Ojalá Hollande se mantenga firme sobre Siria

Qué extraño ambiente.

He aquí un presidente decidido que, tras la matanza del 21 de agosto en el extrarradio de Damasco, tuvo la reacción adecuada.

Un presidente inspirado que encontró las palabras adecuadas, e incluso el nombre, “masacre química”, para este bombardeo con gas. Un presidente que hace honor a Francia al haber sido el primero en hablar de la necesidad de una respuesta y al arrastrar tras él, como hiciera Sarkozy en Libia, a un Barack Obama dubitativo. Y frente a esto, ¿qué tenemos? Unos medios de comunicación quisquillosos y desconfiados.

Ese lado “no me fío” de la inmortal Juliet Berto en La China, de Jean-Luc Godard, que se ha convertido en el quid de los análisis políticos en estos tiempos de complotismo generalizado.

Ese extraño placer, casi malévolo, que se percibe en los comentaristas cuando unas veces subrayan el aislamiento del presidente, otras su precipitación, otras el hecho de que su homólogo norteamericano no le haya mencionado en su discurso.

Una opinión pública que, de manera general, cada vez expresa con menos tapujos que esta historia del ataque con gas le trae al pairo y que, hablando de gas, le preocupa mucho más el que podría dejar de llegarle a comienzos del invierno si el temible señor Putin se cabrea de verdad.

Y una clase política impresentable que, en vez de cerrar filas alrededor del jefe de los ejércitos, como es costumbre cuando el país interviene militarmente en el exterior, y olvidar por un instante sus legítimas diferencias, da muestras de una frivolidad, cuando no irresponsabilidad, lamentable.

Unas veces es la señora Le Pen, con el insulto siempre pronto, que persevera, como antaño su padre, en ese apoyo a las dictaduras árabes, enemigas del derecho y de Francia, que es una constante de su partido.

O Jean-Luc Mélenchon, que estuvo más inspirado cuando apoyó la intervención de Nicolas Sarkozy en Libia y que debería explicarnos en virtud de qué lógica la caída del tirano Asad le parece menos deseable que la del tirano Gadafi. ¿Oportunismo? ¿Síndrome de veleta? ¿Un odio hacia sus antiguos camaradas que le ciega? ¿Otra cosa?

O el Partido Comunista, más bien lo que queda de él, que lanza, a través de L’Humanité, una gran petición nacional contra la guerra. La “gran petición” no llegará muy lejos. Pero aun así. El partido de los fusilados, de la intervención en España y las Brigadas Internacionales, corriendo en auxilio de un déspota que ha perdido el juicio... ¡qué pena!

Otras veces es la derecha republicana o, al menos, algunas de sus figuras, cuya posición, o sus cambios de posición, nos dejan perplejos. ¿Qué ha pasado entre la época (marzo de 2012) en que Dominique de Villepin decía que había llegado el momento de una “acción sobre el terreno” a base de “bombardeos selectivos” contra las instituciones “civiles y militares sirias” y esta (hace ocho días), en la que afirma que un bombardeo “incluso selectivo” solo puede “alejarnos de una solución política” del “conflicto”? ¿Cómo se entiende que, en solo unos días de intervalo, Jean-François Copé pueda estimar que la posición francesa es “justa tanto en la forma como en el fondo” para luego retirarle su apoyo so pretexto, un pretexto indigno de él, poco serio, de que el jefe del Estado se niega “obstinadamente” a “recibir a los jefes de la oposición y los presidentes de los grupos parlamentarios”? ¿Y qué decir de las bases de la UMP, que han seguido a su jefe como un solo hombre y como, por otra parte, el Partido Socialista, entonces liderado por la señora Aubry, cuando se trataba de salvar Bengasi, en marzo de 2011, y que ahora, ante la posibilidad de detener una hecatombe que ya ha dejado 110.000 muertos hace remilgos o se opone?

Y, luego, los socialistas... Esos socialistas siempre listos a fustigar a la derecha estadounidense que, ahora, de pronto, se ponen a pensar, en voz más o menos alta, en hacer “como Estados Unidos” y en su derecho a su cuarto de hora warholiano parlamentario. Pero es que, a este respecto, Francia no es Estados Unidos. Su Constitución prevé un calendario muy preciso que obliga al Ejecutivo a informar a los representantes de la nación en caso de intervención militar. Pero no a una votación previa, no a una votación que autorice esa intervención. Eso no está ni en la letra ni en las formas de nuestras instituciones y sería —si se cediera a la presión, lo cual me atrevo a imaginar— un atentado grave, sin precedentes, contra el espíritu de nuestras leyes.

Todo esto ni es digno ni razonable. Como tampoco es digna ni razonable esa forma de calificar de belicistas, aquí y allá, a los amigos de la justicia y de la paz a quienes la Historia ha enseñado que hay circunstancias en las que, desgraciadamente, la fuerza es el último recurso para conseguir que los asesinos atiendan a razones.

Nadie habla de “hacer la guerra contra Siria”. Nadie planea llevar a cabo, en lugar de los propios sirios, su doble y necesario combate contra la dictadura y contra el islamismo. Pero la ley internacional existe.

Y esa ley entrega a los pueblos libres la responsabilidad de proteger a aquellos que no lo son y se ven expuestos a una masacre masiva en un combate desigual.

Faltar a ella, eludir este mandato, sabotear esta justa intervención decidida y, lo repito, iniciada por Francia sería una violación de derecho y la fuente de un duradero descrédito para las democracias que, esta vez, sin la menor duda, desestabilizaría al mundo.

Bernard-Henri Lévy es filósofo. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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