¿Oscuridad o amanecer en Bielorrusia?

Mientras las protestas en favor de la democracia se extienden en el mundo árabe, en Bielorrusia, el reducto lúgubre cuasi-soviético de Europa, la situación ha empeorado desde que el presidente Aleksander Lukashenko reprimió violentamente las manifestaciones posteriores a las elecciones de diciembre y encarceló a siete de los nueve candidatos que participaron en su contra. No obstante, a medida que los gobiernos occidentales –y el gobierno de la Unión Europea en particular– respondan, deben considerar las brutales acciones de Lukashenko como una coyuntura decisiva: el momento en el que el régimen dejó de contar con el apoyo popular y se vio obligado a enfrentarse al fracaso de su modelo socioeconómico antediluviano.

El régimen de Lukashenko se ha apoyado en tres pilares : un contrato social que promete independencia nacional y un ingreso bajo garantizado a cambio del consentimiento tácito a un gobierno dictatorial; una maquinaria de propaganda que refuerza el valor y la necesidad de este acuerdo; y un enorme sistema de seguridad para aplicarlo.

Durante muchos años después de que Lukashenko fuera electo por primera vez en 1994 (ha gobernado sin interrupción desde entonces), la mayoría de los bielorrusos tal vez toleraron el régimen porque creían que los protegía de los peores excesos del capitalismo del “Este salvaje” de la vecina Rusia: privatización corrupta, pérdida de empleos y control de la mafia. Pero, a medida que ha pasado el tiempo y que más bielorrusos han viajado a Occidente, la fe en el liderazgo de Lukashenko se ha vuelto insostenible.

Los salarios son muy inferiores a lo que indican las cifras oficiales –tal vez entre 200 y 300 dólares mensuales. La tasa de desempleo es del 0.7%, pero eso se debe en gran medida a que quienes se registran en las oficinas de empleo reciben trabajos de servicio comunitario con remuneraciones de 10 a 15 dólares al mes. Los precios son elevados debido a las restricciones comerciales y al apoyo del gobierno a empresas del Estado ineficientes. El crecimiento económico, impulsado durante los meses previos a las elecciones presidenciales mediante un enorme gasto fiscal –dos terceras partes de la economía son propiedad del Estado—fue oficialmente del 7.6% en 2010, pero la tasa se ha desplomado desde entonces, aunque nadie dice en qué medida.

Por mucho éxito que haya tenido anteriormente en mantener los niveles básicos de vida, hoy resulta evidente que Bielorrusia no puede igualar el dinamismo de sus vecinos. Si bien muchos jubilados y algunos trabajadores están satisfechos con la vida bajo Lukashenko, los jóvenes y las personas con mayor educación y talento votaron contra él en diciembre –y hay muchas pruebas de que obtuvo menos del 50%.

Aparentemente, eso fue demasiado para el frágil ego del presidente. En medio de la creciente represión y del aumento de las protestas de Occidente, en enero Lukashenko prometió, en su discurso de toma de posesión, que no toleraría ninguna amenaza a la “estabilidad”.

Con todo, Lukashenko no es tonto. Puede ser que no respete el resultado de las elecciones, pero no puede permitirse ignorar lo que las más recientes revelaron sobre la magnitud de la impopularidad de su régimen. Su problema es la total pérdida de legitimidad del régimen, lo que significa que la represión no será suficiente. Necesita llegar a un nuevo acuerdo con los bielorrusos y lo sabe: modernización económica con “estabilidad” política.

Este año se darán los primeros pasos. Actualmente, el régimen opera un sector industrial obeso e ineficiente para conservar el empleo, lo que resulta posible porque el gobierno obtiene la mayoría de sus ingresos del comercio de recursos naturales (principalmente del petróleo ruso refinado y los depósitos nacionales de potasa) y de los derechos de tránsito sobre las entregas de petróleo y gas natural ruso a Europa. Sin embargo, ahora Lukashenko desea aprovechar el espíritu empresarial y la inversión extranjera directa en un intento de modernizar la economía.

Bielorrusia cuenta con una incipiente industria de software con ingresos anuales netos de 300 millones de dólares. Además, con fondos austriacos y apoyo del Banco Mundial, los funcionarios están elaborando un programa de privatización que abarcará una parte significativa de la industria que, en su mayoría, es propiedad del Estado. Aunque no se ha anunciado qué empresas son las que se venderán, el gobierno ha señalado que vendería una participación del 25% del gigante productor de potasa Belaruskali.

Lukashenko espera que las espectaculares reformas económicas obtengan el apoyo de Occidente, debiliten las críticas internas e internacionales y logren la modernización económica bajo un gobierno autoritario. No obstante, corre el riesgo de provocar la ira de los trabajadores despedidos y de fortalecer el capitalismo clientelar y de actuar con demasiada lentitud para cumplir los deseos de quienes votaron (y salieron a las calles a protestar) en su contra. Bielorrusia no es China; no es lo suficientemente grande como para evitar castigos por la conducta de su gobierno.

No obstante, la política occidental hacia Bielorrusia debe calibrarse con cuidado, y debe enfatizar el poder blando de Europa –lo atractivo de su modelo social para un número cada vez mayor de bielorrusos. Occidente necesita cultivar sus relaciones con estas personas e invertir en la economía y al mismo tiempo rechazar la brutalidad del régimen, lo que podría ser más fácil si la privatización se pone en marcha.

La política de visas será una parte importante de la solución. Actualmente los bielorrusos pagan 60 euros por una visa de turista para la UE, lo que representa un gran obstáculo dados los bajos salarios. Polonia ha anunciado que concederá visas sin costo a los bielorrusos, pero la negará a una larga lista de funcionarios del régimen que según ese país participaron en el reciente fraude electoral. El resto del UE ha seguido el ejemplo y ha impuesto sanciones contra los altos funcionarios, pero podría hacer más para liberalizar los viajes de los ciudadanos.

Participar en la economía es más controvertido. Puede afirmarse que las inversiones en Bielorrusia fortalecen al régimen, pero también pueden ser necesarias para que con el tiempo surja una Bielorrusia democrática. También deben fomentarse los intercambios a nivel personal y debe reforzarse el apoyo que países como Polonia dan a la oposición bielorrusa.

Esto es lo fundamental: los ciudadanos comunes y las víctimas de la represión de Bielorrusia necesitan ayuda ahora; pero también la necesita su régimen decrépito. Occidente debe aprovechar al máximo ese hecho.

Por Mitchell A. Orenstein, profesor en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados. Recientemente regresó de un viaje de estudios postelectorales en Bielorrusia. Traducción de Kena Nequiz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *