Orwell para cubanos

Un hombre pasa en un carro tirado por un caballo junto a un cartel de Fidel Castro en La Habana. Alejandro Ernesto EFE
Un hombre pasa en un carro tirado por un caballo junto a un cartel de Fidel Castro en La Habana. Alejandro Ernesto EFE

Funcionarios del Ministerio de Cultura de Cuba informan con beneplácito que dos de los libros más comprados en la pasada Feria del Libro de La Habana son la biografía Raúl Castro: un hombre en Revolución (2015), escrita por el veterano agente del KGB Nikolái Leonov, y la primera edición cubana de 1984 (1949), la novela antiutópica –que Wikipedia prefiere llamar “ficción distópica”- del gran escritor británico George Orwell. Cualquier idea más o menos discernible sobre lo que ha sido y es un régimen político como el cubano, y sus posibilidades de permanencia o cambio en los próximos años, debería alojarse en la cabeza de los lectores de ambos libros. Lectores que, probablemente, pertenezcan a comunidades distintas y hasta enfrentadas de una misma sociedad.

En su biografía del Che Guevara, Jon Lee Anderson narra con algún detalle cómo Raúl y Leonov se conocieron en un viaje en barco hacia La Habana, desde Europa del Este, donde el menor de los Castro, miembro de la Juventud Socialista del viejo partido comunista cubano, había participado en el Festival Mundial de la Juventud de 1953, celebrado en Bucarest, Rumanía. Leonov haría escala en La Habana y luego seguiría viaje hacia la Ciudad de México, donde prestó servicios de inteligencia en la embajada soviética. Dos años después, en 1955, y según el propio Leonov, el agente soviético y Castro se encontraron “accidentalmente” en una calle de la Ciudad de México. Raúl invitó a su amigo a conocer a sus compañeros moncadistas,, especialmente, al Che Guevara y a Fidel Castro, antes de que se embarcaran en su expedición revolucionaria hacia Cuba.

En la primera etapa del deshielo, Leonov, que provenía del KGB estalinista, cayó en desgracia y fue enviado de vuelta a Moscú. Pero sus relaciones con jóvenes de la izquierda mexicana, cubana y centroamericana lo hacían muy valioso y en 1959 y 1960 ya estaba de vuelta en la región, acompañando al canciller Anastas Mikoyan en sus viajes a México y Cuba, tras el triunfo de la Revolución. Ahora, dos de sus amigos latinoamericanos, el Che Guevara y Raúl Castro, estaban ubicados en posiciones estratégicas del nuevo gobierno revolucionario: uno era Ministro de Industrias y Presidente del Banco Nacional y el otro, con sólo 28 años, era Ministro de Defensa.

La biografía de Raúl Castro de Leonov, así como una previa de Fidel Castro, escrita a fines de los 90 con su colega V. A. Borodáev, honran aquella amistad, desde un apego irrestricto a los orígenes estalinistas del autor. La esencia de la política de la URSS hacia América Latina, en la Guerra Fría, esto es, alentar procesos de independencia radical de Estados Unidos y de formación de estados fuertes, que reorientaran los intereses comerciales de sus naciones, a costa de la democracia o del desarrollo del mercado interno, sigue siendo válida según el anciano Leonov. Entonces, a ese proyecto se le llamaba “comunismo”; hoy, “socialismo del siglo XXI”, pero desde una perspectiva estrictamente geopolítica es, más o menos, lo mismo.

En Cuba, único país del área en que aquella estrategia llegó a consumarse, se edificó un Estado muy parecido a cualquier otro socialismo real del bloque soviético. El núcleo institucional de ese régimen, codificado por Stalin a partir de la Constitución de 1936, se reprodujo y sigue vigente en la isla. ¿Qué mejor descripción de ese tipo de Estado que 1984 de George Orwell? Imaginemos el retrato de ojos móviles del Gran Hermano, que “siempre te vigila”, como uno de los tantos carteles de Fidel Castro, que pululan por las ciudades de la isla. O el Ministerio de la Verdad como esa intersección entre el Ministerio del Interior, el Ministerio de Comunicaciones y el Partido Comunista, que edita la enciclopedia oficial Ecured y la página electrónica Cubadebate.

En 1984 hay opositores invisibles, como Emmanuel Goldstein, y una Policía del Pensamiento que combate la propaganda enemiga por medio de una neolengua. Equivalentes cubanos de la neolengua orwelliana son: “diversionismo ideológico”, “cederisrta”, “jinetera”, “palestino”, “escoria”, “mercenario”, “terrorismo mediático”… En la novela de Orwell el Ministerio de la Verdad es una máquina incesante de producir consignas: “La guerra es la paz”, “La libertad es esclavitud”, “La Ignorancia es fuerza”… Durante sesenta años, los Castro han poblado de consignas el paisaje visual de los cubanos: “Pin Pon fuera, abajo la gusanera”, “El que no salte es yanqui”, “Que se vaya la escoria”, “Los hombres mueren, el Partido es inmortal”. Mucho antes de que Donald Trump imaginara ser político, la población cubana era sometida a los rigores de la postverdad.

Rafael Rojas es historiador.

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