Oído Aído

Cuando Felipe González llegó a La Moncloa a finales del 82 una de las primeras iniciativas de sus superfontaneros Julio Feo y Roberto Dorado fue la puesta en marcha de la llamada línea caliente, de forma que todos los españoles pudieran plantear sus cuitas y problemas por teléfono e incluso hablar aleatoria u ocasionalmente con el presidente del Gobierno. Al principio se lo tomaron con mucho entusiasmo, pero su voluntad se fue enfriando a medida que los desmanes del felipismo provocaron una notable subida de la temperatura de las llamadas. Querían una línea caliente, pero no tanto.

Durante los ocho años de Aznar la costumbre cayó en desuso: un presidente tan parco en palabras para con sus más próximos no iba a derrocharlas con el primero que llamara. Zapatero relanzó la iniciativa nada más aterrizar en el poder, adaptándola a la modernidad del ciberespacio. Lo que se habilitó entonces fue una dirección de correo electrónico -jlrzapatero@presidencia.gob.es- y un pequeño grupo de funcionarios dedicado a contestar, a las órdenes de un subdirector general, tanto los mensajes que llegaran por esa vía como las cartas convencionales.

En los primeros dos años se dio respuesta hasta a medio millón de envíos, que en su inmensa mayoría formaban parte de campañas de protesta más o menos organizadas. Con el paso del tiempo también esta variante de democracia participativa ha ido perdiendo vigor, y de hecho la página de apertura de la web de la Presidencia del Gobierno ni siquiera la menciona. Desde el primer día se vio con claridad que a este sistema siempre le faltaría el calor humano propio de un número de teléfono al que tú llamas y nunca deja de haber alguien que responda. Exactamente lo que acaba de proponer la ministra Aído.

Durante su comparecencia en plan La Mujer de Rojo -zapatos, bolso, falda y blusa seductoramente a juego- ante la Comisión de Igualdad del Congreso la ministra de la ídem, además de promover la incorporación al Diccionario del palabro «miembra», anunció la próxima entrada en servicio de «un teléfono de información para los hombres que les ayude a canalizar su agresividad, en vez de recurrir a la violencia». Y por si quedara alguna duda sobre el sentido de su promesa, añadió: «El Ministerio contribuirá con políticas preventivas a otro modelo de masculinidad».

En cuanto a lo primero, todos entendimos que se trataba de un teléfono para maltratadores -bien fuera en grado de consumación, de tentativa o de simple fantasía intelectual- e inmediatamente nos acordamos de Gila descolgando el aparato con el casco embutido hasta debajo de las orejas: «¿Está el enemigo? Pues que se ponga. Oye... que hoy no disparéis de 4 a 6 porque ponen el Tour. Y a ver si me devolvéis la bala de ayer, que a mí se me han acabao...».

Respecto a lo segundo, no sé si muchos recordarán que Gila también explicaba que, desde que se empeñó en nacer un día que su madre no estaba en casa, hasta que cumplió tres o cuatro años fue una niña guapísima de tirabuzones rubios y ojos azules; pero como en aquella época el personal era muy antiguo y le llovieron muchas críticas porque los niños tenían que ser morenos y llevar bigote, pues no le quedó más remedio que convertirse en un niño como los demás.

Está claro que con la «ampliación de derechos» de la era Zapatero eso no le habría ocurrido ahora, y que con un poco de constancia podría haberse convertido en la perfecta encarnación del «nuevo modelo de masculinidad» que Bibiana Aído parece querer promover mediante la persuasión telefónica. Todo indica que su terapia «preventiva» va encaminada a la extracción de los malos humores según la misma lógica por la que, en la duda y ante el menor síntoma, los médicos que desconocían los orígenes de las enfermedades, ponían sanguijuelas al paciente para que le sorbieran la sangre supuestamente envenenada. Como bien denunciaron luego las feministas, nada puede ser tan peligroso como un exceso de salud.

Pero la ministra rectificó el martes y el miércoles sus palabras de la víspera, dando por sentado que había existido una especie de entente mediática destinada a ridiculizarla. Más que un teléfono para «maltratadores» de toda la vida -«a los maltratadores, aislamiento social y Justicia»- en realidad ella proponía casi un teléfono para maltratados por la vida «porque es cierto que hoy muchos hombres se encuentran perdidos ante la ruptura del sistema patriarcal... han sido incapaces de adaptarse a los nuevos roles que tienen que asumir... son hombres que tienen dudas sobre divorcios, separaciones, salud sexual o cómo afrontar las crisis de pareja».

