Olvidaremos una parte de la pandemia. Qué alivio

Mientras nos acercamos a un nuevo aniversario del inicio de la pandemia, muchos de nosotros reflexionamos sobre los dos últimos años y pensamos en las distintas maneras en las que el virus ha alterado nuestra vida. Más de 950.000 estadounidenses han muerto; muchos más han perdido a un ser querido y millones siguen lidiando con las secuelas de la infección prolongada.

Ahora que empezamos a avanzar hacia un futuro pospandémico, es indispensable que recordemos los estragos que ha causado este virus. Debemos llevar con nosotros las lecciones de esta pandemia para que —a diferencia de lo que ocurrió después de la gripe de 1918— no desaparezca de la historia y para que podamos honrar y conmemorar a los que hemos perdido.

Olvidaremos una parte de la pandemia. Qué alivio
Lourenço Providência

También es inevitable que, con el tiempo, muchas de nuestras memorias de estos años difíciles se desvanezcan. Como neurocientífico que estudia la memoria y los trastornos de esta, como el alzhéimer, encuentro este hecho reconfortante, quizá de manera contraintuitiva. He llegado a comprender, gracias a nuevas investigaciones, que recordar demasiado es peligroso y que olvidar no solo es normal, sino que es necesario para nuestra salud mental.

Antes se pensaba que olvidar cualquier cosa —desde cosas insignificantes como el nombre de un conocido cualquiera hasta la pérdida más dolorosa de recuerdos entrañables que experimentan mis pacientes— se debía, en distintos grados, a un fallo de los mecanismos de memoria del cerebro. Pero los nuevos avances de la neurociencia en la última década refutan esta idea simplista.

Las neuronas contienen lo que a veces se llama nanomáquinas que se dedican a la construcción de recuerdos nuevos. Pero los científicos descubrieron hace poco que las neuronas también están dotadas de un conjunto totalmente distinto de nanomáquinas diseñadas para el propósito opuesto: desmantelar con cuidado, y por tanto olvidar, componentes de nuestros recuerdos almacenados.

Teniendo en cuenta este nuevo y creciente conjunto de investigaciones, el olvido cotidiano ya no puede considerarse un mal funcionamiento de nuestra maquinaria de la memoria, sino una parte saludable y adaptativa del funcionamiento normal de nuestro cerebro. La memoria y el olvido funcionan al unísono. Dependemos de nuestra memoria para recordar, aprender y rememorar, y dependemos del olvido para contrarrestar, esculpir y silenciar nuestros recuerdos. Resulta que este acto de equilibrio es vital para nuestro funcionamiento cognitivo, creatividad y salud mental.

Por supuesto, hay tipos de olvido poco saludables. La enfermedad de Alzheimer, por ejemplo, ataca los mecanismos de la memoria y los hace fallar. Pero en otros trastornos, parece que los mecanismos del olvido del cerebro se descomponen. El trastorno psicológico que quizás mejor ejemplifique lo que puede ocurrir cuando las personas no olvidan como es debido es el trastorno de estrés postraumático (TEPT). Aunque a menudo es beneficioso recordar los hechos de una experiencia traumática, a veces incluso con detalles puntuales, de igual modo es importante, si no es que más importante, para el proceso de curación dejar que la valencia emocional de esa experiencia se desvanezca. Si no lo hacemos, podemos quedar atrapados en el recuerdo emocional total, reviviendo nuestra angustia a perpetuidad.

Olvidar nos protege de esta ansiedad debilitante no a través de la eliminación de memorias sino al acallar su grito emocional. Lo mismo ocurre con las emociones más cotidianas. De manera intuitiva, tiene sentido que a veces necesitemos “dejar ir” el dolor y el resentimiento para conservar nuestras amistades cercanas y facilitarnos olvidar para perdonar. “Dejar ir” es solo una de las muchas expresiones coloquiales que reconocen y agradecen de manera implícita los mecanismos de olvido de nuestro cerebro.

