La historia íntima de un pueblo se compone de las emociones y sentimientos que lo atraviesan, de las altas y bajas que afectan su estado de ánimo. Lo que realmente conforma a un país en su presente y su futuro es ese magma inmaterial que experimenta y acumula cuando ocurre lo que ocurre en tal fecha, durante tal hecho. Las buenas y las malas cosas de la vida se conservan a veces en recuerdos exactos; otras, en sensaciones e impresiones.
Así ha sido con el esfuerzo por la excarcelación del independentista Óscar López Rivera, que culminó este martes pasado con la conmutación de su pena por parte del presidente Barack Obama. Acusado de conspiración sediciosa como miembro de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) de Puerto Rico y condenado en 1981 a cumplir 55 años de cárcel por una corte estadounidense, Óscar se había convertido en uno de los presos políticos más antiguos de toda América.
Con pocas esperanzas cuando se originó la petición, con ínfimas posibilidades de realización y un sistema penitenciario y una administración policial en su contra, la excarcelación de Óscar parecía una causa perdida de antemano.
Gracias a una nueva campaña lanzada en mayo de 2013 por la asociación 32 x Oscar, y dirigida por un grupo de puertorriqueños encabezados por Fernando Cabanillas, Myrta Narváez, Sonia Cabanillas y Nick Quijano, el asunto de su liberación tomó un giro más amplio e internacional. Pronto se integraron Ricky Martin, Rubén Blades, René Pérez de Calle 13, Lin Manuel Miranda, el obispo Desmond Tutu, los expresidentes Jimmy Carter y Pepe Mujica y, en los últimos días, el propio Vaticano, que hizo uso de los impenetrables caminos diplomáticos del Señor en Washington.
Este martes esa conmutación fue la alegría de cientos de miles de puertorriqueños, aunque el trayecto haya sido una montaña rusa de emociones, de días alicaídos, en sintonía con los rumores y las diferentes lecturas. Llegaban y pasaban fechas clave como la época de indultos presidenciales cada fin de año y la buena noticia no llegaba y, por fin, a tres días de la conclusión de la presidencia de Obama, surgió la gran nueva.
Con los sentimientos, emociones y cálculos claros que afloran ahora, ¿qué significa en Puerto Rico el después de esta conmutación de pena? Ya el martes en la noche, en los noticieros, en la radio, en las redes sociales se iba deshilachando la gran coalición nacional que realizó este gran logro. Una unión que recordaba a la que echó a la Marina estadounidense en 2003 de la isla de Vieques. Los independentistas, autonomistas o anexionistas que apoyaron a Óscar estos años daban término o prometían continuidad en su compromiso. Unos hablaron con entusiasmo sobre la fiesta popular que se organizará cuando Óscar llegue a su país y otros, luego de esbozar una rígida sonrisa de cortesía ante la noticia, no dijeron ni esta boca es mía.
Por otra parte, el país tiene una larga experiencia con la excarcelación e integración de una veintena de sus presos políticos, comenzando por los llamados presos nacionalistas —Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Andrés Figueroa Cordero e Irvin Flores—, que en los años cincuenta asaltaron el Congreso y la Casa Blanca. Óscar López era el último de ellos y ya ha expresado el deseo de regresar a vivir a su pueblo natal en el interior, San Sebastián del Pepino, y de trabajar allí como organizador comunitario.
Ahondando en ese después de Óscar combinado con esa memoria de los países que se forja con lo que ocurre en nuestra vida interior, muchos puertorriqueños conciben la feliz excarcelación como un absceso que resultaba necesario abrir y vaciar para poder olvidarse de las cuitas del presente y dedicarse en un inmejorable estado de ánimo, a intentar resolver otros asuntos aparentemente insolubles, brutales, sin esperanza, de causa perdida también, que la gran crisis económica del país les ha traído. La libertad de Óscar López Rivera se ha convertido, desde el mismo martes, en un recuerdo exacto y afortunado de esos que residirán por largo tiempo en la historia íntima de los puertorriqueños, ayudándolos a esforzarse cada día.
Héctor Feliciano es escritor y periodista puertorriqueño.