Órdago de ETA

Era de esperar. Aunque visiblemente debilitada, ETA no podía desaprovechar la ocasión del Aberri Eguna para extraer en beneficio propio las consecuencias de la descalificación a que han procedido todos y cada uno de los partidos abertzales -lacayo izquierdista incluido- frente al previsible acceso del PSE-EE al gobierno de la CAV con Patxi López como lehendakari. Si estaba en curso un «golpe institucional» contra la mayoría de la opinión vasca, si el frente españolista montado por PP y PSOE no tenía otro objeto que borrar la identidad nacional vasca, y si de nada servía que se hubieran cumplido religiosamente las reglas de la democracia representativa, ¿por qué no iba a recurrir ETA a sus recursos habituales, el terrorismo y el crimen político, para defender esos sacrosantos intereses nacionales amenazados, superando la pusilanimidad de las restantes fuerzas abertzales?

ETA está en su papel de heredera sanguinaria de la doctrina de Sabino Arana Goiri. Fuera máscaras de progresismo en el terreno social, por lo cual un gobierno socialista debiera ser visto con mayor simpatía que la tela de araña clientelar forjada por los gobiernos PNV en estas tres décadas. Lo único que cuenta es la ocupación del poder en Euskadi por los españoles y españolistas, la victoria de esa estrategia de Estado a que aludía Joseba Egibar. Aquí Euskadi, enfrente España, la invasora. No hay otros matices. Patxi López se convierte nada menos que en «el caudillo» y el gobierno que viene es un gobierno de «fascistas». La democracia española equivalía a la dictadura fascista, y el previsible gobierno socialista más aún, porque viene a usurpar el dominio natural que en Euskadi corresponde al nacionalismo (sabiniano, el cívico es excluido). Contra eso, la receta de siempre: 'Eta tiro, eta tiro, eta tiro, eta tiro beltzari; eta tiro, eta tiro, eta tiro belarrimotzari'. El gobierno López será «objetivo prioritario de ETA», afirma el comunicado de la banda.

En un siglo las vestiduras han cambiado, no lo ha hecho la carga de violencia que acompaña necesariamente a un nacionalismo de carácter biológico que tiene por meta la delirante reconstrucción de Euskal Herria. Euskal Herria: un Estado que nunca existió sobre la base de una lengua minoritaria en ese espacio territorial desde hace más de un siglo. El propio Sabino lo percibió; de ahí que creara el neologismo Euzkadi. A los creyentes en esa religión política del irredentismo y del odio no les hables de la construcción nacional vasca en los términos que la autonomía ha hecho posibles, con la independencia en todo caso como meta al término de un proceso democrático. Euskal Herria es una y debe ser independiente aquí y ahora, cualesquiera que sean las preferencias políticas de sus ciudadanos. Peor aún si éstos votan de forma que se configura una mayoría adversa a ese conglomerado feliz en que los demócratas del PNV admiten la compañía de los seguidores del terrorismo de ETA. Semejante resultado supone una afrenta intolerable contra la cual todos los abertzales deben ponerse en pie de guerra. Lo hemos comprobado hasta la saciedad en estas últimas semanas.

El balance no puede ser más duro. ETA se encuentra dramáticamente aislada en cuanto organización, pero sobrevive políticamente gracias al conjunto de partidos nacionalistas, Gobierno vasco incluido, que salvo en el gradualismo nunca marcan las diferencias en cuanto al objetivo político (el zazpiak bat de siempre) y que una vez pronunciado el 'Eta kanpora!', cuando lo pronuncian, corren de inmediato a incluirla en el círculo de los patriotas y por lo mismo a condenar toda normativa que trate de eliminarla del mapa político legal de Euskadi. Dicho brevemente, toman distancias de ETA, en especial cuando, como en Azpeitia, cae uno de los suyos en atentado terrorista, pero oscilan entre actuar como si ETA no existiera (proyectos de consultas de autodeterminación, aceptación en el Parlamento vasco de los votos dependientes de ETA si hace falta) y proclamar cínicamente su protección al condenar una Ley de Partidos que, a juicio de PNV, EA y Aralar, habría sido promulgada para perjudicar al nacionalismo democrático -ejemplo: las últimas elecciones- y en contra del derecho democrático de los ciudadanos vascos a verse representados (olvidando conscientemente que no estamos ante agrupaciones políticas autónomas de izquierda abertzale, sino ante correas de transmisión políticas de una organización terrorista).

En suma, PNV, EA y Aralar dicen rechazar «la violencia» de ETA, pero la integran en el conjunto político del cual dicen formar parte -esa mayoría abertzale al parecer desconocida por Patxi López-, rechazan la Ley de Partidos gracias a la cual se ha producido su derrota en los últimos años, ignoran el balance de la misma, y para cerrar el círculo asumen el irredentismo inherente a la reivindicación de una Euskal Herria soberana, fundamento de la mentalidad orientada hacia la violencia y el terror, cuya máxima expresión es ETA.

Nada tiene de extraño que en estas últimas semanas el PNV y sus asociados hayan desarrollado a fondo una tarea de descalificación de los resultados de un régimen representativo cuya base legal es el Estatuto. Euskadi es un patrimonio suyo, según piensan y actúan, dejando de lado que la democracia es un sistema político cuya esencia consiste en el respeto al procedimiento, con la consiguiente legitimación de la alternancia. Así que hay que protestar, incluso que gritar, contra el enorme perjuicio que el nacionalismo democrático está causando a un régimen para el cual se requiere el consenso social, más aún cuando interviene la presión del terrorismo. Nunca cabe dar argumentos a la estrategia de la muerte, y el mundo democrático abertzale se los ha proporcionado a ETA, de Ibarretxe, Urkullu y Egibar, a Aralar y a EB.

Aquí las cosas están claras. Egibar, por el PNV, explica la teoría de la conspiración antivasca, la estrategia del Estado para hacerse con Euskadi a costa de los nacionalistas. ETA lo asume y hace público su propósito: matar a quienes formen parte del nuevo gobierno del PSE-EE. Sería la ocasión para que PNV, EA, Aralar y EB cerraran filas en torno a los amenazados, dejando de lado cualquier otra consideración. Ninguno de ellos lo hará. EB, porque no existe. Los otros tres, ya que sin aceptar los medios de la banda, piensan sobre el presente vasco lo mismo que ETA.

Puestas las cosas en un escenario de tal crudeza, donde imperan la calumnia y la amenaza de muerte, a cada uno ha de tocarle su parte de responsabilidad. Ibarretxe ha tenido una ocurrencia de dudoso gusto: introducir un juicio encomiástico sobre él de su pequeña hija de cara a la campaña. «Aita, qué bonito, después de diez años y la gente te quiere», puede leerse en su blog. El comentario ácido es obligado al recordar que ni él ni Urkullu tuvieron durante el Aberri Eguna una sola palabra de solidaridad hacia sus adversarios políticos amenazados de muerte: si en el futuro la joven desarrolla una capacidad de análisis, y ama y siente a su patria vasca, difícilmente podrá seguir celebrando esa valoración positiva de la ejecutoria del aún lehendakari.

Antonio Elorza, catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.