En los pacientes que padecen TEPT, el área del cerebro que almacena los recuerdos del miedo está muy activa, lo que sugiere que la persona no puede activar bien el sistema de olvido del miedo del cerebro y, por ende, no puede dejar ir la gran ansiedad asociada al recuerdo del suceso traumático. Los trastornos complejos no deben simplificarse en exceso, pero es posible pensar en el TEPT como un trastorno derivado de un exceso de memoria, causado por la incapacidad de olvidar una experiencia traumática de manera saludable.

Lograr que cese la actividad en esta región del cerebro induce una capacidad saludable de olvidar los sentimientos de miedo. Las drogas como el MDMA, conocido como éxtasis, consiguen justo eso y se están probado como tratamiento para el TEPT. Algunos terapeutas de parejas incluso han utilizado la MDMA para acelerar el proceso de “olvido y perdón” en sus pacientes. Según los testimonios de los usuarios recreativos, acallar los recuerdos relacionados con el miedo al parecer tiene efectos “prosociales” tan potentes —ya que hace a las personas más amistosas, más compasivas, incluso más cariñosas— que subraya cómo los recuerdos no controlados del miedo pueden hacer a las personas antisociales y miserables.

Claro está que no olvidaremos la pandemia, ni deberíamos hacerlo. Deberíamos conmemorar el compromiso desinteresado de nuestros compañeros trabajadores de la salud y reescribir nuestros manuales gubernamentales y médicos para que seamos capaces de responder mejor y más rápido la próxima vez. Pero para muchos de nosotros, sobre todo para los que están en la primera línea, un cierto grado de olvido emocional será una parte natural de la vida y de la superación de la pandemia.

Como sociedad, una de las cosas más beneficiosas que podemos hacer para avanzar de manera saludable será reanudar la socialización segura. Varios estudios han demostrado que el aislamiento social exacerba los efectos negativos del trauma. Como esta pandemia en específico nos obligó a distanciarnos socialmente, no podíamos recurrir al mecanismo de superación más beneficioso desde el punto de vista psicológico: reunirnos.

Uno de los mayores factores de riesgo para el TEPT en los soldados es cuando, poco después del trauma, se encuentran socialmente aislados, sus mentes quedan expuestas sin un tejido social que los proteja de los arrebatos de su miedo y temor. No todas las observaciones sobre la mente necesitan una explicación neurológica, pero es cierto que la socialización hace que nuestros cerebros segreguen sustancias químicas endógenas como la oxitocina, que induce a olvidar el miedo, tal como lo hace la MDMA. Basta mirar a los ojos a otra persona para que la oxitocina se segregue de manera paralela en el que mira y en el que es mirado, en un bucle de retroalimentación que induce un proceso socialmente edificante. Evitar el aislamiento social se ha vuelto parte de la atención estándar de quienes regresan del campo de batalla y se consideran en riesgo de padecer TEPT.

Es posible predecir que, cuando pase el riesgo, relajar las recomendaciones de aislamiento social y animar a la gente a reunirse en el trabajo, en las escuelas y en otros lugares sociales, reducirá el riesgo de angustia duradera.

Con suerte, en los meses y años próximos, la amenaza del virus disminuirá y podremos dejar de lado el miedo que para muchos de nosotros ha sido un compañero casi constante en los últimos dos años. Con esperanza, las imágenes aterradoras de los estragos de la pandemia —las calles vacías y los hospitales abarrotados, las piras funerarias y los camiones congeladores— dejarán de ocupar un lugar tan importante en nuestra memoria colectiva.

Olvidar parte de este miedo nos permitirá evocar con mayor claridad los detalles que deseamos recordar. En mi caso, estos detalles incluyen la asombrosa resiliencia, la valentía y el sentimiento de espíritu colectivo que surgieron esta misma semana hace dos años, cuando mi ciudad natal se convirtió en el epicentro de esta pandemia. Esos recuerdos me hacen albergar esperanzas para el futuro.

Scott A. Small es director del Centro de Investigación de la Enfermedad de Alzheimer de la Universidad de Columbia y autor del libro Forgetting: The Benefits of Not Remembering.

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