Nadie puede dudar de que el colectivo LGTB (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales) ha logrado avances de justicia y reconocimiento que hace apenas 30 años parecían casi impensables… Detrás está (y eso conmemora el famoso y no siempre bien entendido Día del Orgullo Gay) la revuelta de los homosexuales neoyorquinos en Stonewall, cuando volvían del funeral por Judy Garland. Pero digámoslo mejor, detrás está la fuerza de un gran colectivo de hombres y mujeres con una sexualidad distinta a la mayoritaria, que deciden no seguir siendo ofendidos y humillados y pasar a la acción para lograr -poco a poco y con esfuerzo- ser como los demás. Tener los mismos derechos y deberes que el resto de ciudadanos y no avergonzarse nunca más de su condición. ¿Todo está logrado? En Occidente se ha dado un paso de gigante. Pero en el resto del mundo, está todo por hacer. En muchos países regidos por religiones intolerantes (como en el Irán de los ayatolás) gays y lesbianas son perseguidos, encarcelados y a menudo ahorcados o lapidados…
Entre nosotros el movimento LGTB tiene hoy dos o tres problemas fundamentales: la vieja guardia de los luchadores históricos (que fue fundamental) está un tanto parada y no parecen llegar visibles relevos. El movimiento vive pero está algo quieto, no me gustaría pensar que adormilado en los laureles. Además, la homofobia (y la transfobia, etcétera…) no ha cesado ni disminuido, y esa es la principal tarea que el colectivo tiene que acometer: acabar con el machismo homofóbico, que no es distinto al que se manifiesta en la llamada violencia de género. Ya sabemos que esa lucha es larga, porque el machismo lleva siglos dominando y porque las correcciones de viejas conductas, casi atávicas, se hacen sobre todo con la educación, con el civismo y con la urbanidad, asignaturas en que la España actual suspende mayoritariamente y aún partido por partido… Necesitamos nuevos líderes carismáticos y mejor educación. ¿Parece poco? Es muchísimo.
De otra parte, el colectivo (sobre todo en su lado gay, el más numeroso) propende a ser muy poco cuando no nada autocrítico. Y así el gay arquetípico es hoy en día un chico discotequero, guapete,algo huero, que se cuida bastante en el gimnasio y que goza de sabatinas o no sabatinas noches de interminable frivolidad. Los modelos del gay televisivo también abundan en el lado frívolo. No seré yo quien arroje una piedra contra la frivolidad, que me parece importante y que puede hasta marcar una identidad. Pero no se puede olvidar que un verdadero colectivo LGTB tiene que ser muy plural. Tienen que caber todos los estilos: el frívolo y el serio. El plumero y el que está contra la pluma.
Además las editoriales (gays y no gays) se han dado cuenta -por desdicha para muchos autores homosexuales- de que la mayoría de los gays no leen. Sobre todo los jóvenes. Apenas hay nuevos lectores y sí algunas nuevas lectoras. Los gays cultos suelen ser mayores y en parte quienes sufrieron represión y se salvaron en buena medida de ella por la cultura, que les enseñó quiénes eran, de dónde venían y que nunca estuvieron solos aunque pudiera parecerlo (Wilde, Gide, Cernuda). Un movimiento LGTB frivolizado y con un alto porcentaje de incultos es un movimiento inerme, pues al menos cierta cultura identitaria es más que una defensa. Imagen del gay: frívolo e inculto, no creo que sea para tirar campanas a rebato. Al contrario, es otra de las fallas hondas del movimiento ahora mismo. Cierto que la floja venta de muchos libros gays o lésbicos (sobre todo cuando no son de mero consumo) se debe también a la mala educación del lector heterosexual, que aunque simpatice con los derechos gays, piensa que esa literatura no le incumbe. Los gays formados les llevamos mucha ventaja. Pudimos leer con placer los poemas amorosos de Pedro Salinas o de Pablo Neruda aunque supiéramos que iban destinados a mujeres. ¿Qué importa eso? La calidad vale. Así es que el lector heterosexual tiene que ver que el amor o la vida funcionan igual en un lado o en otro...
Como se ve, no es oro todo el brillo del mundo LGTB que tanto ha conseguido y tiene razón para su orgullo. Pero falta pluralidad de estilos, falta cultura (falta mucha cultura, aunque acaso también sea un mal general, pero ahí menos evidente) y sobra un poquito de hueca frivolidad y de cancaneo, aunque la alta frivolidad es buena y sana. Sin duda.
Luis Antonio de Villena, escritor y colaborador de El Mundo.