Organizar la coartada

Leyendo la prensa de ayer he tenido la impresión de que desde los aledaños del Gobierno -quizá desde el propio Ejecutivo- se ha empezado a organizar la coartada. Así, se nos da cuenta de que «el optimismo» del presidente en su comparecencia del 29 de diciembre pasado estaba basado en que en la reunión mantenida a mediados de diciembre -ésa que «El País» denomina «primera reunión oficial» y que según reconoce ese mismo diario se produjo incumpliendo las condiciones establecidas en la resolución de mayo de 2005 que exigían la constatación de la «ausencia de violencia»- quedaron para volverse a ver.

Quizá haya quien se «tranquilice» ante tal tipo de información. A mí me produce una inmensa desazón, porque vendría a confirmar que el presidente del Gobierno tiene más confianza en lo que le dice «Ternera» a sus interlocutores de Ankara -cuando repasas los nombres de quienes aparecen como interlocutores gubernamentales te echas las manos a la cabeza- que en la información suministrada por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Si con tales «datos» publicados ahora -una nueva reunión- se pretende justificar el optimismo del presidente, vamos dados. Lo que hacen es poner en evidencia a un Gobierno que prefirió fiarse de lo que los terroristas le decían a sus enviados antes que confiar en la información que le suministraban sus propios Cuerpos y Fuerzas de Seguridad. Y eso que «El País» decía desde hacia días que «Ternera» no mandaba en ETA desde el mes de agosto.

Por si fuera poco preocupante pensar que el Ejecutivo podía estar desoyendo las voces de sus propios Cuerpos de Seguridad, el mismo periódico publicaba el día 31 de diciembre un reportaje firmado por José Luis Barbería titulado «París atribuye a ETA plena capacidad operativa», en el que se explicaba detalladamente como se había ido organizando la banda terrorista durante estos nueve meses y como la policía francesa y la española se estaban movilizando para frenar un nuevo despliegue de la banda armada. En su artículo Barbería insiste en que los responsables antiterroristas franceses perciben en ETA una actitud desafiante. ¿Cómo, con todos esos datos conocidos, se puede pretender ahora justificar el optimismo presidencial?

Por eso, porque no creo que haya cabeza normal en la que quepa pensar que el optimismo era una respuesta lógica a lo que estaba ocurriendo, no puedo por menos de pensar que todo lo que estamos leyendo y escuchando en los dos últimos días desde los entornos del poder responde a una estrategia destinada a organizar una coartada.

Una coartada para justificar lo que se hizo y por qué se hizo. No me parece la táctica más correcta para rectificar los errores; pero lo que verdaderamente me preocupa -y por eso escribo lo que estoy escribiendo- es la coartada se esté organizando para justificar lo que se pueda querer hacer.

El presidente declaró a los periodistas el día de la Pascua Militar que se ha llegado a un «punto y final» en relación con el diálogo con ETA; pero a la vez afirmó que «no ha habido ningún elemento o argumento que permita decir que ha habido un error». Reconozco que esas palabras, junto a la hoja de ruta que empiezo a percibir, retazo a retazo, me llenan de desconfianza. Me explico. Publicaba ese diario que «el Ejecutivo considera básica la relación con el PNV para lograr la unidad política frente a ETA». Y como un eco de esas palabras, reaparece el mismo domingo a mediodía Patxi López («missing» desde el atentado terrorista del día 30) para explicar que «el PSE asistirá a la convocatoria de manifestación de Ibarretxe». En los periodicos de ese mismo día aparecían distintos dirigentes del Partido Socialista de Euskadi diciendo justamente lo contrario.

Entonces empiezo a temer que lo que el PSOE está gestando es eso que los nacionalistas y los defensores del «final dialogado» llaman «la unidad de los partidos». Una unidad para la que el resulta básica la relación con el PNV. Por eso López no escucha las sabias palabras de Zubizarreta, quien fuera asesor de Ardanza e impulsor del Pacto de Ajuria Enea, que advierte en «El Correo» del domingo mismo que la convocatoria del lendakari se parece demasiado a aquella manifestación que organizó a mayor gloria de él mismo tras el asesinato de Fernando Buesa.

Por eso López no escucha la advertencia de Zubizarreta que insiste en que los efectos de esta manifestación serán que «Batasuna, en vez de verse forzada a ahondar en sus contradicciones, contemplará aliviada el paso de una multitud manipulada en sus sentimientos más íntimos». Todo me hace temer que los dirigentes socialistas no escuchan las voces sensatas de aquellos que aún viniendo del mundo nacionalista han aprendido de nuestra propia historia, porque han decidido volver a las andadas; o mejor dicho, no salir del lodazal en el que se han metido.

