"Operación Nemtsov”: desinformación, confusión y algunas hipótesis inquietantes

La investigación sobre el asesinato de Borís Nemtsov comienza a discurrir por lugares conocidos, pero las incertidumbres aumentan con cada nueva revelación. La conexión constatada y documentada entre el principal sospechoso, Zaur Dadáyev, y Ramzán Kadírov, hombre fuerte de Chechenia y estrecho aliado del presidente Putin, refuerza la hipótesis de la vinculación del crimen con el Kremlin y sugiere posibles luchas internas dentro de los aparatos de seguridad estatales.

Nemtsov se une a una larga lista de críticos y opositores asesinados en los últimos quince años. Entre los más destacados cabe citar los de Sergei Yúshenkov, diputado del Partido Liberal (asesinado el 17 de abril de 2003); Yuri Shchekochikhin, periodista de Novaya Gazeta (3 de julio de 2003); Paul Klébnikov, periodista estadounidense de origen ruso, director de la edición rusa de la revista Forbes (9 de julio de 2004); Anna Politkóvskaya, periodista de Novaya Gazeta (7 de octubre de 2006); Aleksandr Litvinenko, ex agente del KGB/FSB (23 de noviembre de 2006); o Natalya Estemirova, activista por los derechos humanos en la ONG “Memorial” en Chechenia(15 de julio de 2009). Cada uno de estos asesinatos tiene aspectos particulares, pero ninguno ha sido suficientemente esclarecido y todas ellas eran personas que resultaban incómodas para el Kremlin. Sin embargo, las motivaciones políticas y posibles conexiones con aparatos del Estado es la única línea de investigación que ha sido sistemáticamente ignorada o negada en todos estos casos. Y a tenor de la reacción inicial del Kremlin y de las narrativas dominantes en los medios de comunicación rusos cabe esperar un desarrollo similar en el caso de Nemtsov.

Como apunta Miguel Vázquez Liñán, profesor de la Universidad de Sevilla y experto en medios de comunicación rusos, “RT [antes Russia Today] y el Primer Canal de la televisión rusa, entre otros medios oficialistas, han hecho todo lo posible por despolitizar la muerte del opositor ruso”. Así, la manifestación del domingo 1 de marzo en el discurso mediático ruso, bajo férreo control del Kremlin, se convirtió en una “manifestación de duelo desprovista ya de carácter reivindicativo”. Conviene no olvidar que, hasta el asesinato de Nemtsov, se trataba de una manifestación contra la crisis económica y la guerra en Ucrania. Como se ha repetido insistentemente estos últimos días, la oposición democrática en Rusia, una de cuyas caras más visibles era el propio Nemtsov, se encuentra muy mermada y fragmentada.

Sin embargo, conviene tener presente, en primer lugar que la oposición aún conserva capacidad de movilización en Moscú y pese al tamaño de Rusia lo que sucede en la capital es lo que cuenta políticamente. En segundo lugar que, la popularidad de Putin ha alcanzado niveles máximos, pero el malestar frente a su estructura de poder, con el partido presidencialista Rusia Unida a la cabeza y asociado a la corrupción e impunidad imperante también es alto. Y en un contexto de crecientes dificultades económicas es un aspecto que resulta cada vez más relevante. De ahí la inquietud del Kremlin ante cualquier muestra crítica. Si la oposición es tan insignificante y el respaldo al régimen es tan genuino e inquebrantable ¿por qué se ejerce un control tan férreo sobre la oposición? ¿Por qué necesita el Kremlin movilizar a sus seguidores en la calle y articular movimientos como el del “anti-Maidán” o los Nashi?

Una idea que se ha repetido con fuerza desde que se tuvo noticia del asesinato de Nemtsov, es que el Kremlin y el propio Putin eran los menos interesados en su muerte. Esta narrativa había sido ya utilizada con anterioridad en otros asesinatos políticos. Tras el asesinato de Politkóvskaya, Putin también declaró que “su muerte trae peores consecuencias al gobierno ruso que sus publicaciones [ya que] no tenía público en Rusia”. No obstante, el alto valor simbólico e intimidatorio de estos crímenes configura un clima de impunidad y miedo que resulta beneficioso para las élites políticas rusas y considerando como se han ido reduciendo progresivamente los límites de las libertades políticas y de prensa, incluyendo la cuestión de la auto-censura, el argumento resulta cuestionable. No en vano Rusia ocupa el sexto lugar en el ránking del CPJ de países en el que los crímenes contra los periodistas quedan en absoluta impunidad.

