Optimistas y pesimistas

Decía Churchill que el pesimista ve la dificultad en cada oportunidad y el optimista ve la oportunidad en cada dificultad. Es una gran verdad, y acierta en lo esencial de ser pesimista u optimista. Es una actitud ante lo que nos rodea y nos sucede. Es un estado de ánimo el que nos hace juzgar un hecho o enfocar un tema o emprender una acción o esperar un suceso. Uno lo ve con ánimo y sentido positivo, y otro -en las mismas circunstancias- lo ve como algo negativo, fastidioso, infausto. Y es lo mismo, aunque lo veamos de forma tan dispar. Todo depende de nuestra mente, de nuestro espíritu, de nuestro estado de ánimo. Hay quien en una tormenta se agobia y se acobarda y otro se hace fuerte y confía en que tras la tormenta siempre sale el sol.

Me gustó mucho algo que leí hace tiempo y que decía que el pesimista se queja del viento; que el optimista espera a que cambie, y que el realista ajusta las velas. Es un problema de enfoque, de actitud. El optimismo y el pesimismo pueden aplicarse a lo que está por venir o a lo que nos viene y nos afecta a lo largo de nuestra vida. La primera situación es más importante que la segunda. Es una postura ante la vida y la vida es un continuo reto de superación. Si cuando voy a emprender un negocio, o voy a tomar una decisión o a iniciar un viaje o al decidir ante opciones que se me presentan, si soy pesimista y pienso que va a salir mal me quedaré paralizado, inerme, sin fuerza. Si, por el contrario, pienso en positivo, en que acertaré, en que lograré lo que deseo, y en que todo saldrá bien, es fácil que lo logre así, y desde luego me encontraré con mucha más fuerza para llevar a cabo lo que deseo.

A todo ello hay que matizar que tanto una actitud como otra tienen que llevar dosis de sensatez y realismo. A veces el pesimismo es más bien realismo (un pesimista es un realista bien informado), y por tanto habrá que obrar y pensar con sensatez, y a veces, también, el optimismo es más bien temeridad o inconsciencia. Tanto el pesimismo como el optimismo requieren una base de sentido común y realismo. De lo contrario, el optimista es un iluso, un temerario, y el pesimista, un cenizo, un gafe. Ni el optimista, por mucho que lo sea, conseguirá lo que no puede objetivamente conseguir, ni el pesimista tiene por qué fracasar en sus proyectos cuando no hay razón objetiva para ello. No olvidemos que es fundamental en la vida ajustar los deseos a las posibilidades. De cualquier modo, la actitud positiva, supone un plus en todo lo que hacemos, de singular importancia.

A todo ello hay que añadir que con toda seguridad el optimista es más feliz que el pesimista. Y si es una actitud que depende de nosotros es lógico concluir que ser felices o infelices o más o menos felices es algo que depende en buena medida de nosotros, de nuestro ánimo, de nuestro esfuerzo. Y en esa línea debemos seleccionar los temas o situaciones que pueden tener influjo en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestros amigos.

Entristecernos porque en China haya una mala cosecha de cereales no tiene mucho sentido y sí lo puede tener que no llueva en mi pueblo. Pero aun así y todo debemos enfocar nuestras energías vitales hacia las cosas y personas que realmente nos importan y nos afectan, normalmente nuestro propio devenir vital, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra tierra. Si podemos evitar la compañía frecuente de los tristes y llorones, nos vendrá bien. Tenemos que fijarnos metas y objetivos y tratar de conseguirlos con ánimo optimista. Creer que podemos y seguro que podremos. Si por el contrario caemos en el pesimismo, seguro que no llegamos a conseguirlo. Hay que darse cada mañana un «chute» de optimismo. Es muy sano. Entre ser nihilista o ser vitalista, no hay duda. Y es que la alegría y la tristeza tienen mucho que ver con el optimismo y el pesimismo. Una alegría animante y una tristeza paralizante. Y siempre tenemos que volver a la gran certeza: si nos empeñamos en ser felices, lo seremos. Si nos decidimos a ver todo con optimismo, lo conseguiremos.

Dicho todo lo anterior, conviene hacer unas reflexiones sobre el optimismo (que viene de optimum) y el pesimismo (que viene de pessimum) a nivel colectivo. Los españoles, ¿qué somos, mayoritariamente, optimistas o pesimistas? Yo pienso que optimistas, aun cuando tengamos, en muchas ocasiones motivos para no serlo. Y hay que anotar ese fenómeno -tan italiano- que se está dando entre nosotros: la dislocación de la política y la economía. Ésta marcha con datos positivos, mientras que el horizonte político tiene muchos nubarrones. ¿El mundo real «pasa» de lo político? Puede ser. Por nuestro carácter, por nuestro clima, por nuestro sentido familiar, pensamos, en general, que las cosas nos van a ir bien y que no merece la pena entristecernos o perder el buen ánimo.

Sin embargo, tenemos bajo el nivel de autoestima, siendo así que a nivel cultural, deportivo, intelectual, y de bienestar estamos objetivamente en un nivel superior a la media. Hace unos días escribía en esta página de ABC Alberto Ibánez que mientras «muchos países incluso mienten para engrandecer su historia, en España muchos prefieren dejarse engañar para empequeñecerla, mientras los demás ocultan sus errores, horrores y derrotas, aquí muchos optan por minusvalorar nuestros héroes y heroínas y sus mayores logros». Y hace muy poco circulaba por las redes en vídeo unas palabras del Embajador de Panamá en España, Milton Cohen-Henríquez Sasso, en que nos sacaba los colores a los españoles por no valorar lo que tenemos, somos y hemos tenido a lo largo de la Historia, que es mucho.

Yo no creo que se viva mejor, por ejemplo, en Finlandia que en cualquier provincia de España; por eso los que vienen a nuestra tierra, si pueden, se quedan a vivir. Los factores que usan los organismos que «miden la felicidad» son bastante exóticos, y tienen poco que ver con lo que consideramos vivir bien o vivir regular. Pero es cierto que muchas veces no valoramos en sus justos términos lo que tenemos, y lo que tenemos es un nivel de bienestar muy aceptable. Y nuestros políticos, por encima de sus diferencias ideológicas y peleas por el poder, deben conservar e incrementar ese nivel de bienestar.

En definitiva, ser optimista es como estar siempre en primavera y ser pesimista es un suicidio espiritual.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea es Académico de Número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *