Ortiz de Pinedo y el cementerio de la Florida

En 1792, mientras la monarquía francesa perecía en un baño de sangre, el Rey Carlos IV de España iba conformando una vasta propiedad sumando fincas rústicas al norte del alcázar madrileño, el cual pretendía unir con el Real Sitio de El Pardo, proyecto que, de haberse culminado, hubiera hecho palidecer el fasto de Versalles. En la Florida, la Moncloa, la Montaña del Príncipe Pío, surgieron parajes cinegéticos, instalaciones agropecuarias, senderos y acequias, se levantó la ermita de San Antonio, decorada por Goya, que hacía las veces de parroquia de los empleados que cuidaban las explotaciones, a los cuales el Monarca concedió un beneficio relevante en esas fechas, un lugar donde caerse muertos, es decir, reservó una parcela para cementerio de estos trabajadores y sus familias. El archivo de San Antonio informa que, a partir de 1796, y en las cinco décadas siguientes, tres centenares de personas recibieron cristiana sepultura en este camposanto, emplazado al final del Paseo del Rey.

El Dos de Mayo de 1808 el levantamiento contra la invasión bonapartista fue salvajemente sofocado por Murat, y cerca de dos millares de españoles fueron asesinados en represalia feroz, a la que se añadía la prohibición de inhumar los cadáveres que, amontonados en numerosos puntos de Madrid, en vez de aterrorizar a los patriotas, encendieron su deseo de venganza. Un grupo de cuarenta y tres mártires fue fusilado junto al tejar de la Montaña del Príncipe Pío y sus cuerpos quedaron en una acequia hasta que el día 12 de mayo fueron sepultados en el cementerio de la Florida.

Acabada la Guerra de la Independencia, el cementerio, propiedad privada regia, fue heredado por Isabel II, bajo cuyo reinado perdió su función de enterramiento, pero se mantuvo como recuerdo de los patriotas allí sepultados, cediéndose su custodia a la Cofradía de la Buena Dicha y Víctimas del Dos de Mayo. Los avatares políticos e ideológicos de las ceremonias conmemorativas del Dos de Mayo en los años siguientes han sido estudiados por Christian Demange en su obra El dos de mayo: mito y fiesta nacional, 1808-1958. En 1908, al cumplirse el centenario del levantamiento contra Napoleón, el secretario de esta Cofradía era Adelardo Ortiz de Pinedo y García Lara, madrileño con raíces andaluzas a punto de cumplir los cincuenta años, a quien el alcalde de Madrid, el III conde de Peñalver, nombró, con otros representantes sociales, miembro de una comisión que abandonó airado por el escaso papel atribuido en las conmemoraciones al elemento popular. Adelardo, periodista, escritor de asuntos cinegéticos y de novelas teñidas de sensibilidad social, que recibió elogios literarios de Juan Valera, era miembro de una familia intelectual y política de marcado acento liberal y se licenció en Derecho en 1894. Consta que en 1931 donó al Museo Romántico la pistola que, supuestamente, utilizó Larra para suicidarse. En 1917, se cumple, pues, ahora el centenario, ante la grave crisis por la que atravesaba la Cofradía de la Buena Dicha, sus escasos miembros, encabezados por Ortiz de Pinedo, cedieron la salvaguarda del Cementerio a la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, entidad en la que también se integraba, la cual brindaba ayuda a los excombatientes liberales de la guerras carlistas desde 1839.

En junio de 1936, esta misma Sociedad Filantrópica hacía un llamamiento para restaurar el camposanto, pero los meses siguientes vieron su devastación por ser uno de los frentes del asedio de Madrid durante la contienda fratricida que comenzó entonces. Recobrada la paz, Fernando Suárez de Tangil, presidente de la Filantrópica, obtuvo del alcalde Finat la restauración del lugar y la erección, en 1960, de una ermita, en cuya cripta reposan los héroes. Dos décadas después y, nuevamente, coincidiendo con el II centenario del levantamiento, en 2008, la acción de Ayuntamiento y Comunidad, a instancias de la Filantrópica, posibilitó que los Héroes continuasen recibiendo el homenaje de las últimas generaciones, habiéndose culminado otra acción memorable: inscribir en los libros parroquiales los nombres de los veinte héroes identificados desde 1908 por Juan Pérez de Guzmán y por Luis Miguel Aparisi, que se suman a los nueve reseñados en la Guerra de la Independencia, quedando aún catorce héroes anónimos en esta sepultura. Todo desvelo es poco para que su recuerdo no se pierda, y a ello se dedica, desde hace un siglo, la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos.

José Luis Sampedro Escolar, presidente de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos.

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