Los escasos líderes de esa mermada y fragmentada oposición política no han mostrado dudas: el asesinato de Nemtsov marca un punto de inflexión y no puede desligarse del clima de persecución política imperante en Rusia. Nemtsov, al igual que otros críticos y opositores asesinados, formaban parte, por ejemplo, del listado de “Enemigos de la nación rusa” confeccionado ya en 2006 por Nikolai Kuriánovich, diputado en la Duma por el partido LPDR, parte de la “leal oposición” al presidente Putin. Práctica ésta de las “listas de enemigos” que se ha extendido preocupantemente desde la ola de manifestaciones de finales de 2011 y principios de 2012, que marcan el inicio del endurecimiento del régimen de Putin hacia dentro y hacia afuera. Los críticos y opositores han devenido, cada vez más, “traidores a la patria”, “agentes extranjeros” o “quinta columnistas”. Como apunta el profesor ruso Andrey Makárychev “el crimen fue justificado y preparado políticamente antes de que se produjera en realidad”.

En los últimos días han sido detenidos siete chechenos sospechosos de estar relacionados con el asesinato de Nemtsov. Tres de ellos pertenecían a los cuerpos de seguridad chechenos y uno de ellos, Zaur Dadáyev, era subcomandante del batallón checheno “Sever”, que depende del Ministerio del Interior ruso, y había sido incluso condecorado con la Medalla al Valor por el entonces presidente Dimitri Medvédev. Dadáyev, es, además, un colaborador estrecho de Alimbek Delimjánov, comandante de este batallón, mano derecha de Kadírov y cuyo hermano, Adam, es miembro de la Duma, por el partido Rusia Unida, y sospechoso de haber ordenado varios asesinatos y que estuvo en busca y captura por la interpol con relación al atentado contra un disidente checheno en Dubái en 2009.

Tras conocerse las detenciones, Kadírov se refirió a Dadáyev como “un auténtico patriota ruso”, y sugirió que el asesinato podría tener alguna conexión con los comentarios de Nemtsov apoyando las caricaturas de Charlie Hebdo. Acto seguido, el medio ruso Rosbalt publicó un artículo en el que se aseguraba que Dadáyev había confesado ya haber organizado el crimen de Nemtsov por las críticas de éste contra los musulmanes. Uno de los puntos más débiles de esta hipótesis es que Nemtsov, a diferencia de otros políticos rusos, fue moderado en las escasas ocasiones que se refirió al Islam. Sin olvidar que en la esfera política rusa es relativamente fácil encontrar salidas de tono ofensivas hacia la comunidad musulmana.

En cualquier caso, apenas veinticuatro horas después, dos noticias publicadas por el Moskovskii Komsomolets ponían en cuestión esta versión. En primer lugar, con las imágenes de un vehículo con los presuntos sospechosos dentro siguiendo a Nemtsov en septiembre de 2014, es decir, mucho antes del asunto Charlie Hebdo. Y queda además por dilucidar cómo se explica que los sospechosos utilizaran durante el atentado un vehículo de la flota de una empresa estatal de seguridad, extremo confirmado por el Ministerio de Finanzas en declaraciones a la agencia de noticias rusa TASS. En segundo lugar, con una entrevista a los tres detenidos (Dadáyev y los hermanos Gubáshev) donde aseguraban haber sido torturados tras su detención y no tener ninguna vinculación con el asesinato. Andréi Bábsuhkin, del Consejo de Derechos Humanos adscrito a la Presidencia rusa, respalda la credibilidad de estas denuncias por torturas.

En los últimos tiempos, Borís Nemtsov se había significado con sus denuncias sobre la corrupción en torno a los juegos olímpicos de Sochi y sus críticas a la intervención militar rusa en Ucrania. Es decir, dos temas particularmente sensibles políticamente y en los que están en juego no sólo intereses geoestratégicos sino importantes cantidades de dinero. De hecho, según ha trascendido, en el momento de su asesinato Nemtsov preparaba un informe que documentaba las muertes de soldados de reemplazo rusos en Ucrania y, se sospecha, los intereses económicos creados alrededor del envío de “voluntarios” a la guerra en el Donbás.

En esta línea, Novaya Gazeta indica en un reciente artículo que el hecho de que Putin haya puesto al general Krasnov al frente de la investigación sugiere que el presidente ruso quiere realmente descubrir quién está detrás del crimen. Lo que supondría, por un lado, que Putin no dio la orden y, en consecuencia, que podría haber perdido el control de parte de la estructura de seguridad rusa. Y de ahí que cobre fuerza la hipótesis de que el asesinato de Nemtsov pueda encuadrarse en el contexto de una pugna que enfrenta a cuerpos de seguridad rusos (Ministerio del Interior, FSB) y grupos chechenos que cada vez tienen un peso mayor en Moscú. Sin duda, una conjetura inquietante que se añade a los indicios de fracturas serias dentro del propio establishment ruso a cuenta del enfrentamiento con Occidente y la aparente huida hacia delante del Kremlin.

Nicolás de Pedro, Investigador Principal, CIDOB. Marta Ter, responsable de Chechenia y Cáucaso Norte, Lliga dels Drets dels Pobles.

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