No sé si es consciente esta encantadora ministrita de la señorita Pepys hasta qué punto ha tocado con tal aclaración una fibra sensible -la del pequeño Woody Allen que todos llevamos dentro- en el corazón de millones de varones españoles. Sólo esperamos que haga público el número de teléfono en cuestión para ponernos en la cola delante de la cabina que nos asigne. Aguardaremos turno durante todo el tiempo que sea necesario para explicarle lo perdidos que, desde luego, nos encontramos y lo hipocondríacos que, en efecto, nos hemos vuelto desde que hemos llegado a la conclusión de que nuestras parejas no nos entienden. «Mira, no sé, a lo mejor te parecerá una tontería, pero es que yo desde la ruptura del sistema patriarcal, no sé, tengo una sensación de soledad, como que nadie me comprende, como que no me adapto a mi nuevo rol, ya sabes...».

Con tal de que durante unos minutos ella nos abra sus acogedores oídos a mí no me importa desde luego que me llame periodisto; y tengo un montón de amigos, conocidos y vecinos que tampoco tendrían ningún inconveniente en que se dirigiera a ellos como dentisto, electricisto, pianisto, poeto, policío, guardio del porro, pediatro, espío del CIO, astronauto, trapecisto, taxisto, violinisto o incluso canallo, proxeneto, sabandijo, sinvergüenzo o rato de cloaco. Con permiso de sus respectivas novias estoy seguro de que Rafa Nadal, Alberto Contador y el Guaje Villa estarían encantados de que les considerara su tenisto, ciclisto y futbolisto favoritos. Mil veces mejor merodear por el área de penalti de las incorrecciones lingüísticas que aburrirse tocándola una y otra vez en el centro del campo de lo canónicamente permitido.

Alfonso Guerra ha salido al paso de nuestra fértil transgresora diciendo que «pierde el tiempo y nos lo hace perder a los demás», pero eso sólo es la confirmación de hasta qué punto es él quien va perdiendo facultades. Sigue atreviéndose a decir lo que nadie dice: por ejemplo, que detrás de los santos dogmas de la violencia doméstica hay mucha camelancia. Pero no conozco un sólo colega -perdón, colego- ni siquiera entre los más interesados por la memoria histórica, la ciencia política y la comisión constitucional que no cambiaría una tarde con Alfonso Guerra por un café con Bibiana Aído. «¿Miembra... miembra...? Es cierto que al principio suena un poco raro, pero a base de repetirlo... Oye, por qué no. Qué anglicismo tan original, ministra. Claro, de member, miembra. Member of Parlament. Miembra de la Parlamenta. Qué interesante. Tan joven e inventando ya nuevas palabras. Cuánta responsabilidad. Cuéntame cómo se te ocurrió a ti sola».

Abundarán quienes me llamarán machista -tendría que ser, en todo caso, machisto- por darle tanta importancia a una melena trigueña, una bella caída de ojos y una sonrisa embaucadora, pero varias generaciones de lectores con sus sueños de seductor en la azotea saben que todo esto es tan verdad como la vida misma. Yo tenía un amigo que vivía con una mujer muy atractiva bastante más joven que él y cuando le preguntaban cómo había conseguido convencerla, él siempre contestaba: «Muy fácil, a la gandola». Y cuando el interlocutor se quedaba perplejo pensando qué nueva técnica de persuasión o qué enrevesada postura sexual sería ésa, él se echaba a reír poniendo el acento en su sitio: «Claro, hombre, halagándola».

O sea, que si otros están dispuestos a arruinar su prestigio y ascendiente ante Bibiana Aído, burlándose de ella como si fuera una rubia tonta y caprichosa que sólo dice majaderías, conmigo que no cuenten. Y menos por un quítame una o y ponme una a. Estoy seguro de que después de haberse desnudado -por cierto que una y otra vez- en su inesperado ensayo Las lenguas de Eros, George Steiner coincidiría conmigo en que esta chica puede hablar como le dé la gana. Es como lo del chiste del caballo, sólo que al revés. Cada vez que veo a un columnista o tertuliano dándoselas de gramático listo a su costa no dejo de anotar que queda un competidor menos: «Sí, sí... tú vete hablando mal de la ministra, pero a ver cómo te vendes el día que te llame a la redacción o te la encuentres por la calle».

