Oportunidades y peligros

Por Joseba Arregi, autor del ensayo La nación vasca posible y portavoz del Gobierno vasco con el lehendakari Ardanza (EL MUNDO, 17/04/06):

No habrá muchos que pongan en duda que España vive momentos de agitación política. Algunos tienen la sensación de que todo está en movimiento, todo puesto en cuestión o a disposición de quienes no tienen inconveniente en cambiarlo. Otros, por el contrario, están convencidos de que hay quien quiere parar la Historia, sacralizar textos y contextos, impedir cualquier movimiento, incluso aquéllos que son necesarios precisamente para dotar de estabilidad al sistema.

Si en lugar de hablar de crispación se utilizara la expresión de que la política española se encuentra agitada quizá fuera posible superar la tentación de buscar a los responsables de la crispación y analizar con cierto distanciamiento lo que puede significar la situación presente para el futuro.

Es un hecho la puesta en marcha de un proceso de reformas estatutarias. Es un hecho que ese proceso se ha iniciado sin antes haber acordado las reformas constitucionales necesarias, especialmente la del Senado, para que dichas reformas estatutarias tengan el marco y el contexto que les dé sentido para integrarlas en el todo, y no sean elementos parciales sin referencia alguna al conjunto.Es un hecho que el anuncio de un alto el fuego permanente por parte de ETA y la esperanza de que la violencia terrorista desaparezca definitivamente abre nuevas posibilidades y nuevas perspectivas en el horizonte político español. Y es un hecho que toda esta situación se produce en un ambiente de división profunda entre los dos grandes partidos de España, entre el PSOE y el PP.

Cuando el futuro es incierto, cuando la ansiada desaparición de ETA crea un contexto nuevo, cuando las reformas estatutarias son caminos iniciados sin mapa previo es normal que surjan preocupaciones e incluso miedos. Porque los momentos de agitación política son momentos de oportunidad pero al mismo tiempo de riesgo. Son momentos de los que puede surgir un futuro nuevo y mejor, pero también albergan el riesgo de perder lo esencial conseguido en los últimos 30 años.

En este tipo de situaciones no ayudan ni los ingenuos esperanzados, los optimistas irrefrenables, ni los profetas de la calamidad, los pesimistas incorregibles. Tanto una postura como la otra son huidas del complicado trabajo de analizar la situación, de sopesar las ventajas e inconvenientes, de contraponer racionalmente los argumentos a favor del cambio necesario y de la conservación de lo conseguido. Y es sabido que en la política mediática actual el matiz, la diferenciación, el equilibrio y la ponderación venden mucho menos que la exageración, bien del optimista, bien del pesimista.

Es mas fácil augurar catástrofes que trabajar por equilibrar bienes que pueden estar en contradicción. Es más fácil pronosticar el final de todas las contradicciones y de todos los problemas que prevenir tendencias no deseadas. Ni las buenas intenciones garantizan un futuro perfecto, ni los augurios catastróficos sirven para conservar lo que merece la pena.

No cabe duda de que el anuncio del alto el fuego permanente por parte de ETA viene acompañado de incertidumbres. Una de ellas es si el mundo de ETA/Batasuna ha interiorizado que, si bien el Estado de Derecho puede permitirles seguir planteando proyectos políticos que no tienen cabida ni futuro en el ordenamiento constitucional español, ello no significa que el cese definitivo de la violencia de ETA pueda estar condicionado de alguna manera a la consecución de ese proyecto o de algo que se le parezca.

Otra incertidumbre es la que se refiere al nacionalismo tradicional y a saber si éste será capaz de dar el giro democrático definitivo que necesita asumiendo con todas sus consecuencias el pluralismo de sentimientos de pertenencia de los ciudadanos vascos, que es tanto como asumir que España no es algo exterior a Euskadi, sino parte integrante de su compleja y plural identidad.

Pero estas incertidumbres no pueden conducir a sospechar genérica y radicalmente de las intenciones de los actores políticos que tienen algo que decir, sino que obliga a trabajar denodadamente por la clarificación de las palabras, por la corrección de los términos y de los conceptos, por la argumentación diferenciada y razonada. Estas incertidumbres obligan a un esfuerzo serio por descubrir en el uso del lenguaje de los actores políticos todo aquello que enmascara la realidad y el porvenir en lugar de plantear las cosas de forma directa. Un ejemplo: ¿cuando Ibarretxe habla de que el proceso actual tiene que desembocar en una consulta al pueblo vasco está refiriéndose al ejercicio del derecho de autodeterminación, o se refiere a una consulta popular como lo fue el referéndum para aprobar el Estatuto de Gernika?

Si está hablando de autodeterminación, el grave problema que se plantea no es que dicho derecho no tenga cabida alguna en el contexto jurídico y político de la Constitución española -como lo ha subrayado repetidamente el presidente del Gobierno-, sino que niega la pluralidad en el sentimiento de pertenencia de los ciudadanos vascos, pues el derecho de autodeterminación presupone un sujeto homogéneo. Y negar ese pluralismo vasco es negar la libertad y negar la democracia.

La oportunidad de este momento radica precisamente en reclamar la clarificación de estas cuestiones. Dicha oportunidad consiste en reclamar del nacionalismo vasco tradicional que extraiga de una vez las consecuencias jurídicas y políticas del pluralismo en el sentimiento de pertenencia de los vascos.

La democracia exige, entre otras cosas, que la realidad sea tomada en su complejidad, que se eviten las simplificaciones y se asuma que es preciso trabajar sin descanso para desbrozar su camino entre peligros y dificultades, buscando lo posible y las oportunidades que se van creando. Todo sería más cómodo si hubiera una solución apodíctica para cada momento de la historia. Pero sería muy poco democrático. Lo democrático consiste en ir buscando el camino del futuro a tientas, entre dudas y dificultades. Lo democrático consiste en no negar la realidad y en tratar de conjugar los diferentes elementos de la realidad para tratar de generar situaciones que sirvan al bien común.

Sería muy cómodo que el sistema político español no hiciera ninguna diferencia entre lo que se requiere para que un partido sea legal y lo que es necesario para que podamos considerar que un partido político es plenamente democrático. Para que un partido político sea legal debe cumplir las leyes, satisfacer las exigencias fijadas en las sentencias judiciales, de forma muy resumida no usar la violencia ni legitimarla, y condenarla si es que existe tal violencia terrorista.

Pero aunque el partido que sustituya a Batasuna cumpla esas condiciones y llegue a ser legal, ello no nos obliga a considerarlo plenamente democrático. Seguirá soñando con una sociedad vasca homogénea en cuanto al sentimiento de pertenencia. Seguirá pensando que la sociedad vasca debe definirse teniendo en cuenta la parte homogénea de la misma, es decir, la nacionalista. Seguirá reclamando la autodeterminación como derecho de esa parte homogénea impuesta al conjunto de la sociedad. Y será legal haciéndolo. Pero no será democrática, como tampoco lo será el resto del nacionalismo si mantiene los mismos postulados. Y habrá que seguir luchando y peleando para dejarlo claro y para defender la libertad y los derechos ciudadanos en Euskadi. Nadie ha dicho que desaparecida la violencia y el terror la política fuera a ser fácil. Ahora viene lo difícil.