Ópera, cenizas y disculpas

Terry Turner, un señor de Dallas muy aficionado a la ópera, conoció al camarero Roger Kaiser, en el restaurante que solía frecuentar. Se hicieron amigos a pesar de que Roger no atendía la zona donde a Terry le gustaba sentarse porque ambos amaban la lírica. Puntualicemos: Terry era un erudito en la materia. Roger, un aficionado entusiasta. No habían hecho más que iniciar su relación cuando Terry tuvo que mudarse a Atlanta por razones de trabajo. La amistad continuó y se reforzó por correspondencia.

Durante años compartieron su mutua pasión, según lo establecido. Roger, que era «un alumno impaciente», preguntaba. Terry, «un paciente maestro», respondía. Dice Roger: «Él estaba feliz de tener a alguien con quien hablar de ópera. Nunca malgastamos el tiempo hablando de nosotros mismos. Solo de ópera».

También acudieron juntos a la ópera, claro. La primera vez en Atlanta, adonde Roger se desplazó. Luego en Santa Fe y Cincinnati. En el año 2012 hubo novedades. Terry escribió a su amigo para anunciarle que regresaba a Dallas. Le dijo que su empresa le había trasladado de nuevo. Y que estaba enfermo de cáncer.

Escribe Roger: «Terry llegó el domingo por la mañana en autobús. Pedí fiesta en el trabajo y pasamos el día juntos. Cociné algo rico y decidimos a qué ópera iríamos. Terry durmió en el suelo de mi habitación de invitados. Era evidente que estaba muy, muy enfermo. Al día siguiente fuimos el hospital y le ingresaron. Nunca regresó a casa».

Terry murió en abril del 2012, poco después de que su amigo del alma le prometiera que llevaría parte de sus cenizas a todos los teatros de ópera que visitara -sin él- a partir de este momento. Una hermosa promesa de amor. Fin del primer acto.

El último sábado de octubre, se armó un escándalo sin proporciones en el Metropolitan Opera House de Nueva York, el más importante coliseo operístico del planeta. Tuvo que suspenderse la representación de 'Guillermo Tell' antes del último acto. Una catástrofe enorme, por diversas razones: 'Guillermo Tell' es una ópera poco representada -la 201 en la clasificación operística, dicen las estadísticas-, que llevaba más de 80 años sin verse en Nueva York. Se suspendieron también las representaciones de 'L'italiana in Algeri', programada para la función de noche -sí, sí, dos óperas diferentes en un mismo día, murámonos de envidia-.

Hasta ese día, el MET solo había cancelado tres funciones en toda su historia, todas por defunciones súbitas. La primera, en 1960, fue la del tenor Leonard Warren, quien murió en el escenario en plena representación de 'La forza del destino' a causa de una masiva hemorragia cerebral. Al parecer, terminaba de cantar el aria 'Urna fatale', que empieza con un «Morir! Tremenda cosa!». Tenía 48 años. El segundo, 28 años más tarde, fue un espectador que en el intermedio de 'Macbeth' se suicidó lanzándose desde uno de los pisos superiores. El tercero, otro tenor, Richard Versalle, en 1996, por un ataque al corazón.

El caso es que ese sábado, para estupefacción de los asistentes, el Met suspendió las funciones por cuarta vez en su historia. Hubo un desalojo e intervención de la policía. La voz de alarma la habían dado los músicos, que en el intermedio vieron a un hombre de mediana edad y raza blanca manipulando algo en el foso. En el mismo foso aparecieron unos polvillos parduzcos que algunos tomaron por ántrax y otros por la materia prima de un explosivo.

¿Les reconocen, verdad? El polvillo parduzco era Terry. El hombre blanco era Roger, cumpliendo su promesa. Fin (apoteósico) del segundo acto.

El tercer acto ha ocurrido en los periódicos. Amantes de la ópera consternados, que piden a Roger que les devuelva el dinero de su entrada. Roger escribiendo una larga carta al 'New York Times' explicando su historia y pidiendo disculpas («Creo que nunca voy a poder perdonarme por lo que he hecho», dice, compungido), el director del Met contestándole en términos casi paternales («Espero que sus próximas visitas al Met discurran sin incidentes») y la comunidad gay profundamente enfadada porque el ahora famoso Roger Kaiser no ha reconocido en público que en realidad él y Terry eran más que amigos: una de las muchas parejitas gais que hacen de la cultura una de sus principales pasiones. Ven en ello cobardía y una oportunidad perdida de dar a conocer que la comunidad gay es una de las que más frecuenta los ambientes culturales de EEUU.

No me lo tengan en cuenta pero, visto el lío, y aunque el gesto de Roger me parece precioso, por una vez voy a darle la razón a la Iglesia católica y -a la par- un consejo al señor Gelb, director del Met: instalen ustedes en su amplio vestíbulo, en la placita de la fuente o en una parte de la tienda de recuerdos, un práctico columbario donde quienes lo deseen puedan ser inhumados sin polémica, sin pánico y sin ensuciar la moqueta. Puede que hasta yo misma me interese por las tarifas.

Care Santos, escritora.

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