Por eso no puedo por menos de pensar que la coartada respecto del pasado más reciente -ésa tendente a demostrar que todo se hizo bien, que había «argumentos» para justificar lo injustificable- en realidad tiene como objetivo construir una coartada para repetir la historia. Y eso es algo que no nos podemos permitir. Hemos de exigir claridad al Ejecutivo y al PSOE. Hemos de exigirles que opten. Tienen que tener claro que no vamos a dejarnos engañar, aunque para encubrir lo que parecen dispuestos a hacer -insistir en el error-utilicen esas palabras de significado taumatúrgico como son diálogo, paz o acuerdo. No nos vamos a dejar engañar por las palabras; conocemos bien su significado. No es lo mismo apostar por «el final dialogado de la violencia» que diseñar una estrategia para derrotar a ETA. Ni es lo mismo «la unidad de los partidos» que «un pacto de Estado» contra el terrorismo. El pacto de Estado requiere del acuerdo entre el partido que gobierna y el partido que es su alternativa. El pacto de Estado tiene esa condicióni imprescindible, la única que garantiza que la alternancia en el gobierno no modificará la política pactada. Los demás partidos se pueden sumar a cualquier pacto de Estado; es lo deseable. Pero imprescindibles sólo son los dos únicos partidos que pueden formar el Gobierno de España.

Tal y como están las cosas, mucho me temo que el PSOE y el Gobierno hayan optado por mantener la estrategia que nos ha llevado a la situación actual. Les oigo hablar mucho de unidad; pero no les he oído decir nada sobre la necesidad de reeditar el Pacto con el Partido Popular. Han dicho que es básico pactar con el PNV; pero no han dicho que es imprescindible el acuerdo con el PP. Concepción Arenal proclamó -a propósito de la alergia de los políticos a asumir responsabilidades por sus actos- que «cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie». Aquí y ahora hay culpables y responsables. El único culpable del terror y del dolor causado es ETA. Pero la responsabilidad de que el Pacto se haya roto en pro de otra estrategia para buscar un «final dialogado» es del Gobierno. Fue una opción personal tomada, en el ejercicio de sus competencias y con entera libertad, por el presidente del Gobierno. Sabemos a donde nos ha conducido: la sociedad en su conjunto, los partidos políticos, las asociaciones cívicas, las asocicaciones de víctimas... Todo está hoy mucho más dividido y más debilitado que en marzo de 2004. Y ETA está psicológica y organizativamente mucho más fuerte. Esta es la pura realidad.

La respuesta ante esta situación no puede ser una llamada genérica a la unidad. Ni una reafirmación en los principios democráticos. No tengo la menor duda de que el presidente, según sus propias palabras, piensa seguir poniendo lo mejor de él mismo para «ganar la paz». Dijo el sábado en la Pascua Militar que «es una tarea muy arriesgada en términos políticos, pero es mi decisión». No entiendo bien; no sé por qué el presidente piensa que debe asumir más riesgos que los estríctamente necesarios. Una cosa es que la tarea ser dificil, sobrehumana incluso. Y que, a pesar de ello, esté dispuesto a asumirla. Pero en cuanto al riesgo, es evidente que la tarea será más o menos arriesgada según como se acometa. No hay por que correr riesgos innecesarios. Y a la vista de lo ocurrido cualquiera puede entender que correría un riesgo innecesario quien volviera a tratar de convencer a unos terroristas de que dejen de serlo cuando ellos aún no sienten esa necesidad. Lo arriesgado sería seguir creyendo que los gestos amables y las buenas maneras van a ser interpretados por los terroristas como algo distinto a la debilidad. Lo arriesgado sería partir de cero, como si nada hubiera ocurrido, como si ahora mismo -y en un pasado no tal lejano- no se hubieran intentado políticas de apaciguamiento hacia el terror que culminaron en fracasos. Lo arriesgado fue romper un pacto de Estado con el partido llamado a ser alternativa, para optar por un acuerdo con los partidos minoritarios y nacionalistas que nunca tendrán la responsabilidad de formar gobierno en España y que siempre defendieron la negociación política con ETA. Convendría reconocerlo.

Lo arriesgado, lo suicida diría yo, sería que a la vista de lo ocurrido se volviera a repetir la opción. Persistir en la estrategia que ha devuelto a ETA la esperanza no tiene ninguna justificación. Ni hay coartada que pueda disimularla. Ni el mejor Hitchock podría inventar un McGuffin suficientemente convincente. No nos vamos a distraer, presidente. El día 15 comparecerá usted en el Congreso de los Diputados. Estaremos atentos. Tiene usted que optar: o el pacto de Estado para derrotar a ETA o el mantenimiento del acuerdo con los nacionalistas para insistir en el final dialogado. No hay excusa, McGuffin, o coartada que valga.

Rosa Díez