Ortega Lara y el PP

EL pasado jueves se presentó en Madrid un nuevo partido político, Vox. Algunos de sus principales promotores han sido prominentes militantes del Partido Popular, y entre ellos destaca José Antonio Ortega Lara. La trayectoria humana de Ortega Lara es sencillamente impresionante y ejemplar. Como algunos han dudado de su autoridad para opinar sobre política y, en particular, sobre política antiterrorista, bueno será recordar algunos datos de esa trayectoria.

Ortega Lara era un funcionario de prisiones y licenciado en Derecho que vivía en Burgos y estaba destinado en la cárcel de Logroño. El 17 de enero de 1996, a la vuelta de su trabajo, fue secuestrado en el garaje de su casa burgalesa por tres miembros de ETA, que lo trasladaron a un agujero que habían preparado en el suelo de una nave industrial de Mondragón. Allí, en ese zulo de 3 metros de largo, 2,5 de ancho y 1,80 de alto, lo mantuvieron encerrado 532 días, mientras ETA reclamaba del Gobierno el traslado de sus presos a las cárceles del País Vasco. La Guardia Civil, en una operación verdaderamente brillante, supo localizar el escondrijo y detener a los secuestradores, a los que condujo a la nave donde los guardias civiles estaban seguros de que estaba el secuestrado. Hay que recordar que los secuestradores, a pesar de que ya habían sido detenidos y de que no tenían posibilidades de escapar, se negaron a colaborar y a señalar dónde estaba exactamente el agujero, al que solo se podía acceder a través de un complicado mecanismo. No les importó lo más mínimo que, si ellos iban a la cárcel, Ortega Lara muriera de inanición en aquel cuchitril inmundo. Parece que, mientras los guardias civiles se afanaban en encontrar el zulo, los etarras incluso se reían, insensibles. La profesionalidad y el no darse por vencidos de aquellos guardias les permitieron dar con el agujero, y lograron acceder a él, donde encontraron a un Ortega Lara desnutrido y aterrado porque creía que iban a matarlo. Las imágenes de Ortega Lara al salir de aquel infierno, demacrado, con 24 kilos de menos y con síntomas evidentes de deterioro, dieron la vuelta al mundo. El impresionante parecido de nuestro funcionario de prisiones con las imágenes que todos hemos visto de los supervivientes de Auschwitz y de otros campos de concentración nazis sirvió para poner en evidencia también la similitud de los métodos y de las ideologías que habían producido esos horrores.

Como todos sabemos, uno de aquellos asesinos sin piedad, que no solo tuvo secuestrado a Ortega Lara esos 532 días interminables, sino que se negó a colaborar con la Guardia Civil para liberar a aquel hombre al que estaba dispuesto a dejar morir de hambre, es el Bolinaga que ahora se ha hecho famoso por llevar año y medio en la calle con la excusa de que el estado de su cáncer es terminal. Como también puede ser bueno recordar cómo el «Egin», del que era redactor-jefe el actual diputado general de Guipúzcoa, Martín Garitano, tituló la noticia de la liberación de Ortega Lara, con buscada abyección, «Ortega Lara vuelve a la cárcel».

Hasta aquí la historia de Ortega Lara es la historia de una –otra– víctima de ETA, que, como todas las demás, no eligió ser víctima ni eligió ser héroe. Pero lo que le engrandece aún más fueron sus declaraciones, una vez que se recuperó físicamente, para dar las gracias al presidente del Gobierno, que era José María Aznar, por no haber cedido al chantaje de los terroristas. Él, que además era militante del Partido Popular desde 1987, se mostró orgulloso de su partido y de su presidente por haber permanecido firme ante la amenaza de ETA de matarlo si no se trasladaban los presos al País Vasco. Él, que había sido secuestrado por ser funcionario del Estado, sabía que, en el momento en que el Estado cede ante los terroristas, todos los demás ciudadanos nos quedamos indefensos. Por eso, y a pesar del sufrimiento terrible que había tenido que pasar, Ortega Lara nos dio a todos una lección de civismo y de patriotismo, que, desgraciadamente, parece que no todos recuerdan.

Esa reacción posterior a su secuestro es la que le engrandece aún más y la que hace de él una referencia ineludible a la hora de analizar, comprender y combatir el terrorismo de ETA y la propia ETA, que no hay que olvidar que sigue existiendo, como se ha encargado de recordarnos uno de sus más sanguinarios asesinos, al negarse a declarar ante la Audiencia Nacional esta pasada semana.

Para el Partido Popular, como para cualquier partido democrático del mundo, tener en sus filas a Ortega Lara es un lujo de valor incalculable. Sin temor a equivocarme creo que, a su lado, todos los demás podemos llegar a ser prescindibles.

Por eso me dolió enormemente que, en mayo de 2008, por estar en desacuerdo con la línea política del Partido Popular en relación con los nacionalismos, abandonara el partido, casi al mismo tiempo que María San Gil –otra de las referencias indiscutibles del Partido Popular en el País Vasco– dejaba la presidencia del partido en esa región de España donde la libertad no ha acabado de llegar. Y por eso me duele que ahora patrocine un partido que defiende un programa que, en esencia, es igual al que defendemos la práctica totalidad de los que seguimos dentro. Y por eso me sorprenden las declaraciones de algunos dirigentes de mi partido en las que, o bien le niegan a Ortega Lara la autoridad para opinar sobre los nacionalismos, o bien le acusan de haberse ido a la derecha, como si defender la unidad de España no fuera un deber de todos los españoles, de derechas, de izquierdas y de centro.

Ante los importantes y difíciles problemas que España tiene planteados, el Partido Popular está llamado a tener un papel protagonista. Y para ello es absolutamente deseable que se tiendan todos los puentes posibles para recuperar a eminentes militantes, como Ortega Lara, a los que habría que incorporar, con sus ideas y con sus experiencias, al proyecto del gran partido de centro-derecha que tiene que liderar la solución de esos problemas que hoy acechan a los españoles.

Esperanza Aguirre, presidente del PP de Madrid.

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