Olvidémonos de Palestina

Olvidémonos de Palestina

Israel se está acercando a otra elección parlamentaria y los palestinos apenas han sido mencionados. La votación se produce en un momento en que Estados Unidos está impulsando su plan Paz para la Prosperidad, mal concebido y centrado exclusivamente en la economía. Considerando que el conflicto palestino-israelí ya no mina la prosperidad económica o la postura global de Israel, prácticamente ha quedado fuera de la agenda política interna.

La elección parlamentaria del mes próximo será la segunda de Israel este año. Después de la primera, realizada el 9 de abril, el primer ministro Benjamin Netanyahu –cuyo partido Likud ganó 35 de las 120 bancas- no logró crear una coalición de gobierno. Apenas un mes después de que jurara el parlamento, sus miembros votaron para disolverlo.

Ese fracaso no tuvo nada que ver con Palestina. Netanyahu perdió el respaldo de parte de su alianza de derecha por el desacuerdo sobre un proyecto de ley militar (relacionado a una exención para los judíos ultra-ortodoxos). Y no consiguió que el principal partido centrista de la oposición, Azul y Blanco, estuviera de su lado, debido en gran medida a su esperada acusación por cargos de soborno, fraude y abuso de confianza.

En cuanto a la somnolienta campaña electoral que hoy está en curso, sus únicos momentos breves de vitalidad han sido generados por difamaciones vinculadas a la corrupción y otros ataques ad hominem, esencialmente asociados al comportamiento “monárquico” de Netanyahu y su familia. Azul y Blanco –que plantea el mayor desafío para el régimen del Likud- se centra en la lucha contra Hamas en Gaza, que dice poder manejar de manera más efectiva que el Likud. Inclusive el Partido Laborista, el supuesto heredero del legado de paz del ex primer ministro Yitzhak Rabin, está abocado a “cuestiones sociales” domésticas.

El pueblo israelí comparte esta falta de interés por la cuestión palestina. El mes pasado, la promesa de Netanyahu, hecha en una ceremonia donde se celebraba el 40 aniversario del Consejo Regional de Samaria, de que Israel “controlaría para siempre todo el territorio hasta el río Jordán” prácticamente no generó ninguna reacción.

Esto en parte refleja la desilusión con el proceso de paz: una encuesta de 2018 reveló que el 81% de los judíos israelíes no creen que una solución de dos estados sea viable. Pero también subraya hasta qué punto Israel ha evadido las consecuencias de su trato a los palestinos, inclusive su actitud desafiante ante la Iniciativa de Paz Árabe de 2002.

Mientras que Europa sigue preocupada por sus propios desafíos, Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump se ha vuelto más solidario con Israel que nunca. A instancias de Trump, Israel inicialmente decidió negarles la entrada a dos congresistas musulmanas de Estados Unidos, Ilhan Omar y Rashida Tlaib, por su apoyo al movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS por su sigla en inglés), que protesta por el trato impartido por Israel a los palestinos.

Esa decisión estaba perfectamente in sintonía con el retrato del BDS por parte de Netanyahu. En tanto el movimiento ha ganado respaldo en Estados Unidos y Europa en los últimos años, Netanyahu se ha esforzado por calificarlo como una fuerza global empecinada en destruir al estado judío. Sin embargo, en rigor de verdad, el movimiento sólo ha tenido un efecto marginal en el peso económico y político global de Israel.

En efecto, con su economía innovadora y su industria militar de alta tecnología, Israel se ha convertido en un socio indispensable para los países de la región y más allá; potencias como China suelen cortejarlo por su proeza tecnológica. Y con el descubrimiento de gigantescos campos de gas natural en el este del Mediterráneo, ya no tiene que depender de vecinos inestables y poco amistosos para los suministros de combustible.

Al mismo tiempo, estos vecinos se están volviendo en cierta medida menos hostiles –o, por lo menos, menos interesados en la cuestión palestina-. Sus propios desafíos enormes –entre ellos, grandes poblaciones de jóvenes frustrados, movimientos terroristas tenaces y guerras por poderes regionales- los privan del impulso para pelear por la causa palestina.

Hasta los propios palestinos parecen estar perdiendo vigor en la batalla contra su ocupador; sus energías están consumidas por la lucha entre la Organización de Liberación Palestina, que controla Cisjordania, y Hamas, que controla Gaza. La incertidumbre en torno al fin inminente del prolongado mandato del presidente palestino Mahmoud Abbas debilita aún más la posición palestina.

Nunca antes en la historia de Israel el país ha podido desarrollar una política exterior tan liberada de la cuestión palestina. Esto podría presagiar una escalada importante de las apropiaciones territoriales de Israel. En el pasado, Netanyahu ha ejercido suficiente moderación a la hora de aprobar nuevos asentamientos con la intención de evitar un contragolpe político excesivo, aunque esto implicara desilusionar a sus aliados de extrema derecha, que sueñan con anexar gran parte de Cisjordania.

Ahora que la solución de dos estados está prácticamente muerta y que la comunidad internacional en gran medida ha abandonado la causa palestina, es poco lo que puede impedir que Israel consolide la realidad de un solo estado que tanto ha buscado su gobierno de derecha, sin importar si esto conduce a una guerra civil permanente. Pero ésa es precisamente la razón por la cual el conflicto palestino-israelí debería estar hoy al frente de la campaña electoral. Debería haber un esfuerzo de gran escala por educar a la población israelí sobre las consecuencias de mantener el curso actual, y sobre las violaciones cotidianas de los derechos humanos de los palestinos. Se debería obligar a los políticos a responder la pregunta que el presidente norteamericano Lyndon B. Johnson le formuló al entonces primer ministro israelí Levi Eshkol en 1968: “¿Qué tipo de Israel quiere?”

Por el contrario, Israel –aparentemente convencido de que los palestinos siempre serán víctimas de la historia y los israelíes, sus vencedores- sólo ofrece complacencia. ¿Hará falta un cataclismo regional para que el país sea más humilde? Ahora que Israel incrementa sus desafíos a Irán –ofreciendo, entre otras cosas, inteligencia a Estados Unidos sobre potenciales ataques iraníes, y lanzando ataques contra las milicias respaldadas por Irán en Siria e Irak-, tal vez no pase mucho tiempo para que tengamos la respuesta a esa pregunta.

Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *