Originalidad de las obras

Pocas nociones hay en nuestra lengua, como la originalidad, sobre las que se haya escrito tanto y cuyo significado siga todavía sin haber sido desvelado por completo. Por eso, creo que no exagero si digo que estamos ante un «concepto enigmático», ante una expresión que tiene una «significación oscura, misteriosa y muy difícil de penetrar».

No soy tan osado, ni tan engreído, como para pensar que puedo aclarar el significado de la reseñada locución. Lo único que me propongo en las líneas que siguen es aproximarme a tan compleja noción desde una triple perspectiva: la gramatical, la literaria y la jurídica, siendo ésta la que más puede contribuir a precisar alguno de los rasgos conceptuales de tan intrincada expresión.

Originalidad de las obrasEl diccionario de la RAE desentraña el significado de esta palabra obligándonos a seguir ciertos pasos. La primera acepción de originalidad es «cualidad de original», y por «original» se entiende: «Dicho de una obra científica, artística, literaria o de cualquier otro género: que resulta de la inventiva de su autor». Aclarar qué se entiende por «inventiva» es un paso inevitable para avanzar en la fijación del sentido gramatical de originalidad. Por inventiva se entiende, en su primer significado, «capaz de inventar o que tiene disposición para inventar». Finalmente, si precisamos qué se entiende por «inventar» habremos conformado el significado que buscamos. Inventar, en la acepción que aquí interesa es «dicho de un poeta o de un artista: hallar, imaginar, crear su obra». De suerte que, gramaticalmente, la originalidad de una obra científica, artística, literaria o de otro género es la cualidad que resulta de la capacidad de hallar, imaginar o crear su obra de su autor. La palabra originalidad alude, pues, a una característica de las obras del intelecto referida a una capacidad individual del autor, que es la de crear.

En la perspectiva literaria, estamos ante una noción que ha llamado la atención de grandes escritores. A título de ejemplo, según Rainer Maria Rilke, «las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún humano puede rebasar. Cuanto más se ve, más propia, más personal, más única se hace una vida»; Wolfgang Goethe piensa que «la originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro»; y más recientemente, dice Harura Murakani que «la originalidad no es más que una imitación hecha con juicio».

Si gramaticalmente, se puede llegar hasta un punto satisfactorio, la visión que ofrece la literatura es desalentadora. Lo cual puede deberse precisamente a que algunos escritores se mueven por la necesidad de ser originales incluso al decirnos qué significa este concepto y ante ese reto se evaden y entra en el campo de la imprecisión. Por eso, no debe extrañarnos que Rilke conecte la originalidad con el peligro o la singularidad de la vida misma; que Goethe se fije en la propia taumaturgia del lenguaje que es capaz de hacer pasar por nuevas cosas las ya dichas por otros; y que Murakani abandone la idea misma de crear ex novo y se centre en la imitación de lo existente pero hecha juiciosamente.

Escribió Ortega y Gasset que «O se hace literatura, o se hace precisión, o se calla uno». Descartado esto último por razones obvias, y teniendo que prescindir de la literatura, solamente el camino de la precisión podrá ayudarnos en la espinosa labor de desentrañar la significación de tan evanescente concepto.

Se hace precisión entrando en el ámbito jurídico, y en él se observa que la vigente Ley de Propiedad Intelectual habla de tres tipos de obras protegibles: las literarias, las artísticas y las científicas. Lo cual invita a preguntarse si las dificultades para desentrañar el concepto de originalidad se deben precisamente al hecho de esa tripartición. La cuestión podría plantearse así: ¿hay que entender la originalidad de la obra literaria de la misma manera que la de la obra científica y la de la obra artística igual que la de las otras dos?

La respuesta no es fácil, pero, en mi opinión, hay que contestar negativamente. Aunque en los tres tipos de obras la originalidad presenta notas comunes, las diferencias que tienen entre sí los procesos de creación de las obras literarias, las científicas y las artísticas, impiden que se pueda hablar de una noción con idéntico significado en todas ellas. A mi juicio, la originalidad presenta siempre una doble faz: es subjetiva en la medida en que hace referencia a la capacidad creativa del autor, pero es también objetiva porque es una cualidad que debe manifestarse en el objeto creado que es la obra. Pero este doble aspecto no tiene el mismo significado en los tres tipos de obras citados.

Así, en la obra científica lo realmente protegido por la propiedad intelectual no son las ideas, datos o conocimientos que se manejan, sino la forma en que se expresan sus contenidos. Por lo tanto, en la obra científica el margen para la originalidad, tanto en el aspecto subjetivo de la creatividad como en el objetivo de la plasmación de la creatividad en la obra, reside básicamente en no traspasar el límite de la copia.

En la obra literaria hay mayor margen para la creatividad. El escritor concibe, en primer término, el tema de su obra; luego organiza los incidentes y las secuencias en torno al tema central; y, finalmente, plasma y desarrolla todo ello en expresiones concretas. Pues bien, el escritor puede desplegar toda su capacidad creativa y su talento en estas tres etapas de elaboración de la obra. De tal suerte que cuanto mayor sea la creatividad aportada por el autor a su obra, en mayor medida se manifestará en ella la originalidad.

En este sentido, permítanme que recuerde las palabras de Manuel José Quintana («Vida de Cervantes. Apud Obras completas»; Ed. Rivadeneyra, Madrid 1852), el cual para explicar la obra pone en boca del propio Cervantes, simuladamente, la siguiente frase que lo resume todo: «La Naturaleza me presentó a Don Quijote, mi imaginación se apoderó de él y un feliz instinto hizo lo demás».

Finalmente, en las obras plásticas, la capacidad creativa está compuesta no solo por la capacidad de ideación o de concepción de la obra, sino también por otro ingrediente que asume aquí un papel esencial que es la capacidad de ejecución.

De cuanto antecede se desprende que esta noción está compuesta por la indicada doble faz: subjetiva (capacidad creativa del autor) y objetiva (la creatividad manifestada en la obra). Pero no se entiende de la misma manera en las distintas obras de la propiedad intelectual. Razón por la cual, aunque la palabra es una, y la misma para todos los tipos de obras, originalidad, solo se capta adecuadamente su sentido si se tienen en cuenta las singularidades y diferencias que presenta esta noción en cada una de las tres grandes categorías de obras reseñadas.

José Manuel Otero Lastres, catedrático y escritor.

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