No me extraña, pues, que dado que esto del teléfono es la única idea concreta que se le ha ocurrido al Gobierno en lo que va de legislatura, Zapatero esté pensando en ampliarla hasta dotarla de cobertura universal sin que quepa discriminación entre unas y otras comunidades autónomas. ¿Por qué para poder hablar con Bibiana Aído hay que ser o maltratador de género o maltratado doméstico? ¿Qué pasa con los restantes colectivos? Es que si nos herís, ¿no vertemos sangre? Es que si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no morimos? Si nos ofendéis, ¿no debemos vengarnos?...

Exactamente ése es el tipo de preguntas que Zapatero quiere que su ministra de Igualdad vaya contestando por teléfono. Está convencido, y yo creo que acierta, de que cuando sea ella la encargada de atender a los violentos huelguistos de Fenadismer, a los coléricos agricultores andaluces, a los levantiscos pescadores gallegos o a los irritados taxistos de las grandes ciudades sus respuestas les sonarán tan sensatas, acertadas y ecuánimes como el juicio de Porcia. Porque la música -sobre todo tañida por un arpa tan dulce- amansa siempre a los fieros mós corrupios y, efectivamente, todos estos colectivos tienen derecho a extraer su libra de carne lo más pegada posible al corazón de la sociedad española, pero todo el peso de la ley debe caer sobre ellos si, como ha ocurrido una y otra vez esta semana, se exceden un sólo gramo en el tamaño e intensidad de la presión legalmente permitida.

Bastarán unas semanas de experiencia para que la receta contra la crisis termine haciéndose evidente: menos Solbes y más Aído. ¿Por qué siguen subiendo los precios de los alimentos? ¿Por qué aumenta el desempleo? ¿Por qué crece el precio de las hipotecas? ¿Por qué los bancos no prestan dinero a las empresas? ¿Por qué la economía está estancada? ¿Por qué los salarios pierden poder adquisitivo? ¿Por qué nos engañaron? ¿Por qué nadie nos advirtió de la que se nos venía encima? No se preocupen y marquen el teléfono de la ilusión en el que la ministra de Igualdad contestará personalmente a todas esas preguntas. Y si llega un momento en que la pobre no dé abasto, habrá una brigadilla de chicas vestidas y peinadas como ella -Aído y sus Bibianas- que le proporcionarán a usted la correspondiente atención personalizada.

Sólo quedaba por resolver el pequeño problema de elegir el fondo musical adecuado para los tiempos de espera y los previsibles picos de sobresaturación de las líneas, pero Zapatero, fiel a sus orígenes, ya ha dado órdenes de que se utilice el mismo disco de Manu Chao -Próxima estación, esperanza- que hace unos años recomendó públicamente escuchar a Aznar.

En concreto, mientras se pone o no se pone la ministra, cuando esté a punto de sonar su voz, cuando aguardemos el instante mágico con su hermoso rostro grabado en la retina, escucharemos el Me gustas tú que tanto contribuyó en su día a inspirar el programa político del presidente: «Me gustan los aviones, me gustas tú/ me gusta la moto, me gustas tú/ me gusta marihuana, me gustas tú/ me gusta colombiana, me gustas tú/ me gusta la vecina, me gustas tú/ me gusta la cocina, me gustas tú/ me gusta camelar, me gustas tú/ me gusta menear, me gustas tú/ me gusta La Coruña, me gustas tú/ me gusta Malasaña, me gustas tú/ me gusta la castaña, me gustas tú/ me gusta Guatemala, me gustas tú».

Ya comenté en su momento que es imposible una apelación más plural, una disposición más ecléctica, un proyecto más abierto y receptivo a las políticas de integración en esta era de mestizaje. Y ahora añadiría -¡oh, prodigio!- que también están ahí las claves de ese «nuevo modelo de masculinidad» hacia el que todos los seguidores de Aído nos esmeramos en avanzar. Ninguna rima es casual: «marihuana» es a «colombiana», lo que «camelar» a «menear», «Malasaña» a la «castaña» y «la vecina» a «la cocina».

Bien, ¿y qué pasa si algún comunicante se pone pesado e insiste en que le parece estupendo que sea una telefonista tan amable quien haya atendido su llamada pero, señorita, yo con quien quiero hablar es con el señor Rodríguez Zapatero? Todo bajo control. No problem. No problemo. Le paso con el presidente. Y en ese momento lo que suena es el siguiente tema de Manu Chao grabado especialmente por ZP con el coro de los artistas de la ceja: «Qué voy a hacer, je ne sais pas/ qué voy a hacer, je ne sais plus/ qué voy a hacer, je suis perdu». Viva Bibiana.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.