Optimismo electoral

El Gobierno dice que la legislatura no está agotada. Rodríguez Zapatero parece creer superada la derrota en las elecciones locales y autonómicas y neutralizado el efecto de la ruptura del alto el fuego que llamaban permanente de ETA. En el primer caso, a través de la apertura a pactos de todo tipo de formato y composición para poder decir que los socialistas han obtenido en términos de poder la victoria que no han conseguido en sufragios. En cuanto a la ruptura del alto el fuego, el decreto de silencio impuesto pretende ser la antesala del olvido de lo que ha sido el asunto más importante de estos tres años, pero que ahora es de mal gusto mencionar aunque sea simplemente para preguntar qué había de lo nuestro, de lo de todos.

Con la ayuda de la ciclotimia que suele afectar a buena parte de la sociología del Partido Popular y de los que en este espacio político creen que las elecciones las gana un comité de notables de conversación amena, el optimismo ha vuelto a Rodríguez Zapatero. Lo que pasa es que cuando el presidente del Gobierno se pone optimista -como dicen que se está expresando con sus más recientes interlocutores- hay que empezar a preocuparse. Aquella conferencia de prensa que el 29 de diciembre precedió en horas al atentado de la T4 consumió toda o casi toda la confianza que el pensamiento mágico en torno a Rodríguez Zapatero invitaba a depositar en el líder que había desafiado con éxito las peores expectativas para llegar a donde se encontraba. Por fuerte que sea la convicción de los socialistas en revalidar el triunfo electoral el próximo año - y tampoco parece que esa convicción lo sea tanto- el Zapatero con estrella en el que tanto esperan debe competir en sus esperanzas - y supongo que en sus temores- con ese otro Zapatero de optimismo inquietante, arbitrario en su confianza y lanzado a actuar desde una percepción de la realidad distorsionada por su adanismo y su persistente propósito de ser tenido por una suerte de refundador de la democracia salida de la Transición.

El llamado proceso de paz ha sido la muestra de hasta qué punto el optimismo de Rodríguez Zapatero en vez de ser consecuencia de una confianza fundada es el síntoma de la inconsistencia de sus apuestas. Una inconsistencia que se vuelve más llamativa e incomprensible cuando se lee al ministro del Interior declarar en 'El Socialista' que el proceso, el llamado 'de paz', en realidad «nunca» llegó a despegar del todo. «Tuvo un comienzo titubeante -explica Pérez-Rubalcaba- y a partir de ahí las cosas no hicieron sino complicarse». Pero la negociación con ETA no ha sido el único episodio de euforia errónea. Empiezan a ser numerosas e ilustres las víctimas políticas dentro y fuera de nuestro país que un día fueron tocadas por el optimismo de Zapatero. Parece que la eficacia política de esa característica del carácter presidencial tenida por antropológica es cada vez más limitada. El optimismo que Rodríguez Zapatero despliega suena ya forzado, más interpretado que sentido, exigido por el relato de la España sin problemas con la que el PSOE quiere llegar a las elecciones.

La fragilidad de ese optimismo y su impostada proyección se delata en la pueril estrategia defensiva de los socialistas consistente en desplazar al pasado cualquier responsabilidad que les afecte. De lleno en el terreno del ridículo, si se hunde un barco en aguas de Ibiza y se produce un vertido de combustible, el esfuerzo de los servicios de prensa del Gobierno no se centra en explicar cuál es la situación del naufragio sino en traer a colación el 'Prestige'. Si arden los bosques en Galicia se organiza una manifestación contra el Partido Popular. Si soldados españoles son asesinados en Oriente Medio por terroristas islámicos, lo que importa al Gobierno es que nadie haga paralelismos incómodos. ¿Por qué tanta justificación no pedida? Porque al actuar así el Partido Socialista no se defiende del PP, se defiende de sí mismo. No quiere revivir el recuerdo del PP, quiere borrar el suyo en la oposición. Y así, cuando un barco vierte su carga de combustible en la costa de Ibiza no ven enfrente el peligro que pueda representar el Partido Popular sino la agitación partidista que acompañó al desastre del 'Prestige' vuelta contra ellos mismos que la pusieron en marcha.

Sin embargo, se puede argumentar a favor de la eficacia de esta estrategia en términos de interés puramente partidista. Al fin y al cabo, la izquierda inquisitorial y ahora servil, se conforma con las improvisadas fabricaciones oficiales para cubrir el engaño masivo en la gestión del proceso de paz. El progresismo, en otro tiempo siempre indignado, permanece inconmovible cuando los subsaharianos mueren por docenas intentando llegar a Canarias, cuando las cifras de violencia contra las mujeres dejan en evidencia la explotación oportunista de esta continua tragedia por quienes aseguraban ser capaces de acabar con ella o cuando, en una manera más propia del 'Aló, presidente' chavista que de la deliberación en un sistema democrático, el presidente del Gobierno anuncia que concederá un cheque a los padres que lo sean desde una fecha arbitrariamente elegida para ser cobrado en vísperas de unas elecciones generales. Ahora, para demostrar el ánimo que todavía le queda al Gobierno, se anuncia un enigmático 'salto adelante' que acercará la vivienda a los jóvenes. Nadie parece capaz de concretar en qué consistirá tal salto, ni se pregunta desde esas posiciones al parecer tan sensibles a los problemas de la vivienda cómo es que se ha esperado más de tres años pero tampoco nadie sabe cuál es el programa de trabajo que piensa desarrollar el nuevo ministro de Sanidad más allá del cotidiano agradecimiento al presidente por haberle nombrado.

El optimismo de los socialistas ya no procede de la fe en el liderazgo de Rodríguez Zapatero y de sus fuegos de artificio mientras el país marcha por sí mismo, sino de la sensación de que nada realmente serio puede penetrar la gruesa capa de indiferencia que envuelve las actitudes de los ciudadanos. Este cálculo puede resultar fatalmente equivocado. Ocho meses en política son una eternidad y el teflón en el que resbalan los problemas no es el tejido del que está hecha la política democrática. La fragilidad que delata la compulsiva elusión de responsabilidades por parte del Gobierno y la incapacidad de éste para adquirir una ventaja relevante sobre el Partido Popular abren posibilidades de disputa real del poder en las próximas elecciones que el Partido Socialista, entre cheques-bebé y presuntos saltos adelante con la vivienda, parece que confía en ganar con el presupuesto público convertido en la caja de resistencia de un Ejecutivo declarado en huelga de gobierno.

Javier Zarzalejos