Oriente Próximo necesita una actuación conjunta

Se ha convertido en un lugar común dentro de los círculos de la política exterior examinar los problemas en Oriente Próximo simplemente a través del prisma de los Estados Unidos e Irán, especialmente a la luz de una sensación cada vez más acentuada de ambigüedad y falta de rumbo en el terreno diplomático.

No se agota en esto la larga lista de problemas de esa zona sino que hay que incluir además Irak, el Líbano, Israel y Palestina, la creciente división entre suníes y chiíes y la condición nuclear de Irán y su influencia en la zona, cada vez mayor. Resulta engañoso considerar estos temas exclusivamente como una confrontación entre los Estados Unidos e Irán. Están profusamente interconectados e interrelacionados, con un impacto que se deja sentir sobre todos los estados y, por encima de todo, sobre la gente de la calle de toda esa parte del mundo. La importancia de la cumbre de la Liga Arabe, que se celebró durante la semana pasada en Riad, subraya la magnitud de estas realidades.

Todos los estados de la zona y sus alrededores que tienen algo que ver con la estabilidad y la seguridad mundiales deben asumir una mayor responsabilidad en sus esfuerzos de resolución de estas cuestiones. Dicho sin rodeos, los problemas de ámbito regional exigen la participación de todas las partes afectadas. Confiar en que otros estados más grandes resuelvan los problemas pendientes no hará sino complicar aún más esos problemas.

La sensación de parálisis diplomática en Oriente Próximo ha llevado a algunos, muy especialmente a los gobernantes de Arabia Saudí a tomar la iniciativa y a implicarse en una actividad diplomática frenética en varios frentes, ya sea el de reconciliar a las diversas facciones palestinas en torno a la formación de un gobierno de coalición, ya sea el de impulsar el entendimiento entre las facciones libanesas o ya sea el de comprometer al presidente iraní en conversaciones directas y un diálogo franco en el propio territorio saudí.

La reunión multilateral del 10 de marzo en Bagdad con participación de todos los bandos implicados en el conflicto de Irak ha constituido todo un reconocimiento de la necesidad fundamental de que haya un diálogo más amplio a escala regional. La reunión ha sido convocada por el gobierno iraquí, pero habría sido imposible sin el consentimiento de los Estados Unidos, que lo han otorgado obligados por la necesidad.

Lo que todavía está por ver es que se materialicen algunos resultados a largo plazo. Sería una ingenuidad esperar cambios espectaculares de la noche a la mañana o avances repentinos en el frente diplomático. No es probable que el proceso produzca dividendos de inmediato pero sí es posible que, quizás, marque el comienzo de una fase generalizada de conversaciones y, al propio tiempo, prolongada en cuanto a su duración, que potencialmente sí que podría arrojar dividendos a largo plazo, aunque limitados. Es importante tanto establecer alguna forma de precedente fundamental como intentar que poco a poco se vaya creando un clima de confianza, en la medida de lo posible, allí donde en estos momentos no existe absolutamente ninguno.

En cada uno de los estadios deben fijarse objetivos inmediatos a corto plazo y adoptarse medidas que consoliden la confianza (objetivos y medidas que deben llevarse a la práctica en cada uno de los periodos), que puedan ir generando de manera gradual y progresiva una dinámica propia y que lleven, por acumulación, a la fijación de objetivos más ambiciosos.

Mantener abiertas unas conversaciones en un contexto multilateral permite que todas las partes salven la cara en el caso de que el diálogo no lleve a ninguna parte. Este procedimiento sigue constituyendo un motivo permanente de preocupación para los Estados Unidos en el terreno diplomático, puesto que los norteamericanos rechazan en la actualidad todo diálogo bilateral con Irán. De ahí, pues, lo mucho que insisten los estadounidenses en limitar exclusivamente a Irak todas las conversaciones. Por su parte, Irán considera el diálogo multilateral como una oportunidad de abrir conversaciones sobre otros temas pendientes de resolución como, por ejemplo, una catástrofe nuclear y las prolongadas sanciones de los Estados Unidos contra el país gobernado por los ayatolah.

Un acercamiento gradual multilateral puede proporcionar a quienes realmente tienen en sus manos la decisión política y siguen mostrándose escépticos la oportunidad de «comprobar la temperatura del agua» y de valorar quién va en serio en las negociaciones.

Esas personas que tienen en sus manos la capacidad de decidir no deberían hacerse grandes ilusiones pero tampoco deberían descartar por completo la posibilidad de que se realicen algunos progresos, por limitados que sean, particularmente en los estadios preliminares. Lo que hace falta es que todas las partes interesadas mantengan una buena dosis de escepticismo saludable y de realismo moderado.

En un plano ideal, el resultado potencial a largo plazo sería la creación de un marco regional de seguridad que abarcara todos los ámbitos y la de un foro al que se pudiera acudir para tratar los problemas actualmente existentes y las crisis que puedan plantearse. Para que algo así llegue a convertirse en realidad, todo el mundo debe colaborar de manera activa y no depender de los demás a la hora de adoptar iniciativas. La ambigüedad y la fragilidad geopolíticas de la actual situación pueden ser difíciles de sostener más allá de un futuro previsible.

En último término, un fracaso a la hora de alcanzar alguna forma de consenso duradero tendrá un impacto desastroso a nivel colectivo, incluyendo unas implicaciones políticas y económicas graves para los gobiernos de la zona y, por encima de todo, para los ciudadanos comunes y corrientes.

Es más, la volatilidad y la incertidumbre permanentes del actual statu quo en Oriente Próximo generan un caldo de cultivo en el que cualquier pequeña chispa podría provocar una conflagración generalizada a escala regional con consecuencias desastrosas para la estabilidad mundial y la seguridad internacional. El tiempo es esencial y en Oriente Próximo está demostrando ser una materia prima de la que queda muy poca cantidad en el ámbito diplomático.

Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project con sede en Washington.