Opinión: Me reuní con Osama bin Laden tres veces. Lamento decir que su historia no ha terminado

Foto de una conferencia de prensa en Afganistán en 1998 con Ayman al Zawahri (centro izquierda) y Osama bin Laden (centro), cerebro de los atentados del 11 de septiembre de 2001. (Foto/Archivo AP) (AP)
Foto de una conferencia de prensa en Afganistán en 1998 con Ayman al Zawahri (centro izquierda) y Osama bin Laden (centro), cerebro de los atentados del 11 de septiembre de 2001. (Foto/Archivo AP) (AP)

Hace 20 años, siete semanas después del 11 de septiembre, fui el último periodista en entrevistar a Osama bin Laden. Nos reunimos en Afganistán, en medio de la campaña de bombardeos de Estados Unidos. Bin Laden se jactó de haber tendido una trampa que acabaría humillando a Estados Unidos en Afganistán, tal como le había sucedido a la Unión Soviética. También predijo que Estados Unidos y los talibanes tendrían conversaciones.

Dos décadas después Bin Laden está muerto, pero esas predicciones se han hecho realidad. Y no fueron las únicas que se cumplieron.

Quizás los estadounidenses pueden tener algo de consuelo en el hecho de que lograron vengarse cuando lo mataron. Pero el panorama general es menos reconfortante. Al Qaeda sigue en Afganistán, y sus vástagos continúan librando guerras en otras partes del mundo. El auge del Estado Islámico ha demostrado que ideas incluso más extremas que las de Bin Laden continúan encontrando seguidores.

No estoy seguro de que Estados Unidos y el resto de Occidente hayan asimilado por completo esta lección.

Cuando conocí a Bin Laden en una cueva en la zona montañosa de Tora Bora en Afganistán en 1997, predijo que Estados Unidos pronto dejaría de ser una superpotencia, y me sorprendió cuando sugirió una alianza entre Afganistán, Pakistán, Irán y China contra Estados Unidos e India.

Por supuesto, Estados Unidos sigue siendo una superpotencia. Pero la segunda parte de su predicción parece hacerse realidad mientras escribo esto. Irán ha hecho algunos acercamientos con el gobierno talibán, quien a su vez le ha dado a entender a China que está dispuesto a perdonar los crímenes chinos contra los musulmanes uigures a cambio de reconocimiento y apoyo. China acaba de responder con un ofrecimiento de 31 millones de dólares en ayuda de emergencia al nuevo gobierno afgano.

Bin Laden entendió que el poder de Estados Unidos obligaría a sus enemigos a crear una causa común. Comprendió que la fuerza de Estados Unidos era también su debilidad.

Después del 11 de septiembre, cubrí varias guerras: de Irak a Siria y del Líbano a Palestina. Bin Laden se había ganado el respeto de muchos musulmanes, no por su ideología religiosa sino por la ocupación estadounidense de Irak y el apoyo de Washington a los gobiernos títeres del mundo islámico. Entrevisté al secretario de Estado estadounidense Colin Powell, a Condoleezza Rice, a Hillary Clinton, a John F. Kerry y a muchos altos funcionarios militares tras el 11 de septiembre. Todos hicieron afirmaciones contundentes sobre sus triunfos en la guerra contra el terrorismo, pero parecían ignorar que la guerra en realidad estaba produciendo más terror. El Estado Islámico es solo un ejemplo de las reacciones adversas generadas por la invasión estadounidense en Irak.

No hay duda de que Estados Unidos logró cazar y matar a muchos líderes de Al Qaeda, el movimiento talibán y el Estado Islámico con drones tras los ataques del 11 de septiembre. Sin embargo, también es cierto que el daño colateral de esos ataques produjo cientos de nuevos terroristas suicidas. Estos terroristas suicidas se convirtieron en el arma más eficaz de los talibanes contra las fuerzas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán. Ahora, los propios talibanes se enfrentan a terroristas suicidas del Estado Islámico.

El poder militar puede resolver algunos problemas, pero por lo general crea más. Bin Laden quiso provocar que Estados Unidos recurriera al uso masivo de la fuerza militar porque entendió que esto generaría más problemas de los que resolvería. Sin embargo, la guerra no es la única forma que tiene un país para perseguir sus intereses.

Washington no debe repetir sus errores del pasado. Los estadounidenses y sus aliados abandonaron Afganistán tras la retirada de las tropas soviéticas en 1989. Eso hundió a Afganistán en una guerra civil, y los talibanes fueron el resultado final de esa guerra. Ahora el país está a punto de convertirse nuevamente en un Estado fallido.

Estados Unidos puede demostrar que Bin Laden se equivocó, obligando a los talibanes a implementar el acuerdo de Doha negociado por el gobierno del expresidente Donald Trump. Los estadounidenses deben presionar a los talibanes para que cumplan sus promesas de que Afganistán no será utilizado como una base para realizar ataques contra ningún otro país. Es comprensible que los funcionarios del gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no estén contentos con la toma de poder de los talibanes, pero deben darse cuenta de que todavía tienen una influencia importante. Estados Unidos mantiene congelados los activos de Afganistán. Los talibanes necesitan dinero para administrar el Estado. Estados Unidos debe hacer todo lo posible para utilizar esto y obligar a los talibanes a incluir a las mujeres y a otros grupos políticos en las estructuras de poder del país.

Es innegable que la retirada de Estados Unidos de Afganistán fortalecerá a los militantes islamistas en todas partes. Pero si los talibanes no logran llevar la paz y la seguridad a Afganistán, los resultados podrían ser incluso peores. Los Estados fallidos son las bases más atractivas para personajes como Osama bin Laden, quien se mudó de una debilitada Sudán a un Afganistán fallido en 1996, y luego procedió a planificar los ataques del 11 de septiembre.

En una entrevista en 1998, Bin Laden me dijo que Estados Unidos podría matarlo pero nunca lo capturaría vivo. En eso también tuvo razón. No permitamos que tenga razón en nada más.

Hamid Mir es un periodista, editor y experto en terrorismo pakistaní.

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