los ingleses.

Esto no dejó de ser así ni durante el franquismo, época en la que Cataluña fue, junto con el País Vasco, la región que más creció en España, con sus ferias de muestras internacionales (Franco prohibió por Decreto en 1943 que hubiera ferias en lugares distintos a Cataluña y Valencia, y Madrid no pudo abrir la suya hasta 1975), sus primeras autopistas o su primera fábrica de automoción.

Llegada la democracia, el resto comunidades pudieron despegar y equilibrar su crecimiento, y las clases poseedoras de Cataluña, sin renunciar al huevo, volvieron los ojos al fuero, creando nuevas fronteras que les facilitaran el poder competir en una situación que no fuera de igualdad.

Fue la época del catalanismo moderado, el del peix al cove [pez a la cesta], cuyo estilo se caracterizó por una astuta fórmula de equilibrio entre huevo y fuero: un incrementalismo estratégico en las políticas de ingeniería social -puesto negro sobre blanco en el proyecto de recatalanización denominado Programa 2000 de Pujol- logrado además en un contexto en el que las aritméticas parlamentarias permitieron un avance nada desdeñable en las políticas del huevo.

Fue en 2005, con la aprobación del proyecto de Estatut, cuando el equilibrio entre huevo y fuero se rompió a favor de este último, y lo hizo -los poco informados añadirían aquí un paradójicamente- de la mano del Partit dels Socialistes de Catalunya. El nieto del insigne Joan Maragall, apoyado por el presidente más lírico que ha tenido España -ese a quien se deben versos tan imborrables como los que hablan de esa "tierra que no pertenece a nadie, salvo al viento"- tiñó de poesía patriótica la reivindicación catalana: todo el Estatut era un cántico puesto en boca de la personificación de una entidad abstracta denominada Cataluña que reclamaba su condición de nación.

Así despertó la rauxa [arrebato] romántica. Por supuesto, el discurso del huevo siguió estando presente -felizmente cristalizado en la fórmula "España nos roba" que ocultaba el chantaje para alcanzar un trato fiscal de excepción semejante al vasco-, pero en absoluto era el motor de la acción, como revelaba descarnadamente el debate al que hacíamos alusión al inicio. El egoísmo fiscal ha servido para engañar a unos cuantos en la creencia de que a Cataluña le iría mejor en solitario, pero en modo alguno es la llama que mantiene vivo el separatismo.

Comprender esto del huevo y el fuero es algo muy necesario para tratar de acertar en la estrategia que el Estado ha de seguir no ya para atajar la sublevación en curso, sino para evitar que en el futuro se vuelva a producir.

La primera idea que debería calar es que las políticas de huevo, al estilo de las cesiones al chantaje fiscal que insinuaba recientemente el ministro de economía, Luis de Guindos, tratando de comprar la paz social, no tienen el más mínimo efecto en el ánimo de las masas que están liderando el proceso, mucho más alimentadas de racismo cultural y odio a lo español que de insatisfacción por el trato económico.

La segunda idea, importantísima, es que las políticas de fuero y de huevo -es decir, de blindaje identitario acompañado de privilegio fiscal- que está promocionando la oposición, con el nuevo PSOE con Sánchez a la cabeza, solo pueden empeorar la situación, abandonando a su suerte a los catalanes de sentimiento español secuestrados por el nacionalismo, y a lo sumo demorar unos cuantos años la ruptura de España y la consolidación en Cataluña de una sociedad beligerantemente construida contra la pluralidad.

Dicen que toda crisis supone una oportunidad. Y si la crisis que estamos viviendo es de gran magnitud, tal vez la oportunidad también lo sea. Estamos viendo en directo los efectos alucinantes que personas alucinadas por la llamada de la Nación están provocando en Cataluña.

Sería un grave error pensar que esto es fruto de una erupción repentina. Existen sobradas evidencias de que ese desprecio a lo español y esa voluntad de desconexión lleva años sembrándose concienzudamente en las escuelas, en los medios de comunicación, en el tejido de una sociedad civil regada por los favores de una clase políticamente transversal y monolíticamente definida por el catalanismo.

Pero estamos a tiempo de revertir la situación. Los datos indican que el separatismo apenas ha crecido entre la población castellanohablante. Sin embargo, esta parte de la población es la más vulnerable, la que debe ganarse cada día el pan, por lo general con más sudor de su frente que la oprimida, y la que está más alejada de los ámbitos del poder.

Cualquier solución sostenible al problema catalán no pasa por el blindaje que promueve el PSOE, sino por una mayor presencia del Estado en Cataluña, por empezar a atender a esa población desasistida por el Gobierno español y despreciada por el Govern catalán, a esa mayoría silenciosa, tras tantos años de ser silenciada por la Generalitat con el consentimiento de los distintos Gobiernos que se han sucedido en España.

Si queremos combatir de veras la dinámica autodestructiva -destructora de Cataluña y acto seguido de toda España-, muchas cosas tendrán que cambiar después del 1-O. Ni la Educación, ni los medios de comunicación, ni la Policía debería volver a estar gestionada por la Generalitat en los mismos términos que ha estado hasta ahora.

Es preciso resetear un modelo político-social-educativo que ha hecho posible que el tribalismo rural, con fuerte componente racista, se haya enseñoreado de una sociedad que al inicio de la Transición despuntaba como una de las más modernas y cosmopolitas de Europa.

Ofrecer más huevo es inútil, además de injusto, y ofrecer más fuero es un suicidio. La poesía, el relato simbólico y cultural, debe dejar de estar en manos de quienes nos han conducido a la división y al enfrentamiento.

Pedro Gómez Carrizo es editor y miembro de la Plataforma Pro Federación Socialista Catalana (FSC-PSOE) y Ramón Marcos Allo es letrado de la Seguridad Social.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *